Feminismo

Las mujeres vivimos la guerra todos los días

Bárbara

Mis ojos que sienten el dolor de las violencias

mis ojos que sostienen esperanzas a pesar del dolor

mis ojos que buscan observar cómo los sueños nuestros se materializan, se concretan, se asientan en nuestras casas, en nuestros cuerpos y nuestras vidas

mis ojos que callan o intentar callar la angustia, que prefieren no sostener la mirada cuando el dolor es tanto que desborda el cuerpo

En mis ojos he vivido la guerra, la he observado, siempre reflexiva observándolo todo

Con los ojos recuerdo amigas, hermanas, mujeres sobrevivientes de la guerra, recuerdo sus risas, su fuerza, sus palabras

Mis ojos sienten la guerra, y desbordan en lágrimas cuando mi cuerpo lee o habla sobre la guerra, esa guerra que atraviesa el cuerpo

Mis ojos sienten la guerra, y se llenan de un brillo esperanzador cuando construyo con otras o se gestan proyectos para nosotras

Mis ojos sienten la guerra, y se llenen de un brillo transformador cuando compartimos experiencias de resistencia, de recuperación, de sanación entre mujeres

Mis ojos sienten la guerra, pero también sienten la alegría, el amor, la fuerza creativa. Mis ojos me dan seguridad ante la guerra, y me permiten crear, transformar.


Fue muy doloroso leer el texto Acuerpar de Sara Uribe. Desde el principio me resistí a leerlo. Lo vinculé a la violencia feminicida. Pensé que el texto referiría principalmente a la violencia feminicida en el contexto del crimen organizado en México. Creo que eso me hizo dilatar bastante el inicio de la lectura. Cuando comencé a leerlo, y la autora se refiere al cadáver de su madre, sentí pena. Ese dolor me acompañó durante toda la lectura. No pude evitar relacionar sus palabras, su testimonio, su narrativa, con mi propia experiencia. Hubo fragmentos del texto en donde tanto el dolor como la evocación de experiencias propias, se agudizaron.

Si bien vivo en un contexto que difiere considerablemente de la guerra y el crimen organizado que ocurre en el contexto mexicano y en otros países, creo que el lugar que habito es un espacio en que se desarrolla la guerra contra el cuerpo y vida de las mujeres. Un espacio atravesado por las violencias patriarcales, institucionales, estructurales y la explotación neoliberal. Habiendo aclarado este punto que me parece relevante, quiero compartir esos fragmentos del texto de Sara que me resultaron más dolorosos y que resonaron más fuertemente en mi cuerpo.

Tomada de tumblr

En la primera parte, cuando Sara habla del cuerpo muerto de su madre, recordé la primera vez que supe de una mujer víctima de violencia feminicida, asesinada a manos de un hombre. Era una muerte diferente a las otras muertes de las que tuve conocimiento. Tenía 6 o 7 años (no recuerdo con exactitud), y vimos, junto a mi madre y hermanos/as, la noticia de una mujer cuyo cadáver había sido encontrado en un basural que quedaba justo arriba de mi casa. Como vivo en el cerro del sector norte de la ciudad de Antofagasta, detrás de mi casa ya no había más viviendas, y sólo se emplazaba un espacio desértico, el cual era utilizado como basural. Esta mujer que había sido encontrada “muerta” era la madre de quien en ese entonces era mi mejor amiga. Recuerdo que mi madre y todas las vecinas y apoderadas que se enteraron de la noticia, mencionaban que la habían asesinado porque “andaba con un narco” (refiriendo a que mantenía una relación amorosa con un narco). Para mí esa era la única explicación posible, sí, la habían asesinado porque andaba con un narco.

Recuerdo que mi mejor amiga, nunca quiso hablar del tema con nadie. Fue un hito de su historia biográfica del que prefería mantener silencio. Asimismo, todas sus amigas nos sentíamos incómodas de preguntarle algo relacionado al asesinato de su madre o simplemente nombrarla. Era de alguna forma una epistemología de la ausencia como menciona Sara. Con el pasar de los años, y con mi acercamiento al feminismo, comencé a recordar de nuevo esa “noticia”, me di cuenta que fue el primer femicidio del que tuve conocimiento, aunque en ese entonces, no lo significara como tal y constituyera sólo un asesinato horrible. También he pensado en cómo los cerros del Norte de Chile han estado histórica y culturalmente vinculados a la violencia feminicida. En Iquique, en los cerros de Alto Hospicio, entre los años 1998 y 2001, fueron hallados los cuerpos de mujeres jóvenes asesinadas por el llamado “psicópata de Alto Hospicio”. Fueron 14 mujeres jóvenes, liceanas, todas provenientes de sectores empobrecidos. También sus cuerpos fueron arrojados a una fosa en los cerros de Alto Hospicio. Una de ellas fue arrojada viva, el femicida arrojó piedras sobre su cuerpo desvanecido, sin embargo, ella logró sobrevivir. Gracias a ella lograron encontrar al femicida y darle un “cierre” al “caso”. Dicen que su vida nunca volvió a ser la misma, claro, ¿cómo se vuelve a ser la misma después de sobrevivir a una violencia tan profundamente descarnada?

Vi un documental donde sus vecinos/as comentan que ella comenzó a consumir droga, vive en la calle y la gente la inculpa de haber sido cómplice del femicida, de haber mantenido, supuestamente, una relación amorosa con él. Pienso que de su vida no dejaron nada. Negaron su cuerpo, su historia, su dolor, su subjetividad, su derecho de vivir una vida después de haber sobrevivido al femicidio, su derecho y su necesidad de sanar, de recuperar el cuerpo, de recuperar la fuerza, la energía de vivir. Estos cerros que aún habito, ya no constituyen un basural, ahora sobre éstos se emplazan campamentos que albergan principalmente a familias migrantes provenientes de Colombia, Perú y Bolivia, aunque también viven ahí familias chilenas. Siguen siendo cerros atravesados por las violencias feminicidas, raciales, de clase. De un tiempo a esta parte, las violencias que me rodean, me sobrepasan, que ya no sé si pueda seguir habitando este lugar en el que crecí. Necesito huir, a un lugar más tranquilo. Constantemente se oyen disparos, la venta de drogas es cotidiana, y muchas veces somos testigas de la violencia contra mujeres ejercida desde los agresores, sus parejas.

No sé muy bien qué ha pasado, pero en este último tiempo (en los últimos meses), me siento completamente sobrepasada por estas violencias. En muchas ocasiones he intervenido junto a mi madre y hermana cuando vemos que una mujer está siendo víctima de violencia por parte de un agresor/potencial femicida. Me siento ansiosa la mayor parte del día, en estado de alerta, cualquier grito o ruido que escucho en la calle, lo vinculo a una posible situación de violencia. Miro por la ventana. Me siento impotente, pero también sé que no puedo quedarme de brazos cruzados, pues mi cuerpo no me lo permite. Hace un mes aproximadamente, tuve pesadillas, soñé que una mujer era asesinada por un femicida y veía cómo sacaban su cuerpo en una bolsa de basura. La identidad de esta mujer en el sueño no estaba clara, pero sé que vivía unas casas más allá de la mía. Cuando reviso redes sociales, particularmente Facebook, y veo noticias sobre femicidios o violencia de género, prefiero no detenerme en leer, en saber dónde ocurrió, quién fue la mujer que fue asesinada, ni ver su rostro. Esto me ha hecho reflexionar mucho, pues entiendo que como práctica de autocuidado es necesario revisar mis límites y no sobreexponerme a estas violencias, pero también sé que, al rehuir de éstas, paso de la vida, del rostro, de la historia de las mujeres. Pues no son femicidios que ocurren en el vacío, sino que son asesinatos de mujeres, que tuvieron una vida, una historia y que siguen teniendo un rostro.

Tomada de tumblr

En ese sentido, otro fragmento que me atravesó completamente fue el siguiente:

“Un resquicio por donde se coló sí, la violencia, sí, el horror, sí, el miedo, sí, la desesperanza, la angustia, la desazón, pero también el otro, el cuerpo del otro, la palabra sobre el cuerpo del otro, la escritura con el otro, el cuidado y el dolor acerca de la ausencia del otro; y a través de esa mirada hacia afuera, la refracción hacia lo propio: saber que el cuerpo ausente del otro me concierne, saber que los cuerpos que desaparecen y aparecen son también mi cuerpo, que mi cuerpo está atravesado ya, de manera irreversible, por esta guerra que, a diez años, aún nos asola”.

Lloré, lloré mucho cuando leí ese fragmento. Con el fragmento que sigue, continué llorando, y reflexioné sobre lo que verdaderamente puede implicar, desde lo simbólico, ser secuestrada, asesinada y violada, y luego olvidada. Ni siquiera poder ser reconocida:

“Comencé a imaginar mi cuerpo en una de las planchas de la morgue; apilado de manera descuidada con otros cuerpos similares al mío a manera de escombro; abandonado, fragmentado, esparcido, desfigurado, disuelto: imposible de reconocer”.

Otro fragmento que también me atravesó de dolor, fue el siguiente:

“Recuerdo particularmente el cuerpo de una mujer que fue encontrado en una banqueta, junto a un árbol, boca abajo, en una desnudez absoluta, con un cartel y una rosa en la espalda, fraccionado de manera impecable en cada una de sus articulaciones: cuello, hombros, codos, muñecas, caderas, ingles, rodillas, tobillos. Se trataba de un montaje de una pulcritud espeluznante. Las fotografías mostraban el cuerpo en el sitio donde fue localizado y luego, en la morgue, sobre la plancha, la reproducción exacta de la forma en que fue seccionado y colocado para su descubrimiento. Sin saber su nombre pensé entonces y sigo pensando ahora con obsesión en esa mujer desconocida, en la imagen de su cuerpo desarmado y rearmado que me acompañará toda la vida; intento imaginarlo con vida, insuflado de tibieza, arropado por cuerpos que alguna vez amó y la amaron”.

Recordé también los femicidios de Ecatepec que tuvieron lugar el año pasado. Todas las mujeres que fueron asesinadas y luego descuartizadas por este femicida. En una de las noticias vi una fotografía en donde yacían los restos del cuerpo de estas mujeres, en frascos pequeños. Y yo pensaba en que eso habían dejado de sus cuerpos. Cuerpos que como dice Sara, alguna vez amaron, rieron, abrazaron, sintieron. Sólo dejaron pedazos, fragmentos. Es una reducción simbólica y corporal de la vida de las mujeres. La desaparición real y la destrucción total de los cuerpos de las mujeres.

Esa es la guerra que se está viviendo en gran parte del mundo, y que también vivo en el país que habito ¿Cómo no nos va a atravesar la guerra? Creo que a veces no nos damos cuenta, no lo advertimos, no le ponemos nombre, porque pareciera que tampoco tenemos un lenguaje para nombrarlo. Pero sí, es una guerra, y nos atraviesa de una u otra forma.

Tomada de Pinterest

Hubo otros fragmentos del texto de Sara con los cuales también me sentí identificada, pero que por ahora prefiero no compartir, pues he llorado mucho y necesitaré descansar.

Fue una lectura dolorosa, profunda, potente y muy política.


Escrito en el curso Terapia narrativa feminista, de Ímpetu. 

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La Crítica