Cuento

(Cuentos anticoloniales) Jarrito de barro crudo

Jarrito de barro crudo*

 

Patricia Karina Vergara Sánchez

 

 

 

La niña con quien comparto el pupitre es muy bonita. Siempre he querido ser su amiga, por eso le doy de mis caramelos y de la torta de frijolitos que me hace mi tía para el recreo. Ella se los come, pero no quiere ser mi amiga y es grosera conmigo.

Yo creo que no quiere ser mi amiga porque yo soy muy fea. El cabello de ella es rubio y sus ojos parecen dulcecitos chiquitos de miel. Su piel es blanca, blanca. Me parece que es como si siempre estuviera recién bañada y olorosa a jabón de flores. Tan blanca es limpia, blanca es buena, blanca es bella.

Yo, en cambio, tengo esta piel. Mi madre me dice: “mi prietita”, mi tío dice con voz dura: “la prieta” y sé que quieren decir que mi piel no es blanca. Mi piel no es color miga de pan como la de mi vecina de asiento. Mi piel, se parece más al color de los jarros de barro cuando están recién modelados, antes de que los metan al horno.

Por eso, cuando escribimos, lado al lado en el pupitre, y están nuestras manos sobre nuestras libretas, yo miro la mano de la otra niña, mano blanca y limpia sosteniendo el lápiz que contrasta con la mía, tan morena, y, entonces, algo como un dolor, como una tristeza, se me pone en los ojos y siento que mi mano está mugrosa.

Aun cuando yo siempre me lavo y me lavo, todos los días me pasa que me siento apenada de que mi piel sea oscura, por eso parece sucia. Pido permiso a la maestra, salgo al baño y vuelvo a lavarme, pero al regresar al pupitre, sigue siendo de este color tan distinto al de ella. Yo creo que, por eso, ella, es más linda y mejor que el resto de los niños y niñas del salón.

Sé que mi compañerita es mejor porque me lo enseña mi maestra. La maestra le da siempre la palabra cuando pregunta cosas en clase y cuando todos levantamos la mano; la felicita a ella, cuando hacemos el trabajo en equipo; le sonríe cuando le habla y todos los días pone estrellitas en la frente de la niña del cabello claro y le dice que es muy lista. Por ser mejor, siempre es la designada para decir las palabras cuando los lunes nos toca hacer el homenaje a la bandera. Creo que ya aprendí que es así.

Un día, viene la directora al salón y nos cuenta que hay que hacer un bailable para el festival de la escuela, que a mi grupo le tocó una danza mexica y que quiere que lo hagamos muy bonito.

Nos ponen por dos semanas a ensayar a todas las niñas y niños del grupo. Reímos con los saltitos y giros que nos enseñan. Nos parece un ritmo extraño, no entendemos este baile, es algo tan viejo que ni mi mamá lo conoce. No es lo que la gente baila en las fiestas de familia, y por eso nos distraemos y la maestra que nos guía los ensayos se desespera.

Llega el día del festival, nos mandan a las niñas a vestirnos en los baños de la escuela, porque hay un espejo grandote donde podemos vernos.

Mi madre me ayuda a vestirme. Llevo puesto un huipil y ayoyotes en mis tobillos. Cuando estoy lista, mi mamá me mira, sus ojos brillan. – ¿Qué es, mamita?

Veo en el espejo lo que ve ella.

Soy yo, con mi atuendo y con huaraches en mis pies, con las trenzas destejidas y sueltas a la espalda. Me parezco a una de las princesas de antes, esas que están en las imágenes de los libros de historia de segundo año y de las tarjetas que venden en el centro para los turistas. Mi madre me abraza con cariño. Lo sé, hoy me veo muy distinta.

Salimos del baño, hacia la explanada. Otro grupo, el 5 “A”, está bailando un Son Jarocho, luego será el turno de mi grado.

Pasamos junto al público que mira los bailables y la mamá de algún niño, señalándome, le dice en voz alta a la mía: – ¡Pero, qué indita tan bonita!

Se hace un silencio alrededor por un momento.

Muchos ojos me miran y miran a la mujer que me señaló y luego a mi madre.

Mi mamá se pone un segundo seria y luego se hace como más alta, sonríe con una sonrisa grande, grande: – Sí, indita bonita, mi prietita preciosa-

Sonrío yo. Soy su prietita preciosa.

Respiro y el aire entra a mi cuerpo, como un aire nuevo.

Camino con el resto de mi grupo al centro de la explanada a hacer nuestra presentación.

Levanto mi rostro. El retumbar del huéhuetl, hoy lo siento por adentro. Juego a que soy una venadita que salta. Mientras, se ríen los ayoyotes en mis tobillos al ritmo de la danza. Yo, indita, color jarro de barro, voy girando. Estoy llena por dentro de aire fresco.

 

 

 

 

Escrito en el Taller “Cuentos Anticoloniales”.

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La Crítica