Por Andrea Olga Lague Gonzales

Sentir los aromas que se escapaban de su cocina era una maravilla, hasta el huevo frito era delicioso siempre que lo preparaba la Mamá Olga. Sus manos suaves en todo momento, con dedos delgados y nudillos que demostraban actividad constante.

Qué bonito era recargarse en su falda cuando ella se sentaba luego del almuerzo a tomar un poco de sol.

Mamá Olga nació en otoño, el año que Bolivia declaraba guerra a Paraguay. Su padre, un sastre de clase baja, fue obligado a ir al frente en esa cruenta guerra, ella jamás lo conoció.

Quedo huérfana de madre a los 17 años y a cargo de su medio hermano adolescente de 13, tuvo que decidir entre continuar estudiando o mantener a su hermano, lo segundo era importante.

Su juventud la dedicó al trabajo, logró que Hernán, su hermanito, tuviera un título de abogado, pero a él no le bastó, así que se mudó a una ciudad vecina a continuar estudios en filosofía y letras.

Mamá Olga estaba sola, pero sola sin familiares a su alrededor, calidad que la sociedad no podía soportar para una mujer de 25 años. Ella abría su tienda de barrio muy temprano para vender pan, era amiga de todos y todas las vecinas, el resto del día vendía todo tipo de abarrotes y dulces en su pequeña tienda, pero al llegar la noche, tenía que cerrar temprano pues no faltaban los jóvenes del barrio que al saberla sola venían a intentar derribar las delgadas rejas que cubrían la tiendita.

Cierto día, doña Mercedes llegó a su tienda, se arrodilló ante ella y le rogó que se casara con su hijo mayor Claudio, ya venía insistiendo desde hacía mucho tiempo, pero esta vez logró quebrar un poco el temple de Mamá Olga, salió con Claudio una ocasión.

Los días pasaban y algunos jóvenes que la pretendían ya la molestaban demasiado, por un lado, esa presión que no la dejaba estar tranquila, y por otro, el hecho de que su hermano contrajera matrimonio en la ciudad vecina y la insinuación de irse a vivir con él y su esposa, para ayudar a criar a su bebé que venía en camino, le hicieron tomar la dura decisión de casarse con el hijo de doña Mercedes, quince años mayor que ella.

Dejó su tienda y se fue a vivir a lado de Claudio,  quien trabajaba en la mina, ella que fue muy autónoma ahora dependía del sueldo de un esposo al que veía solo en las noches.

Las rejas de su tiendita encerraban a Mamá Olga en una libertad que no soportaba la gente que estaba al otro lado, así que tuvo que salir de ese encierro-libertad para ingresar a un encierro-matrimonio que contentaba a una sociedad, más ahora que la recuerdo, sé que las más de las veces no le contentó a ella.

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La Crítica