La Bienaventurada

Mi primer “novio” lo tuve a los 8 años, y mi primer beso fue a los 10. A pesar de eso, sé que lo hice porque todas las niñas de la escuela hablaban de niños, novios y besos. Mi primer beso lésbico lo tuve a los 11, con una amiga en sexto de primaria. Recuerdo que hablábamos horas y horas por el teléfono fijo de nuestras casas, también recuerdo que cuando nos dijimos estar enamoradas la una de la otra, lloramos. Fue mi primera novia, nuestras mamás se esforzaron por separarnos y lograron que ella y yo acabáramos mal.

Cuando pasé a secundaria, me enamoré de otra chica y yo fui la que dio el primer paso, a pesar de que ella era dos años mayor. Yo me nombré lesbiana, sabía que las mujeres me gustaban y que no soportaba a los niños. Sabía que sus abrazos me gustaban, que sus labios con los míos eran una delicia, que amaba caminar de sus manos. Mi mamá hizo todo para separarme nuevamente de la que era mi novia, lo logró. La relación con mi mamá fue muy mala en ese tiempo. A los 15 años tuve el primer novio formal, al que presenté a mis padres y que podía visitarme en casa. El primer hombre que en realidad “me gustó”, el primero que “amé”. Mi “primera vez” fue con él, cuatro meses después de habernos conocido. Él después me diría que quiso “aprovechar mi momento de heterosexual”, pues sabía de mis experiencias con chicas. A partir de ahí me nombré bisexual.

Y aquí es donde digo… ― Qué tan fácil fue perderme ―.

A pesar de que mi familia me lastimó por romper con lo establecido, por haber elegido compartirme con niñas en lugar de con hombres, la que más daño me ha hecho por tener la cabeza, la corazona y la cuerpa llena de heterosexualidad disfrazada de “bisexualidad”, fui yo misma. 

Soporté una relación de tres años con mi primer novio, me desviví por él intentando que mejorara, intentando que me amara. Fui su niña, su musa. Fui una madre para él y también su “puta”. Ese amor destinado a ellos antes que a mi misma y a las demás, ese amor romántico, esa heterosexualidad, me hicieron codependiente y no podía imaginar mi vida sin él. Cuando me terminó porque no estaba listo para estar conmiga, porque quería su libertad, me fui un año a la CDMX con el pretexto de estudiar, pero lo único que hice fue escapar de una ciudad que me llevaba siempre a él.

Lejos de ahí, sin él, quise ser hermosa por primera vez en mi vida, ¿cómo? Con mi “libertad sexual”, con lo que me hacía “diferente” a las demás, con ser la morra chida que puede hablar sin tapujos de sexo, fantasías y porno con los hombres, con ser lo opuesto a las mujeres que se tienen en casa como esposas. 

Me enamoré de una morra hetera. Nos la pasábamos en bares, me emborrachaba y buscaba ligarme a todos los hombres que fueran posibles. Mientras más hombres diferentes me besaban, me metían la mano debajo del vestido, me decían cómo querían cogerme, me pedían mi número, mientras más de ellos se aprovechaban de mí, yo me sentía más bonita, más bella y hermosa. 

Me “enamoré” de mi “mejor amigo”, que me “quería” por cómo hablaba de sexo y de porno, o simplemente porque no era su novia. Yo lo quería porque creía que podía enseñarle qué era el “amor”, que él sí era capaz de amar, creí que le podía enseñar a abrirse para que dejara salir al hombre bueno que tenía adentro, para que dejara de estar de mujeres en mujeres, para que me amara a mí. Yo rentaba en su casa, y una noche después de beber juntos, entró a mi cuarto y me cogió sin condón. No duró nada. No sentí nada. Terminó, se vistió y se fue. Yo me vestí, lloré, agarré mi dinero y caminé 10 cuadras a las 11 de la noche, bajo la lluvia, buscando una farmacia para conseguir una pastilla de emergencia. Lo volvimos a hacer, pero con protección.

Acepté solo coger con un morro que estaba enamorado de mi porque me gustaba la atención que me daba, que me regalara rosas, que me dijera hermosa, que era la mujer de su vida, que era inteligente, que era interesante. El decía que me amaba, que quería algo más, algo serio… yo le decía que no podía.

También un hombre de unos 54 años me coqueteó en el metro. Me escribió en su teléfono de celular “estás sexy” y me lo mostró. Luego escribió “¿quieres coger conmigo?”. Yo sentí mucho miedo, me bajé del metro, caminé rápido y cuando vi que él iba detrás de mí, me habló, me tomó del brazo y me insistió… yo cedí. Pagó un cuarto de 600 pesos y me cogió. “Pagó 600 por mí”, pensé. Él me ahorcó, me abofeteó, y me penetró analmente. Al salir de ese lugar, le llamé a mi “mejor amigo” y le conté… lo que a mí me había asustado a él le excitaba. Quería que me escuchara, no importaba cómo, así que termine contándole con lujo de detalle lo mucho que había “disfrutado”. Al terminar de contárselo me dijo – Eres bien puta –.

Un día ese “mejor amigo” ofreció pasar por mí a la escuela, yo estaba muy emocionada. Cuando subí al coche vi que un amigo de él manejaba, me senté atrás con mi amigo, y empezó a tocarme, me pedía que me desvistiera y yo lo hice. Cuando detuvieron el coche, él me dijo que me pasara adelante y que le practicara sexo oral a su amigo… obedecí. También recuerdo que alguna vez me sugirió que me cogieran todos los “Guerrero”, todos los hombres de su familia, incluido su padre.

Me involucré sexualmente con un amigo de mi padrino. 

Mi padrino cuando iba a buscarme al metro me tocaba los pechos y las piernas, yo era la única chica con la que “se llevaba bien”. Lo que quería decir era que yo era la única con la que podía hablar de “viejas”, sexo, porno y a la que podía tocar cuando a él se le antojaba.

Un conductor de microbús me violó y pensé en tirarme a las vías del metro. Recuerdo que llevaba un vestido floreado que aún tengo entre mi ropa. También recuerdo sentir asco cuando en los baños limpié la suciedad que había dejado dentro de mí. Solo no me tiré a las vías porque sabía que mi mamá no sabría qué me paso por la cabeza para hacer eso, porque sabía que ella se sentiría culpable, porque éramos ella y yo solitas en la ciudad.

Es curioso, mientras escribo sé que todas las ocasiones anteriores que menciono no eran deseadas, ni consentidas explícitamente, pero no las escribí como lo que fueron en realidad: violaciones.

Cuando regresé a mi ciudad, mi hermana me invitó a la fiesta de su novio. Me emborraché y me involucré con un vato, luego me llevó a un cuarto para que durmiéramos. Ahí había una cama donde estaban tres vatos y la colchoneta en el piso donde estábamos nosotros. Se durmió, yo no. Entraron los dos hermanos del novio de mi hermana. Me despertaron, me cogieron entre los dos durante toda la madrugada mientras los demás grababan. Cuando se me bajó lo alcoholizada y me vi desnuda encima de uno, siendo grabada, me levanté, agarré mi ropa, me vestí, fui por mi hermana y le dije “ya no quiero estar aquí´, me salí de la casa llorando y llegué a casa de mi exnovio.

Reanudamos nuestra relación, se enteró de que le había sido “infiel” al acostarme con “mi mejor amigo” y me amenazaba con terminarme, me llamaba puta, zorra, traicionera. Una noche me dijo que fuera a dormir a su casa, fui, pero no estaba. Tuve que ir a buscarlo a la vuelta, con sus amigos del trabajo porque estaba muy borracho. Lo llevé a casa, me empezó a gritar cosas, yo lloraba y le suplicaba perdón de rodillas. Se acostó en la hamaca y me acosté a su lado. Se incorporó sobre mí, con sus manos alrededor de mi cuello, me ahorcó. Creí que no pararía, pero lo hizo. Tocí mucho, la voz no me salía, lo borracho se le bajó y se hincó a mi lado pidiendo perdón. Llamó a emergencias. Le quité el teléfono.

¿Saben que es lo más curioso? Que yo ya me nombraba feminista, que yo sabía lo que era la violencia contra nosotras y sabía del “violentómetro” y aun así me quedé con él y lo seguí amando y cuidando.

Cuando entré a la carrera, conocí a un buen muchacho y dejé al anterior. Este muchacho era diferente, fue mi primera relación sana y madura, lo quise mucho, pero ambos sabíamos que no era bisexual. Un miedo me invadía, yo sabía que quería al muchacho, pero no quería morir sin haber tenido algo con una mujer como lo que tenía con él. No duramos más de 4 meses, terminamos.

A veces pienso –¿Qué tan jodida debieron dejarte para que tuvieras que esperar tanto a darte cuenta de que era lo que te estaba destruyendo? –

A mí el régimen heterosexual y la heterosexualidad obligatoria no me parecen una tontería como a muchas morras en redes o en la vida diaria, porque esa porquería me jodió la vida, porque la sufrí en mi carne, en mi alma, en mi corazón, en mi mente, en toda yo. Porque me habría gustado no pasar por ninguna de esas cosas y haber sido feliz desde siempre con una mujer, porque sé que yo lo sabía desde siempre, porque me arrastraron y me llevaron lejos de donde pertenecía. Porque sé que mi madre está ahí, porque no quiero que mis amigas ni ninguna mujer pase lo mismo nunca más, porque no quiero que ninguna este con un él, porque sé que ellos no aman, y si “aman”, ellos nos comen, ellos nos usan, ellos nos gastan y no dejan nada de nosotras. 

Al principio de este texto, dije que quien más me había lastimado era yo misma. Pero no, yo no tengo la culpa de ninguna de las cosas que otros decidieron hacer conmigo y en mí, yo no tengo la culpa como tampoco la tienen las mujeres que están ahí afuera leyendo – o no – esto que escribo y encuentran cachitos de sus vidas en la mía. El culpable son ellos, es este heteropatriarcado que incrusta la heterosexualidad en nuestra ser desde que nacemos, que nos enseña a no tener amor para una misma ni para las demás, a estar vacías de amor propio pero llenas de un amor ciego que debe ser puesto en ellos, a estar siempre a disposición del deleite masculino, a buscar su mirada, su aprobación, sus palmadas en la cabeza y su violento sexo contra nosotras. 

He regresado a casa*, ya no estoy perdida.

Ilustración: La Bienaventurada

*Casa: El lugar o espacio donde una amanta se siente bien. Borrador para un diccionario de las amantas. Wittig & Zeig.

*Texto escrito en el curso Pensamiento Lésbico de Ímpetu Centro de Estudios A. C.

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La Crítica