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[Opinión] Nada nuevo, la “4a transformación” va sin nosotras

Fotografía de Angélica Jocelyn Soto Espinosa/ 1 de diciembre de 2018

Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa y Montserrat Pérez

 

Ciudad de México, 1 dic 18.-

Quedan pocos minutos para que concluya el primer discurso de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) como presidente en funciones. Hasta ahora sólo una vez ha dicho feminicidio, ni una vez la palabra mujer o feminismo y más de 10 veces transformación, corrupción y neoliberalismo.

En facebook una amiga pregunta a qué hora el nuevo mandatario hablará de las mujeres y varias otras circulan el hashtag #NoSinNosotras y una imagen que sería el nuevo logo de gobierno si hubieran reconocido a las próceres de la historia.

Finalmente, el largo discurso concluye con un incómodo, casi errático, “juntas y juntos”, y ni una alusión a la condición social de las mujeres, la violencia y explotaciones que vivimos o el pedazo de transformación que nos tocaría; esto a pesar de que millones de ellas votaron y trabajaron en sus colonias, en las universidades, y en todos lados para poner al señor Obrador en la presidencia de México.

Que no nos extrañe que el nuevo mandatario no nos nombre ni en la retórica.

En este primer discurso presidencial en el Congreso de la Unión, así como en el que dio en el zócalo capitalino el pasado 1 de julio, al nuevo ejecutivo federal no le tembló la mano para ponerle nombre al régimen político y económico que ha perpetuado la desigualdad social en el país. Y prometió un nuevo modelo de gobierno que pondrá fin al neoliberalismo.

Prometió transformar la vida de los -así en masculino- trabajadores, migrantes, pobres, adultos mayores y de las (reconocidas sólo a través de nuestra capacidad reproductiva) madres jóvenes.

También criticó el ejercicio abusivo del poder, la corrupción y el robo en las instituciones que ahora representa, pero nunca, ni una sola vez, reconoció que esas instituciones públicas han sido por años el bastión de un sistema patriarcal que solapa el asesinato diario, impune, de 9 mujeres al día.

El eje del discurso de Obrador contra el sistema neoliberal es inconsistente si no se entiende la forma en la que las mujeres son atravesadas y directamente explotadas por éste, como lúcidamente lo han expresado autoras como Karina Vergara. Las mujeres somos el sostén del capitalismo en tanto nuestras cuerpos son usados para la producción y la reproducción.

Obrador va en la línea de quienes hablan de lucha de clases sin entender que ya existe de entrada una diferencia de clase, basada en el sexo y las opresiones que vendrán incluidas a partir de ello.

Entonces, claro, luchemos contra el capital, la privatización de los recursos… pero sin cuestionar lo que nosotras nombramos patriarcado. Así no hay transformación de nada. Lo que hay es una continuidad que garantiza la impunidad sobre los crímenes cometidos contra las mujeres y la explotación sobre nosotras.

Esta invisibilización que buscan disfrazar de torpeza es la mirada de los hombres sobre las vidas y cuerpos que importan y los que no. Las mujeres no contamos… a menos que se nos necesite para parir, cuidar o trabajar, siempre con menos derechos y más horas.

Fotografía de Angélica Jocelyn Soto Espinosa/ 1 de diciembre de 2018

Habría que cuestionar entonces hasta qué punto se pretende cambiar el sistema económico, político y social y a favor de quién.

Va más allá de si hubo o no mujeres en la primera imagen oficial del gobierno obradorista, o si nos nombró o no en su primer discurso. El tema es que nosotras no existimos en ese sistema y nuestra liberación no está con ellos, jamás lo ha estado.

Está claro. Un mandatario que no es capaz de criticar las alianzas y abusos en contra de las mujeres -medulares en las exclusiones y fallas del sistema político democrático- tampoco será capaz de reivindicar nuestras luchas. Mucho menos si esas alianzas y pactos patriarcales le permitieron estar en la silla que hoy ocupa y que, en su lugar, podría estar una mujer.

Hablar de las mujeres sería obligar a AMLO a reconocer que hoy se para sobre el prestigio, experiencia y trayectoria de otras mujeres políticas – Olga Sánchez Cordero, Luisa Alcalde, Tatiana Clouthier-, y en la credibilidad y trabajo que por años consolidaron las líderes de colonia y luchadoras sociales -como Nestora Salgado y Rufina Villa- que se integraron a su campaña e impulsaron sus votos.

También tendría que reconocer que ese triunfo “aplastante” que “hizo historia” no lo es del todo, ya que está sostenido en un sistema de votación que deja fuera la opinión de las mujeres en pobreza extrema, las indígenas, las desplazadas,  las explotadas, las esclavizadas, las que prevalecen en condición migratoria o las que viven violencia.

La situación es incluso contraproducente. Hoy la esperanza de gran parte de las mujeres del país -que con razón están cansadas de que no alcance el dinero, de salir con miedo, de no ser plenamente libres- parecen centradas en la figura de un hombre que literalmente se para enfrente con una banda presidencial mientras deja en la silla de atrás a las mujeres que lo acompañaron.

Hoy, ese espectáculo -y la esperanza que concentra- perpetúa y legitima las instituciones de un sistema patriarcal y misógino que no es más que un lastre para nuestras luchas.

¿No es acaso ese llamado al perdón y la conciliación el mismo mandato que condena a las mujeres a soportar a su agresor y perpetuar las violencias en la impunidad? La insistencia de Obrador en ello es ignorar los gritos angustiados y las demandas explícitas de las miles de madres de personas desaparecidas que recién le encararon públicamente.

Recordemos también que ese mismo hombre que promete un cambio “profundo” a partir de hoy, es el mismo que someterá a consulta nuestra libertad de interrumpir un embarazo que no deseamos, y que llamó “corazón” a una reportera en lugar de responder a la pregunta que ella le hizo.

Asumámoslo, compañeras, a nosotras esta transformación nos pasa de largo.

Y aunque el triunfo de Obrador en el poder significa el resultado del trabajo de muchas mujeres y un alivio para quienes fueron tres veces defraudadas por el sistema electoral, ahora, menos que nunca, podemos dejar a un lado nuestras luchas para festejar un logro que poco va a retribuirnos. No bajemos ni un segundo la guardia.

El compromiso debe ser entre nosotras. Reconozcamos, validemos, creamos, defendamos y aportemos a todos los proyectos y esfuerzos que vengan de las mujeres y sólo para nosotras. Invirtamos, con compromiso, la lógica de lo que importa.

Aceptémoslo de una vez, la lucha no se va a ganar concediendo, vanagloriando, legitimando o regalando nuestro poder -porque la esperanza también es poderosa, mucho más si es colectiva- a un hombre y un partido político que se niega siquiera a nombrarnos.

Fotografía de Angélica Jocelyn Soto Espinosa/ 1 de diciembre de 2018

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