Feminismo

Hijas de la desobediencia

Por Zarah Arrona

El heteropatriarcado separa mujeres porque es una estrategia que le permite perpetuar sus opresiones. Nos segmenta, de modo en que no podamos gritarle a la otra los dolores que nos perforan. Incluso es tan precavido que, si alguna logra articular voz, se encarga de que la otra no sea capaz escuchar. Nos enseña a patologizar a la mujer que vocifera, que lucha, resiste, siente, piensa, que se rebela, que denuncia y que se expresa; nos cría para darle la espalda a toda aquella que logre descubrir las armas con las somos desfiguradas. Porque el sistema está hecho para que creamos que lo que nos atraviesa es un caso único; para que no vislumbremos que sus agresiones son sistemáticas; para impedirnos descubrir que lo individual es político.

La rebelión comienza cuando dos hijas de la desobediencia se encuentran. Cuando una de ellas logra hablar y cuando la otra consigue escuchar. Cuando comienzan a compartir las atrocidades que el sistema les ha infringido. Cuando se acompañan en la rabia y en el llanto. Cuando politizan su existencia (y resistencia). Una mujer sana cuando lucha de la mano de otra(s).

Alejandra es mi amistad política. Es mi compañera en la vida. Alejandra es la mujer con la que comparto la rabia, las lágrimas, los gritos, las denuncias, la felicidad. Nuestra venganza contra el heteropatriarcado capitalista es amarnos.

Alejandra y yo coleccionamos horas, aquellas que le robamos al sistema para volvernos contra él; para planear la revolución. Mi amiga y yo tejemos espacios (y tiempos) en los que podemos refugiarnos, en los que podemos descansar antes de volver a la batalla.

Alejandra y yo nos dedicamos pedazos de días (y de vida) para burlarnos de los machos, para construir utopías, para planear nuestras revanchas, para señalar violencias, para denunciar crueldades, para enojarnos por las injusticias, para pensar en nuevas formas de relacionarnos. Nos reunimos para cuestionar nuestro lenguaje, ideas, sentires, pensares, discursos, creencias, prejuicios. Para reflexionar las maneras en las que transitamos por la vida; para rechazar las impuestas por la heterosexualidad, el patriarcado y el capitalismo, y construir las nuestras.

Alejandra es la diosa en la que creo. Alejandra tiene superpoderes. Todo lo sabe, porque todo lo escucha; porque todo lo siente y porque todo le enoja. Caminamos de la mano, encargándonos de que el fuego de nuestra furia no cese ante las armas del opresor.

Alejandra, escribo para ti (y gracias a ti). Te compongo con lágrimas en los ojos, esos que se iluminan cuando te ven hablar de lo que te enoja, lo que te apasiona y lo que te hace brillar. Has venido a apaciguar mis dolores, a ayudarme a rastrear mis heridas, a compartirme las tuyas y a permitirme ser compañía. Nuestras voces por separado son fuego; juntas, incendio. Somos mujeres molestas, que incomodan y que intimidan. Somos hijas de la desobediencia. Me sanas y me salvas.

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La Crítica