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Matar al agresor, historia de autodefensa

Angélica Jocelyn Soto Espinosa

Ciudad de México, 05 feb 19.- Hablamos desde la cárcel. Me dice que después de todo está tranquila, nunca pensó que ahí sería donde encontraría fuerza, donde dejaría de creer que sólo valdría si era amada por un hombre. Me cuenta que aprendió que la misoginia existe y que el único amor que importa es el que se tiene a sí misma. Ahora está bien, al menos está viva.

Fuente: Periódico Correo

Suseline mató a su pareja en defensa propia. Fue dos días después de su cumpleaños, un día de abril de 2011. Su familia le organizó una fiesta. Él, que nunca la dejaba celebrar con nadie, le dio permiso de estar unas horas -hasta las 10 de la noche- en casa de su hermana.

Se hizo tarde. Se puso nerviosa y empezó a recoger todo para que los invitados se fueran. Quería salir corriendo para llegar a su casa.

Llegó después de las 12. Él la esperó despierto. Le reclamó, no la dejó dormir. La acusó de haberse ido con alguien. Así era él: celoso, obsesivo. Las peleas podían ser infinitas, sólo terminaban cuando ella le daba la razón.

Él le pidió que al otro día lo llevara al seguro social a comprar un medicamento. Luego la obligó a que le comprara una batería para su coche porque, según él, ella se la había descompuesto de camino al seguro.

Ella le tenía miedo, siempre le hablaba de gente a la que había lastimado: un hombre al que le quemó su coche, una persona a la que metió a la cárcel. La amenazó con dañar a su familia, encarcelar a sus hijos.  

—Yo nací mal de mi riñón, casi hasta los siete años siempre estuve internada. De ahí me mandaron a un colegio de monjas donde me enseñaron a leer y escribir, y me enseñaron a obedecer al esposo, a todo lo que él diga y a nunca decir no. A veces busco explicaciones… ¿que me llevó a consentir tanta crueldad sobre mí, tanta violencia?

Toda esta historia tiene como antecedente dos denuncias que ella presentó contra él cuando aún estaban juntos. Una por privación ilegal de la libertad y otra por maltrato familiar. Ningún caso se investigó. Ella, por miedo, regresó con él.

Luego de caminar horas para conseguir la batería, finalmente llegaron a su casa. Ella estaba hambrienta, cansada. Él le dio de beber una cerveza, “para que festejaran juntos”. También le sirvió un vaso de un ron que sobró de la fiesta y le puso enfrente la botella.

Él no dejó de pelear, la siguió insultando. Esta vez ella no quiso darle la razón. Quería defenderse, hacer que su palabra valiera. Era el fin de 4 años y medio de sumisión.

—Yo lo llevaba al seguro, lo regresaba, veía que se tomara su medicamento; yo veía sus propiedades, que se cobrara la renta, se depositara; realmente hasta yo era su compañera de parranda. Ya después de todo el día de pleito le dije que lo que él quería era un chofer, una enfermera que lo cuidara, pero que una esposa, una mujer, no quería.

Dicho esto, él tomó la botella y le dio un golpe en el ojo. Luego la siguió golpeando. En el forcejeo ella le dio en la cabeza.

Más enojado, él estalló la botella contra la pared. Los vidrios le brincaron en la cara junto con el licor. Se pasó la mano y se hizo heridas. Se fue sobre ella, enfurecido.

—Me decía: te vas a morir. No te voy a dejar para nadie, yo ya no voy a estar. Ya me dijo el doctor que me voy a morir, pero primero te vas a morir tú. Yo pensaba dejarte herencia pero te lo van a quitar, eres muy tonta, eres muy pendeja, mejor te mato por delante, mejor te dejo aquí.

Ella decidió que no.

—Yo no quiero morir. Quiero vivir, quiero ver a mis nietos, cuidar a mi mamá, muchas cosas. Tenía 42 años.

Se fue sobre ella con un vidrio. Forcejearon. Él Intentó darle una estocada. Ella logró sujetarle la muñeca y, en el forcejeo, le cortó en una parte del cuello y la oreja.

—Yo ni siquiera vi la sangre, caí desmayada.

No puedo verla, ella está en un penal de Quintana Roo. Busco en internet. Encuentro las notas periodísticas de ese día. Ahí dicen que cuando la encontraron, ella también estaba herida.

Cuando despertó, él estaba a un lado. Cuerpo tendido. Ella misma llamó a la ambulancia y pidió ayuda. Llegó la policía y en lugar de atenderle las cortadas se la llevó a la fuerza. La humillaron. La incomunicaron.

Luego vino la sentencia. Fue un 14 de febrero. Le dieron nueve años de cárcel por homicidio culposo.

—Yo la verdad en ese momento me molesté mucho. Resulta que por salvar mi vida me dan nueve años. Le dije a la jueza: entonces tendría que estar muerta para ser inocente.

¿Y la legítima defensa?

Fuente: INEGI

Es un artículo escrito en el Código Penal de Quintana Roo, que establece que cuando se repela una agresión real, actual o inminente y sin derecho, en defensa de bienes jurídicos propios o ajenos, se puede desacreditar el delito.

En marzo de 2018, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) determinó que todos los casos de mujeres que hayan vivido violencia intrafamiliar y que a consecuencia de ello hayan lesionado a su agresor y se encuentren en procesos penales, sean juzgadas con perspectiva de género.

Esto no contó para ella. La mandaron a un penal en Chetumal. La separaron de su familia y de sus posibilidades de defenderse. Sus denuncias formales por las violencias pasadas no fueron tomadas en cuenta porque, según la jueza, el abogado las presentó muy tarde.

—Entonces ya para ese tiempo tenía yo cuatro años en la cárcel. Dije, bueno, nueve años como quiera, ya con los beneficios y todo pues primeramente dios pronto me voy.

Luego recibió una carta de la jueza. La sentencia había cambiado: ya no eran nueve, sino 21 años. La familia de él quería la pena más grande.

Con mucho esfuerzo hizo que la trasladaran de nuevo a Quintana Roo para estar más cerca de su abogado y sus hijos varones, esos que tiene más de un año que no van a verla.

Su hermana le dijo que todos sus bienes se habían perdido: su ropa, su camioneta, sus muebles.

Afuera se quedó sin nada. Ella paga los gastos de su defensa, un abogado que de vez en cuando decide “castigarla” y no va a verla.

Arregla uñas dentro de la cárcel por 50 pesos. Aprendió el oficio de las uñas cuando era joven, ahora en el penal hay otras mujeres que saben decoración y otras técnicas que ella ya no aprendió. Se angustia.

Ya lleva 8 años y espera que las impugnaciones que ha presentado procedan para que le repongan el proceso y revisen de nuevo su caso, aunque ella siempre lo repasa en su cabeza, ¿cómo llegó ahí?

—Todo por tener esa ansiedad de ser amada, respetada, valorada y todo salió mal, sinceramente me choqué con una persona que era misógina. Aquí estando en la cárcel es donde me vine a dar cuenta que existe eso y muchas cosas más. Desgraciadamente yo nunca pensaba que las personas pudieran hacer las cosas que él hizo, tampoco sabía que me podía pasar esta situación y yo podía estar aquí todo por soñar, como todas las mujeres, que tenemos a la persona adecuada.

¿Cómo entiende la justicia?

—Justicia no sé, no la conozco. Solamente sé que me hubiera gustado que las cosas hubieran sido diferentes. Aquí, en la cárcel, la justicia para las mujeres desgraciadamente no existe. Yo me puedo dar cuenta: nosotras no tenemos los privilegios que tiene ellos; a veces la visita es hasta las 2 de la tarde, ellos hasta las 5 de la tarde. Aquí no nos permiten ver ni a nuestros sobrinos pero con un amigo, de aquel lado, hasta pasan las sexoservidoras. No sé de qué justicia me hablas.

Pero todo tiene dos lados:

—Yo siempre quería ser más inteligente, más madura y estar en un lugar donde yo pudiera compartir con varias amistades, amigas, compañeras, invitarles el café, galletas. Todo lo que yo quería ahora lo tengo aquí, nunca pensé que sería en este lugar. Ya me pedí perdón por no haberme cuidado más, por no tener el valor de decir ya basta, no me hagas daño.

Mi mayor deseo es cuidar a mi madre, ahorita tiene un año que no la veo, la dializan diario cuatro veces al día. De hecho compré la camioneta para ella, para poder llevarla. Mi ilusión es cuidarla a ella. Ya verás, ya tendré tiempo para una vida más tranquila…

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La Crítica