Montserrat Pérez 

 

Nos atraviesa la rabia. Nos inunda. Cerramos los puños, se nos llenan los ojos de lágrimas, sentimos un agujero en el estómago, nos tiemblan las piernas. Nos rebasa la violencia diaria. Nos violan, nos matan, nos abusan, nos acosan. Lo hacen incluso quienes nos han dicho que son los que deben protegernos. Así que nos organizamos, decimos: no más. Escribimos textos como éste, nos mandamos mensajes unas a otras, nos metemos a cursos de autodefensa, nos damos tips unas a otras para estar seguras. Pero vienen las convocatorias para las marchas o los espacios de lucha y dice “los hombres atrás” justo después de “separatismo”. Eso no es posible.

La semana pasada despertamos con la noticia terrible de que una menor de edad en Azcapotzalco fue violada por elementos de la policía. No puedo siquiera expresar exactamente todo lo que siento sobre ese caso, desde el dolor de la narración de la compañera, hasta la indignación de que probablemente no les pasará nada a esos violadores con placa. Sabemos que los policías no nos cuidan, sabemos que son uno de los brazos armados de Estados intrínsecamente misóginos y violentos. Y tenemos formas de expresarlo: “Mis amigas me cuidan, no la policía”. Sí, claro, de acuerdísimo, pero, ¿cómo nos cuidamos unas a otras si seguimos pensando en que los hombres participen en espacios que deben ser de nosotras?

No me basta el “hombres atrás”, porque entiendo que el separatismo jamás podrá ser con los opresores. Y sí, que me van a decir que no es lo mismo el compañero de lucha solidario que también ha sido agredido a un policía de cualquier tipo, eso ya lo sé. Pero siguen siendo hombres y, como hombres, también han sido beneficiados por las políticas y pactos patriarcales. Es decir, no es ningún compañero de lucha mío. Ni lo será.

Siento una espinita cuando leo o voy a ese tipo de manifestaciones y, sí, hombres atrás, pero igual se meten o se cuelan o les vale. Porque, por más liberal y contestatario que sea su discurso, de todas formas, sienten que tienen el derecho de apropiarse de todo.

En la última marcha a la que fui había un tipo caminando fuera del cordón que se le colocó al contingente separatista tomando la mano de su novia. ¿Cómo? ¿Sí respeta o no respeta ese espacio? ¿Sí entiende por qué quiere ella estar ahí dentro, pero igual lo transgrede en un acto de… qué? ¿De “romanticismo”? ¿De supuesta solidaridad? ¿O más bien como meando para marcar su territorio?

No son nuestros aliados. No lo son, no lo serán. Es más, es una contradicción hablar de separatismo e incluirlos en cualquier forma, de eso no se trata. Necesitamos pensar en cómo queremos que sea nuestro futuro y si en él seguimos atadas a ellos. Es imperativo que dejemos de tomarlos en cuenta, aún más en nuestras acciones políticas. ¿A ustedes no les da horror pensar que alguna de sus amigas se puede topar con su agresor en una de esas marchas y que probablemente él ha sido cobijado bajo el argumento de la deconstrucción, de las masculinidades y demás? A mí sí.

Me da horror porque ha sucedido y no entiendo cómo podemos seguir después de que nuestras compañeras, las verdaderas compañeras de lucha, han sido revictimizadas, han tenido que revivir sus agresiones porque tienen que salir a explicar que esos tipos, tan buenos porque mira cómo van a luchar contra la policía y el Estado represor, también son violadores, golpeadores, abusadores psicológicos o económicos.

Si decimos que queremos terminar con el patriarcado, no es con ellos. ¿Cómo con ellos? Pero me parece también que se trata de una posición ética desde el feminismo y una pregunta que nos tenemos que hacer a nosotras mismas: ¿estoy poniendo a las mujeres primero o no? La respuesta a esa pregunta puede hacer que tengamos más claro nuestro caminar y nuestro accionar.

Si seguimos en el tenor de: “yo les creo y apoyo a todas las mujeres, A MENOS QUE SEA MI HERMANO, NOVIO, AMIGO, HERMANO, PAPÁ”, entonces no vamos a ninguna parte, y si esa preferencia también hace que vulneremos los espacios en los que supuestamente nos sentimos seguras, en los que nuestras amigas sí nos están cuidando, en los que deberíamos poder expresar nuestros sentires, pesares e incluso desacuerdos SIN su mediación, su presencia y sus violencias, entonces, ¿cuál es el punto?

Imagen tomada de Pinterest

 

A Daniela, porque a ella también la recordamos

 

Daniela Ramírez Ortíz de 18 años desapareció después de tomar un taxi al salir de su trabajo en una pizzería. Le mandó mensajes a un amigo suyo, que sin ningún sentido de urgencia la apoyó en esa situación de vida o muerte. Al final, la mataron.

Daniela usaba un vestido naranja y unas botas color café. Por semanas después de su desaparición tuve la leve esperanza de que a lo mejor aparecería viva, que igual y la encontrarían o que de alguna forma había podido escapar. Porque en este contexto lo que nos queda a veces es guardar un rayito de esperanza y confiar en que tal vez lo logró…

Querida Daniela, por más que pasan los días siguen apareciendo carteles de mujeres que desaparecieron, de mujeres a las que se llevaron. Diario nos muestran videos de niñas a las que se intentaron llevar y fotografías de quienes se llevaron a otras. Me gustaría decirte que ese dolor colectivo, que eso que aún nos está ardiendo dentro ha funcionado para cambiar las cosas, pero con penar debo decirte que todavía no, pero que sí estamos intentándolo, sí estamos reaccionando más rápido, estamos buscando maneras de ponernos a salvo, de resguardarnos de quienes nos quieren hacer daño.

Te cuento, Daniela, que hay quienes te vamos a recordar todos los días, aunque no te hayamos conocido en vida. Que te pensamos, que te abrazamos, que estamos aún enojadas más allá de lo que podemos expresar por lo que te hicieron y que no los vamos a perdonar y no nos vamos a olvidar de quiénes tampoco hicieron su labor para encontrarte a tiempo. Un día, Daniela, no vamos a tener más miedo.

 

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La Crítica