Feminismo

[Opinión] ¿A quién le conviene que dejemos de señalar a los varones?

Por Luisa Huerta (Menstruadora)

Primero debo decir que vivo en la Ciudad de México, que soy parte de una comunidad de mujeres que compartimos saberes, conocimientos y experiencias, que vivimos en lo urbano, sorteando supervivencia económica en general, nos sabemos completas, felices y gozosas, a solas y juntas, además somos lesbianas feministas, en otras palabras, no soy parte de una comunidad heterocombativa, heterofílica o heteroradical. Y desde aquí hablo.

He escuchado hasta el cansancio que no es cuestión de genitales la opresión cuando yo al menos nunca he señalado tal. Una lesbiana puede ser machirrina y someter a violencia psicológica a su compañera. Lo mismo un hombre gay puede asumir el rol (dicotómico y patriarcal) «pasivo» y vivir violentado a manos de su pareja hombre que asume ser el «activo». Lo femenino y lo masculino no tienen base biológica, son meras construcciones sociales. Le llamamos femenino a todo lo que se puede explotar, violar u oprimir. Y le llamamos masculino a todo lo que pueda someter, violar u oprimir a alguien más. Hay gente que dice tener ambas «sustancias» como si se tratara de hormonas. Pero no, se trata de un sistema de opresión que es la base del sistema capitalista, así hemos sido formadas en contra de nuestra voluntad, a alguien desde nacer le asignan determinados roles de la sumisión (mujeres) y a alguien más los de la opresión (hombres), no hay otros. Así, a nosotras no nos enseñaron a apropiarnos del cuerpo de otras mujeres ni de otros hombres; a ellos sí y por eso son hombres quienes nos violan, golpean y asesinan. Incluso los hombres gays han sido educados para apropiarse del cuerpo de las mujeres y no piensan ceder ante este «derecho», de ahí que la lucha por el alquiler de vientre sea principalmente impulsado por ongs al servicio del capital y por colectivos de hombres homosexuales, saben que el cuerpo de las mujeres es suyo y exigen su propiedad.

En la cotidianeidad relacionamos lo oprimido con lo femenino porque así está diseñado el sistema, pero lo femenino para las mujeres no es una elección sino una imposición (el labial, la falda, lavar los trastes, atender al marido, cuidar a bebés), la feminidad es la esclavitud que vivimos las mujeres y no es reivindicable, de hecho todo el feminismo es sobre escapar o derribar esta feminidad. No obstante, para confundirnos se ha aplicado desde teorías posmodernas la explicación de lo femenino a comunidades de hombres. Por ejemplo, se suele decir que un hombre gay es un hombre «femenino», bueno, no, un hombre gay espectaculariza la superficie de la feminidad, pero no es apropiado por el sistema, no creció sabiendo que tenía una presunta capacidad paridora y que la sociedad esperaba para que le sirviera con su trabajo reproductivo, así que no, los hombres gays no son femeninos.

También se suele decir que tal conjunto de hombres por ser explotados por el capitalismo son «feminizados», es decir, que no viven los privilegios que viven varones en otras sociedades o que han dejado de vivir privilegios que vivían en sus comunidades. Pero si ellos son feminizados, ¿las mujeres son ultra feminizadas? También por ahí hay un estudio del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, donde se contaba que los hombres desempleados que pasan a no contribuir económicamente en sus casas, se «feminizan», en otras palabras, comienzan a vivir las inseguridades y opresiones ligadas a las mujeres (más no son las mismas opresiones jamás) al verse en una posición económica de desventaja. Llama poderosamente la atención el afán que tienen los varones de apropiarse de la feminidad y vaciarla de contenido pues desde la teoría feminista la feminididad es la apropiación que viven nuestros cuerpos sexuados de mujer (uso sexual, trabajo doméstico, trabajo reproductivo) y eso, por supuesto que no lo viven ellos, ¿por qué insisten en borrarnos de la ecuación y hablar de ellos en tanto una feminidad? Repito, la feminidad solo la pueden vivir las mujeres.

Ya muchas personas han insistido en dejar de hablar de mujeres y de varones, porque hay muchas otras corporalidades y porque qué fastidio seguir reivindicando el sistema dicotómico, es curioso que digan esto porque el sistema solo permite la existencia de hombres y mujeres, los otros géneros son apenas ejercicios bien intencionados que no hacen cosquillas al sistema, los unicornios con cuerpo sexuado de mujer siguen siendo apropiadas para el trabajo doméstico, sexual y reproductivo; y los unicornios con cuerpo de hombre hacen trabajo productivo, el género no es algo que podamos decidir a voluntad, nos han educado mujeres y hombres, porque esa es la base del sistema capitalista, me gustaría decirles que podemos decidir el género con vestimenta y operaciones, pero ya hemos estado perdiendo mucho tiempo en cuentos neoliberales mientras la base del sistema capitalista sigue intacta. Por ejemplo, a mí me gustaba decir que no era mujer porque había abandonado un montón de mandatos de género, pero igual en la calle me seguían y siguen tratando como mujer, a pesar de esos segundos cuando me llaman «joven» por equivocación, en seguida rectifican, es una mujer, soy una mujer,  se apropian de mi cuerpo de manera colectiva a través de insultos, incluso es una posibilidad latente que me violen, llevo prescrito un feminicidio en mi cuerpo sexuado de mujer. Y no solo insultos, sigo dando trabajo doméstico cuando en casa falta mi madre y debo viajar cuatro horas para llegar a su casa y cocinar para mi hermana y mi padre. Y lo sabemos desde morras: «no salgas de noche», «ten cuidado, vas sola», «aprende a cocinar», «así no se barre, así sí», etcétera. Por mucho que yo me asuma avestruz o unicornio, esta sociedad dicotómica y patriarcal me lee de una forma: como mujer. No puedo negar que existe esa opresión. Tener cuerpo de mujer no es algo que yo pueda borrar.

¿Y quién golpea, viola y mata a las mujeres? Son varones, varones compañeros, también racializados y también pobres como una. Pienso mucho en mi abuelo, allá en Tehuacán (de donde soy), un hombre moreno, pobre, que no pudo ir a la primaria, que todo el día tuvo que trabajar, le hacía de electricista, plomero, carpintero, barrendero, conserje. Por las mañanas su cuerpo sagrado e intocable (porque eso me enseñaron en casa, que el cuerpo de los hombres es sagrado porque trabajan) desayunaba frijoles con tortillas hechas a mano antes de ir a trabajar. Ropa limpia y planchada. En la noche regresaba y había otro plato de frijoles humeante, con tortillas hechas a mano, chiles verdes que mordía y una buena taza de café. Eso si no llegaba borracho. Que si llegaba borracho, había que limpiar su vómito del piso. ¿Quién hacía toda esa chamba? Amelia, mi abuela. Obligada a parir alrededor de 12 hijes. Cocinera para todos los hombres de esa casa. Lavandera los siete días de la semana. Educadora. Violada por su honorable esposo todas las veces que él quiso. Que cuando él dormía de su larga jornada, ella seguía trabajando muy de madrugada para mantener esa casa, a les bebés en silencio. Pienso mucho en mi abuela y por eso no dudo en decir: incluso el hombre más golpeado por el capitalismo sabe que puede disponer de una mujer o de mujeres, pues a mi abuela le ayudaban todas las hijas.

No pongo en duda que mi abuelo fuera un hombre oprimido por el capitalismo ni por el patriarcado. Hombre racializado, indígena-no-nombrado, mestizo por imposición, un señor que siguió al pie de la letra las normas heteropatriarcales, golpear a la esposa, violarla, hacerla parir. No es que fuera «malo» de maldad, es un señor sano del patriarcado, es hasta tímido si lo saludan, todes sus hijes lo quisieron, es así «como debe ser». Después de mucho, mi abuela y él se separaron. Él vendió la casa que muchos años les costó construir y le dio permiso a ella, que viviera donde estaba el cuarto de los chivos. Ahí ella pasó varios años con sus hijes. Ella llevaba en su cuerpo toda la violencia de parir sin descanso y cuidar hijes. Yo solo la recuerdo en la cocina y en el lavadero, cada día que la pude visitar. Murió finalmente de diabetes. Antes de morir, le dijo a sus hijas que les dejaba un terreno, que al final se volvió a apropiar un varón de esa familia. El abuelo se casó dos veces después y volvió a tener más hijes. Hace poco fue su última boda.

Si una de esas feministas extremas amantes de la heterosexualidad conociera a mi abuelo actualmente, trabajando aún, no dudaría en darle la mano y llamarlo «compañero», le diría muy convencida: «es usted un ejemplo, un compañero de lucha». Y mi abuelo que como contaba, es un tímido, sonreiría y seguiría trabajando. Mi madre por fortuna, me enseñó desde muy niña, que en nuestro contexto, el campesino o el obrero (idealizados en universidades), llevaban historias como las de mi abuelo en su espalda. Que el vecino albañil que ganaba apenas 300 pesos a la semana, golpeaba a la vecina si ella no estaba puntual con la comida. «Mira», mi madre me susurraba: «Van al nixtamal desde muy temprano, como yo iba cuando era niña, que si el macho mexicano no encuentra tortillas echas a mano, les va a ir como en feria». Luego las niñas corroboraban la historia con mi madre, mi madre tiene una tiendita de abarrotes donde las niñas y las mujeres le cuentan lo hartas que están de vivir con tal machirrín, eso hacen las vecinas aunque no se digan «amigas», es el ejercicio de sororidad continuo. Así que en general pongo mucho cuidado en la idealización porque el obrero no estuvo allá afuera en una estampa socialista, era mi abuelo; y la mujer explotada que camina descalza sobre la tierra, no es una pintura feminista hecha por alguna chica de artes en la colectiva feminista urbana, es mi abuela cualquier día que vivió.

Por mi madre y por mis amigas aprendí a ser muy crítica desde muy morra. Una de mis mejores amigas era la menor de una familia de 5 varones, su padre y madre eran comerciantes en el mercado de Tehuacán. Ella debía lavar toda la ropa de sus hermanos y nosotras en primero de secundaria platicábamos, teníamos 12 años, no nos atrevíamos a enunciar que eso era machismo, solo sabíamos que ella se sentía cansada de hacerlo y platicábamos sobre eso, era el momento de escuchar las quejas y hacernos contención. Luego hablábamos de la revista Por ti y de UFF, el grupo musical del momento. Tampoco es que fuéramos niñas fuera del común ni ajenas al patriarcado capitalista, pero dentro de lo que vivíamos y podíamos, hacíamos crítica. Lo digo porque no se suele imaginar a las niñas como críticas de su realidad, por el adultocentrismo y el patriarcado, cuando están, ahí están. E insisto en ello porque mis compañeras de mi edad, en esa secundaria, en ese ejercicio horizontal que da platicar en el receso, influyeron fuertemente en mis reflexiones de entonces y ahora.

Ahora pienso en las mujeres golpeadas y asesinadas por sus parejas, que no todas son las más pobres sino universitarias, mestizas y urbanas. Pienso en Alí, que fue asesinada por su novio varón macho universitario. Pienso en Sandra, que fue asesinada por el macho con medallas de física. Pienso en Carolina, asesinada por su novio estudiante de medicina que la mató porque ella, según él, «le truncaba el futuro». Pienso en el asesinato de Karen, a quien su novio la apuñaló varias veces en una discusión. Pienso en las mujeres asesinadas por la heterosexualidad, por sus compañeros que no son blancos ni burgueses ni europeos. Y por eso pregunto: ¿A quién le conviene dejar de decir que son los varones los que nos matan? ¿Por qué insisten en que dejemos de decir lo que está sucediendo a diario? ¿Por qué ahora hablamos de «corporalidades» y géneros diversos cuando la verdad es que nos siguen asesinando a las que vivimos como mujeres en cuerpos sexuados de mujer? ¿Por qué no importa que 7 mujeres sean asesinadas a diario en México?

Si bien no soy mi abuela ni mi madre, cuento con mi historia personal donde ellas están y las pienso y me pienso en mis reflexiones y al menos a mí, no me apetece tender puentes con potenciales feminicidas ni con machos hijos sanos del patriarcado. Hace un poco elegí la lesbiandad como parte de mi devenir feminista y mis puentes son con mis hermanas. No soy inmune, aún nos llegan amenazas de muerte o insultos cotidianos de hijos sanos del patriarcado, desde el macho filósofo que solía ser mi amigo hasta el macho que pasa por la calle, y me queda claro que no, no es con ellos con quien voy a tender puentes.

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