Feminismo

[Mi historia de autodefensa] Triunfo a medias

Fuente: Pinterest
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Marcela Carmona González. 22 años.

14 de noviembre de 2016

Por mi familia crecí pensando que la imagen lo es todo y que dependiendo de lo que vista es la suerte que me va a tocar; para mi fortuna –o infortuna- esto es algo que me importó muy poco porque, debo decirlo, mis piernas son fabulosas y me encanta vestir faldas cortas. La primera agresión que viví fue a los 17 años cuando caminaba de mi casa a la preparatoria a las 6 de la mañana. Las calles estaban totalmente desiertas a excepción de un sujeto que me intersectó en una esquina y comenzó a seguirme diciéndome vulgaridades. A decir verdad no recuerdo –o no deseo recordar- qué fue lo que me dijo, pero sí tengo muy presente su voz que me martillaba los oídos: hablaba en un tono muy bajo, tan bajo que apenas podíamos entender ambos y repetía unos sonidos como los que solemos hacer cuando nos enchilamos, mientras hacía comentarios sobre mis piernas y mi cabello.

Luego de que me siguiera un par de cuadras –cada vez más y más cerca de mí- volteé a mirarlo y fingí conocerlo. No sé qué tan bien estuvo, pero creo que me ayudó bastante; a decir verdad, creo que fue mi única opción; no había nadie a quién pedir ayuda, no tenía un celular para llamar a la policía y claramente no podía enfrentarme en una pelea contra él porque se veía con más fuerza que yo. En fin, el muchacho se sorprendió y antes de que pudiera decir cualquier cosa yo comencé a interrogarlo con muchas preguntas y a contar historias como si realmente nos conociéramos. Todo sin dejar de caminar en una desesperada búsqueda visual de alguna señora mañanera barriendo su porche, algún policía, un conocido, cualquier persona que pudiera ayudarme.

Llegamos a la escuela antes de que el sujeto pudiera indagar cualquier cosa sobre mí. Me despedí de él todavía en mi papel de conocidos y corrí a refugiarme entre la multitud. Nunca había estado tan asustada. Le conté a mis compañeros y luego cuando llegué a mi casa, a mis padres. Todos coincidieron en lo mismo: era mi culpa por usar una falda tan corta. Y yo les creí. Hubiera dado lo que sea por conocer a alguien que no disculpara a mi agresor y que ese mismo día me detuviera de cortarme todo el cabello y de coser una falda nueva que me tapara las rodillas para usarla el resto de mi estancia en la preparatoria. Considero mi historia como un triunfo a medias; evité que mi agresor violentara mi integridad física pero la marca emocional siempre va a estar ahí. Cada día la siento más que nunca mientras más me doy cuenta de que todo el tiempo somos silenciadas y de que nos hacen sentir que estamos mal por denunciar a los que nos violentan.

Nunca antes conté mi historia hasta hoy, que decidí quitarme la mordaza de la boca y, con algo de suerte, tal vez ser para alguien esa persona por la que mi yo de 17 años hubiera dado todo cuando no tuvo a quién recurrir y cuando todos la señalaron como culpable mientras su agresor se iba feliz por la calle haciéndole lo mismo a otras mujeres. Alto a las agresiones. No más silencio. No estamos solas. No más triunfos a medias.

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La Crítica