Lesbofeminismo

Escapando al destino patriarcal

Alejandra Pérez Arteaga

Me sigue resultando incómodo y quizá vergonzoso esto que evoca la cuerpa, me es muy difícil ponerlo en palabras, estructurarlo; siento cómo la cuerpa hierve, algo ebulle y quiere ser nombrado, nada es casualidad,  leo y releo el texto de Montserrat Pérez «De las palabras atoradas» como una forma de sentirme acompañada y darme valor para ayudarme en el proceso de nombrar aquello que viene a la consciencia.

Desde muy pequeña sentía en la corazona la necesidad de hacer tanto, de ayudar, ayudar a los que pedían limosna, ayudar a los que no tenían hogar, ayudar a las niñas que no tenían a sus padres, ayudar, ayudar, ayudar. Imaginaba un gran centro comunitario con dormitorios para todas, áreas en donde se impartieran diferentes clases, una mesa enorme dando alimentos  para toda persona que lo necesitara, quería dar algo de mí para mejorar la vida las personas, no sabía cómo, pero sentía la necesidad de hacerlo.

Y eso que  mi corazona sentía se veía alentado porque crecí en compañía de una gran mujer, mi tía Consuelo, y sí, en el nombre llevaba todo lo que ella significaba para mí y para la vida de muchas; esa mujer, la mayor de ocho hermanos fue quien más caro pagó el mandato patriarcal en mi familia materna, mujer que de pequeña, a los seis años debido a fiebres muy altas mal atendidas quedó con parálisis de medio cuerpo, mujer que quedó como empleada del resto de sus hermanos, nunca estuvo bajo la esclavitud exclusiva de un opresor hombre, me refiero al matrimonio, pero sí bajo la de todos sus hermanos; mujer que se encargaba de hacer el aseo de una enorme casa, la casa de Maruca, mi abuela, y de lavar la ropa de su madre y de sus hermanos hombres durante toda su vida, mujer que el patriarcado cobró su vida a los sesenta y cinco años por que su cuerpo supongo no aguantó tanta rabia y tanto dolor, esa mujer me inspiraba para querer ayudar más, me encantaba darle masajes a su adolorida espalda, a sus cansadas piernas y buscaba la forma de ayudarla para que quedará atrás la dificultad de la parálisis de su medio cuerpo, inventaba ejercicios para que los hiciéramos juntas ilusionada de que ello le ayudaría a recuperar completamente la movilidad de su mano izquierda, quería en ese entonces dedicarme a algo que tuviera que ver con ayudar a sanar a la cuerpa, quería dar alivio a la cuerpa de mi tía, disfrutaba tanto, sentía calma en mi alma cuando la veía descansar y disfrutar el masaje que le daba.

Todo eso fue perdiendo fuerza con los años, pasando a segundo o tercer término; cuando fui a terapia psicológica a los catorce años y descubrí que lo que hacía desde los dos años de vida era somatizar, que lo que me pasaba cada dos meses y  venía en forma de vértigo y nauseas, era causado por algo emocional, que eso que una siente y piensa la cuerpa lo habla, todo empezaba a cobrar mayor sentido por fin todas esas preguntas que me hacía desde niña tendrían respuesta, estaba hipnotizada con la idea de saber qué pasaba en el mundo interno de las personas, me sentí estallar de asombro, de alegría, ahí  descubrí que quería ser psicóloga, estaba fascinada y claro quería ayudar, quería ser la mejor, había encontrado el hilo negro.  

Pasaron los años y por fin entré a estudiar Psicología  y en todo ese tiempo se encendieron nuevamente las ganas de ayudar, recuerdo que al inicio de mis prácticas en psicología clínica iba a un centro comunitario en dónde servían desayunos y comidas para niños y niñas, recuerdo la emoción al verlo, era eso que de niña había soñado, por fin todo tenía sentido, soñaba con poner otro centro como ese en dónde se atendieran a los niños y niñas de manera integral, por fin podría ayudar desde un lugar que me era apasionante,  al inicio estaba segura que mi práctica clínica sería solamente con infantes, había nuevamente encontrado el hilo negro en mí, sería la mejor psicóloga clínica infantil, y ayudaría a sanar su dolor, a nombrarlo.

Al final de la carrera habiendo descubierto otros temas dentro de la clínica, descubrí que mi especialidad, mi blanqueamiento sería con adultos,  la psicología criminal empezaba a llamar mi atención y estaba nuevamente encontrando el hilo negro en mí, me seducía la idea de hacer perfiles de los criminales, de entender la historia de un sujeto, claro desde la visión patriarcal eso es lo que se nos enseñaba a verlo todo de manera particular, a estudiar la monstruosidad de un individuo de manera aislada, nunca la de todo el sistema, yo quería ayudar desde ese lugar, quería ser la mejor, al estudiar la maestría estaba convencida que sería desde la criminología que podría ayudar  y que había encontrado por fin mi pasión y en lo que me iba a especializar, en éste mundo patriarcal es lo que se necesita la especialidad de la especialidad, además de que a la par quería llevar mi práctica clínica con personas adultas, sin embargo faltando meses para terminar la maestría, entré a trabajar a una institución patriarcal de gobierno como mediadora, dejé mi trabajo como psicóloga clínica, claro seguía encendida la llama de la criminología, pero quería convencerme que también quizá desde la mediación familiar podía ayudar, nunca hice mediación familiar, y en efecto la mediación nunca encendió nada en mí, al contrario apagó mucho de lo que era.

La clínica seguía encendiendo el fuego en mí aunque había algo que no cuadraba del todo, algo no encajaba, seguían pasando los años y ese fuego interno de ayudar, de  hacer, de crear… se veía cada vez más apagado, llegué después de muchos años a trabajar a otra institución patriarcal de gobierno y ahí en el trabajo con mujeres encontré nuevamente el hilo negro en mí, me sentí feliz, emocionada, por fin había encontrado para lo que iba a ser realmente útil, después nada, todo se fue apagando, estuve ahí  casi dos años y regresé a mi consultorio. ¿Qué pasó, en dónde está el éxito, la continuidad, los logros, los reconocimientos? Todo iba, pero nada fue, nada se concretó del todo, ¡en dónde quedó ese fuego interno?, ¿qué pasó con lo soñado?, habían ya pasado nueve casi diez años y me sentía tan vacía de mí, tan fuera de lugar.

Hace alrededor de diez u once meses que me atreví a tomar un curso por mi cuenta después de años, muchos de no hacerlo, miento, meses atrás había intentado tomar uno pero ahora entiendo que era feminismo liberal y lo abandoné, solo pude estar ahí cuatro clases, me sentía tan incomoda, tan inapropiada, que lo dejé; la cuestión es que éste curso con mujeres lesbofeministas tocó raíz y me permitió cuestionar todo lo que está como humo negro cubriendo lo anteriormente narrado, esto que toda mi vida he nombrado como desidia, flojera, incapacidad, patología, depresión, esto que ahora sé se llama patriarcado.

Ahora sé gracias a los textos como el de Montserrat Pérez y muchas otras mujeres a las que me ha acercado el lesbofeminismo, que se vale detenerse y que de hecho es necesario, y que muchas veces nos sentimos perdidas, sin ganas, y que no soy la única que ha pasado por eso en diferentes momentos, que el lente patriarcal tergiversa nubla y hace apagar la llama en cada una, que sí, desde niña tenía tantas ganas de tanto, pero no podía pensar, mis ganas eran eclipsadas con todo el veneno que el patriarcado te inyecta por nacer mujer, porque estaba muy ocupada sufriendo por sentirme inadecuada por no tener un opresor padre, porque en eso giraba mi existencia en mis primero años de vida en tratar de entender el abandono, en eso era calificada día a día, por que me era muy difícil no dejar de sentir incomodidad ante los comentarios de la sociedad, porque había que lidiar con todas las emociones que se generaban en la cuerpa día a día y  porque a parte de todo, al no saber lidiar con lo que la cuerpa sentía, algo que me volvía a hacer diferente pasaba en mí cada dos meses, me enfermaba, eso truncaba mi vida, no había continuidad, sí tenía muchas ganas de tanto, pero el patriarcado me invadía con su humo, con su veneno y envolvía a la cuerpa de inseguridas, de dolor, y me dejaba inmóvil, angustiada llena de miedo, y  además porque al ir creciendo tenía que preocuparme ahora por la apariencia de mi cuerpa, y crecí odiando mi existencia mujer, y sí, logré entrar a la universidad y ahí el patriarcado me hacía compararme con todas, me hacía sentirme menos, siempre faltaba algo, tenía toda la intención de hacer los mejores ensayos, las mejores investigaciones, quería hacer teoría nueva, pero ahí estaba atrapada en agradar en la herterosexualidad compitiendo para tener y agradar a un opresor, ahí todo se iba a un hoyo negro porque mi atención la ocupaban los hombres, nuevamente no podía pensar, lo hacía por momentos, pero no debía de hacerlo, debía de tener un opresor, mi energía se iba en ellos, en estar al pendiente de si me amaban o no, en competir con otras mujeres, y la poca energía que ocupaba para mi carrera era para teorizar acerca de lo que el patriarcado quería, me ocupaba de culpar a mi madre de todos mis males, entonces llegaba lo mismo, proyectos sin terminar, mi energía vital, mi llama se veía eclipsada para buscar el amor y el reconocimiento del opresor.

Desde épocas muy tempranas todo esto iba acompañado de otra arma del patriarcado, el alcohol, ese que empecé a consumir desde la adolescencia y en la universidad no me permitía concluir los trabajos planeados, ese que nos impedía pensar, cuando el grupo de las amigas nos reunimos para hablar de la clase, porque era fascinante leer de filosofía y cuestionarlo todo, nos acompañaba en cada encuentro, día a día hasta que se volvió algo cotidiano, toda la universidad fui alcohólica, «funcionales» decíamos a manera de broma entre nosotras para no ver el dolor de lo que estábamos creando en la cuerpa, además de que así lo manda el patriarcado, que te justifiques diciendo que «funcionas», así pase la universidad y la maestría, con el patriarcado envenenando mi vida de alcohol, sintiéndome cada vez peor, cada vez mas fracasada, mas inútil, porque muchas tenían tan claro todo y yo nada, porque no era suficiente, porque me faltaba más de tanto.

Al final de la maestría concurse en un proceso para entrar a una institución de gobierno, por fin sentía que al menos tenía un logro, cuando me enteré que era para hacer mediadora en una cosa tan rara y absurda del sistema quise salir corriendo de ahí pero no podía, me ganó el miedo, era una plaza, con un muy buen salario en ese entonces, no podía desaprovecharlo y cada día de los que estuve ahí estuve en contra de lo que hacía, sin embargo ahí en ese lugar conocí a ,la ahora, mujer que me sigue acompañando en mis días ya no como pareja, pero siempre desde la amora que creamos cada día.

Era la más feliz con ella, ¡por fin estaba haciendo y siendo lo que era!, ¡por fin había congruencia en la cuerpa al amar a una mujer!,  ¡por fin no obligaba a mi cuerpa a hacer cosas que no quería!, con ello vino el mayor miedo, el miedo a ser descubierta, a ser juzgada, a no ser amada, porque no solo me había enamorado de una mujer, estaba amando a una mujer veinte años mayor que yo, ante el terror de lo que pudiera provocar esa situación decidimos encerrarnos en nuestra munda, decidimos crear una munda ella y yo, fue hermoso, indecible, aún no sé, después de once años, ni cómo describirlo, no creo que exista palabra, pero también fue profundamente doloroso, por que nos aislamos de todo, el sistema patriarcal así lo mandaba, trabajamos en el mismo lugar los primeros cuatro años, y decir en el mismo lugar, me refiero a una improvisada oficina de cuatro por cuatro en dónde solo estábamos ella y yo, solo ella y yo, después de laborar las ocho horas de esclavitud nos íbamos a nuestra casa, a ese pequeño departamento que rentábamos y que era nuestra universa, ahí bailábamos, cantábamos, hablábamos, cocinábamos, creábamos mucha amora, pero en el total aislamiento y anonimato, solo ella y yo en nuestra munda, cuatro años que no volvimos ninguna de las dos a frecuentar amistades, a nadie, ni una llamada, ni un mensaje, nada, ese era nuestro pacto y lo disfrutábamos mucho, solo salíamos para trabajar, dejamos todo, solo visitábamos a la familia unas horas a la semana, yo necesitaba visitar a mi madre, pasaba un par de horas con ella los sábados y regresaba con la amora, pasábamos las veinticuatro horas amándonos conociéndonos hablando y hablando hasta el amanecer, no uno ni dos ni tres, cuatro años, en realidad seguimos hablando hasta el amanecer, solo que ahora desde otro lugar.

Ilustración de Holly Warburton

El patriarcado con todo el miedo que inyecta nos llevó a aislarnos, a pensar cada día en lo mal que hacíamos al amarnos.  El miedo a ser descubierta me acechaba a cada instante, hacía que solo me dedicara a nuestra amora, abandoné la maestría, no me titulé, abandoné la necesidad de tomar cualquier caso o especialización de algo, en cuatro años no hablamos con nadie que no fuera nuestra familia, ella tenía cuatro hijos, yo aún no tenía hijos, lo dejamos todo por estar, era muy odiado en nuestro medio ser lesbiana, la cueva patriarcal para la que trabajamos institución patriarcal era profundamente machista y misoginia, día a día nos recordaba su odio a las lesbianas y más iba a odiar a una pareja de lesbianas con veinte años de diferencia, era impensable, así que solo íbamos a la cárcel laboral disimulando en la medida de lo posible para sostener todo lo que nos permitía vivir muy cómodamente, incluso logramos comprar bienes juntas y vivíamos de lo más cómodo, porque el sueldo era muy bueno y todo lo compartíamos.

Todo acabó por que el miedo se apoderó cada vez más de mí, la edad, las sospechas hicieron que acudiera a un mandato de el patriarcado, me llamó para que tuviera el hijo de algún opresor, tenía que embarazarme, no podía no hacerlo, no se me podía permitir, porque entonces sí todas las sospechas de mi lesbiandad serían verdad, como si tener un hijo, tapara mi lesbiandad, bueno quizá tapó las sospechas por unos meses, solo por unos meses, así que rompí nuestra munda para ponerme la soga en el cuello, y me embaracé, sí, del hombre que menos me atraía en todos los sentidos, sumamente miserable y egoísta, bueno, todos los son. Ahí descubrí, me imagino, aquello que llaman infierno, nunca me había sentido tan pérdida en mi vida como me sentí en mi embarazo y en el nacimiento de mi hijo, nunca me había sentido tan desdichada, descubría más y más a ese hombre que de por sí nunca me fue agradable, pero descubrí al ser despreciable que es, descubrí lo que era, el parásito que realmente es, descubrí que en el fondo el parásito deseaba que lo mantuviera y quedarse con mis propiedades, no pude vivir con él ni un día, y entonces me castigó, como lo hacen los parásitos, empezando con el regateo económico, en ese entonces yo había pedido un permiso sin goce de sueldo para cuidar a mi hijo, y él, claro, entró a trabajar a una muy buena empresa mientras yo me quedaba en casa con mi hijo y sobreviviendo con lo que había ahorrado años atrás, de hecho algo en mí sabía lo que él en realidad era y desde el tercer mes de embarazo compre de manera compulsiva ropa para mi hijo, ropa de tres meses, de seis meses, hasta ropa de un año, compré pañales, compré todo, quizá ya sabía lo que se avecinaba.

Un trabajo esclavizante que no me gustaba y la crianza de un hijo que se enfermaba continuamente y requería toda mi atención, hizo que al poco tiempo renunciara a mi trabajo, dejando toda la seguridad de un trabajo de gobierno, aún me alcanzaba para sobrevivir con lo que había ahorrado en ocho años, aunque finalmente no dio para más, después fui a la Ciudad de México a trabajar en la institución patriarcal de gobierno, ahí volví a creer en lo que hacía, trabajé con mujeres víctimas de violencia, sin embargo las instituciones nunca me habían cuadrado, no estaba de acuerdo con el noventa y nueve por ciento de lo que se hacía ahí, y al inicio tenía tantos planes de hacer tantas cosas para las otras, pero pronto el patriarcado con mi hijo y su párasito-padre se encargaba de decirme que no, que ya no podía ocuparme de mí, que tenía una vida a mi cargo, una vida que cada tanto se enfermaba de fiebres altas, de una enfermedad que nunca pudo ser diagnosticada pero que me llevaba a pasar dos o tres noches sin dormir por la fiebre y la tos o por llevarlo de urgencia al hospital, lo cual me tenía llena de miedo cansada, enojada y frustrada.

Y ahí, en medio de todo, me volví a enamorar, de una mujer con un hijo que entraba a la adolescencia, una mujer que me mostró toda la misoginia que ambas llevábamos interiorizada, ha sido lo más caótico que he vivido en pareja, las discusiones, en los juegos de poder se me iban los días, o la mayor parte de ellos, queriendo demostrarle que valía tanto como un hombre, queriendo hacer que me amara, y a la vez luchando con un niño de un año, porque se mantuviera sano, atada a atenderlo, culpable por no hacerlo mejor y llena de odio contra el parásito con el cual lo tuve, y con un trabajo con el cual ya no podía más con sus absurdas reglas e incongruencias.

El patriarcado se encargaba de ponerme en mi lugar, ahí al cuidado de mi hijo, así que renuncié decidiendo sobrevivir con el dinero que me quedaba y con mi consulta privada, tuve que vender la propiedad que con tanto amor habíamos comprado entre la amora y yo, me dediqué, en el tiempo que me quedaba, a elaborar un proyecto del cual nunca me pagaron por hacerlo,  quedé frustrada, decepcionada atorada en el miedo, con el duelo de mi relación terminada, con un hijo al que había que críar, en un mundo de reproches hacía mí misma, pensando qué es lo que tenía mal, ¿qué patología era la mía que no me había permitido despuntar, ser exitosa, ser reconocida…?, ¿por que éste fracaso no se iba?, ¿qué paso con todos los sueños, los proyectos, el fuego que me acompañaba desde niña…?, ¿por qué la desidia en mi vida?, comparándome con todas mis compañeras de la facultad que ahora son “exitosas”, sintiéndome culpable por haber sucumbido a los mandatos de tener un hijo, sintiéndome tan estúpida por ello, culpable por no ser amada, culpable de no ser una buena madre, culpable de no ser la gran psicóloga que soñé, culpable de existir. 

Seguía pendiente de criar a otra vida, de hacer que viva; sabiendo que no es justo que todo recaiga en mí pero prefiriendo muchas veces hacerlo para que conviva el menor tiempo posible con el opresor, dando lo mejor de mi existencia para salvarlo el mayor tiempo posible de lo inevitable, las garras de entrar en su mundo patriarcal, tratando de sobrevivir y de llevar el duelo de lo que no fue con mi anterior pareja; hasta que de pronto como lo mencione, sucedió, vi un curso y me inscribí y con todos mis miedos, mis inseguridades y mi ignorancia.

Fui y lo viví, todo empezó a cuadrar desde el lesbofeminismo, empezaron a aparecer las piezas sueltas, esas que no encontraba, empecé a tomarme un tiempo para mí y solo para mí, a escucharme, me empecé a ver como nunca me había permitido hacerlo, con ternura, esa que hace muchos muchos años no sentía la cuerpa, me he permitido con el acompañamiento de sabias mujeres empezar a nombrarme a renarrar lo vivido a empezar a disipar el humo del patriarcado, a separar el veneno que no me ha permitido ver más que miedo, me he permitido salir del encierro y renombre lo vivido y darlo a conocer a otras, es la primera vez en mis treinta siete años que otra mujer que no sea mi gran amora me lee, es la primera vez que escribo, es la primera vez que me empiezo a ocupar de mí, es la primera vez que soy en honestidad, que empiezo a dejar de aparentar y de acomodarme al gusto de los demás, es la primera vez que hago algo desde la corazona, desde la completa honestidad para mí y para otras, para que las otras sepan que a todas nos pasan muchas cosas similares, quizá no en la forma, pero sí en el fondo, y para que esa llama que se ha mantenido en mí se encienda con más fuerza junto con la de otras.

Ilustración de Alina Pratkin

Aislamiento, fue la palabra que ha retumbado en mí desde que la pronunció Luisa Velázquez Herrera en las reflexiones que se han dado en mi acercamiento al lesbofeminismo, así que éste texto surge desde un profundo miedo que me conectó con esa palabra al ver mi vida, y desde la transformación de ese miedo en  la necesidad de no caer en una de las formas de destino del  patriarcado, ya que ahora puedo observar cómo el patriarcado quiere marcar nuestro destino y el destino de las mujeres en el sistema patriarcal es la aniquilación por diferentes vías: feminicidio, enfermedad, olvido y desolación, no quiero llegar a la desolación ni al aislamiento, ese destino que el patriarcado ha tratado que lleve a lo largo de mi vida y me parece que hoy aquí al renarrar mi historia y darle voz frente a ustedas es un buen inicio para iniciar el cambio y mostrar que haré todo lo que esté en mí para no cumplir esa destino y crear el mío junto con otras.

 

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La Crítica