Análisis

Condiciones de paz: impunidad anunciada

Esta semana, las revictimizaciones públicas de funcionarias de la Ciudad de México en contra de víctimas de violación y sobre las mujeres organizadas, han sido tantas, que fue difícil elegir cuál abordar. He optado, finalmente, por reflexionar sobre tres actitudes que dan cuenta de la distancia que crean los aparatos de la legalidad patriarcal entre las mujeres que sirven al poder y quienes lo padecen.

Los tiempos de paz

Las mujeres que seguimos con vida en México estamos heridas.

Nuestras hijas, madres, hermanas, amigas, nosotras, hemos sido amedrentadas, acosadas, perseguidas, violadas, golpeadas, desaparecidas…

Fuente: Facebook

No es que la violencia en contra de nosotras no suceda en otros países, pero en México tiene una intensidad muy particular: Hace ya casi veinte años que México es el triste símbolo mundial del feminicidio. Cuando las mujeres más vulnerabilizadas, madres de las desaparecidas en Ciudad Juárez levantaron sus voces, las autoridades las ignoraron, las difamaron y desde la más absoluta negligencia mantuvieron la impunidad y les negaron justicia a ellas y a sus hijas. Después, con la enseñanza de que la impunidad sería una constante, el odio y el desprecio sobre lo que pasa con la vida y los cuerpos de las mujeres se propagó por todo el país a lo largo de estas dos décadas. De tal manera, que hoy hablamos de miles de víctimas de violencias, torturas, trata y asesinato de punta a punta del territorio.

En contraste, tras los 20 años de “atención al tema” que han prometido los distintos gobiernos y mujeres tecnócratas de género al servicio del poder, los resultados son una oda a esa impunidad:

*Sólo el 1% de los feminicidios llega a sentencia.

*El 91% de los delitos sexuales no se denuncian, principalmente, por temor a la revictimización y, para 2017, de los más de 87 mil casos que sí se denunciaron, sólo había 7 mil 510 reclusos purgando una sentencia por algún delito sexual; por violación, 3 mil 947; por abuso, 2 mil 396 personas, y por acoso, 40.

Lo que hoy tenemos como resultado es que muchas, tal vez la mayoría de las mujeres que rondan poco más de los 20 años de edad, crecieron con el temor de sus madres a que las secuestraran; sin que existiera un día sin una nota en los medios sobre un nuevo feminicidio; han visto cada día imágenes de mujeres destazadas y torturadas en una guerra no declarada pero que no tiene piedad con ninguna; han colaborado, de una u otra forma, en búsquedas de mujeres desaparecidas; tantas de ellas han visto desaparecer o morir a otras que han sido sus cercanas. Ellas no han conocido otro México que este que las tortura y asesina. Igualmente, madres y abuelas, no pueden vivir un solo día sin la zozobra de no saber cuándo o quiénes serán las próximas. En este contexto, no hay cara suficiente para pedir calma, para no reconocer el derecho a estar hartas.

Nota publicada por Excelsior el 12 de agosto de 2019

Todo lo anterior se suma a que, desde los servicios de impartición de legalidad, además de la omisión y de la negligencia, la policía y los funcionarios tienen deudas pendientes con las mujeres. No hemos olvidado que en muchos de los feminicidios en Ciudad Juárez, había voces señalando a la policía y los funcionarios como responsables; más adelante, a los policías violadores todavía impunes de Atenco; hace dos años, la filtración de información y el intento de carpetazo simulando como suicidio el caso de Lesvy, tantos montajes televisivos creando culpables a modo; las recientes filtraciones de información en casos como el feminicidio de Aidée Mendoza; las denuncias de tortura sexual a mujeres en prisión o detenidas; peritajes que “se filtran” todo el tiempo a favor de agresores; ineficacia en investigaciones; los ministerios públicos indolentes a los que nos seguimos enfrentando hoy mismo, con todo y su famosa 4T, entre otras cuentas por anotar.

Sin contar que esos mismos policías, cuando se recibe algún tipo de acoso en la calle, en lugar de auxiliar, como práctica frecuente, tratan de desalentar las denuncias o se burlan o, abiertamente, protegen a los acosadores.

Hace ocho meses comenzó un “nuevo” gobierno que, dijeron, implicaría una transformación. Aun cuando los puestos altos de poder los ocuparon los funcionarios de siempre, nos dijeron que el actuar de la policía y de los aparatos de impartición de justicia serían distintos. Sin embargo, la población no está percibiendo que esto sea cierto.

El colmo ha sido que, en días recientes, en la Ciudad de México ocurrieron situaciones imperdonables:

Un policía violó a una adolescente de 16 años en la sede del Museo de Archivo de la Fotografía; otros dos policías fueron detenidos a mediados de julio acusados de violar a una indigente; 4 policías fueron acusados de violar a una adolescente.

La niña de este último caso y su familia fueron víctimas de violencia institucional al filtrarse información privada. Filtración muy oportuna para detener y enturbiar la investigación, pues la familia perdió la confianza y se alejó del caso. Para el 12 de agosto, el periódico Excélsior publicaba una nota en donde afirmaba haber estado afuera del domicilio de la menor y que había dos agentes de la Policía de Investigación a bordo de una patrulla “resguardando” el domicilio. A pesar de que los padres de la chica habían rechazado “protección” policial.

¿Se imaginan qué horror y qué intimidación? Los policías no deseados, compañeros de los agresores, ahí enfrente de su puerta y los medios rondando la casa. De ese tamaño es lo que han estado haciendo a esa niña.

Entonces, ante el tamaño de la violencia histórica y el peso de tanto hartazgo, la realización de una manifestación el pasado 12 de agosto con consignas y pintas, es, en realidad, una de las formas más pacíficas y ecuánimes de actuar cuando ya tenemos el vaso derramándose.

Por ello, cuando Ernestina Godoy,  procuradora de justicia de la Ciudad de México, indignada por un vidrio roto y por un “baño” de brillantina a un funcionario, escribió aleccionadoramente sobre algún diálogo sin violencia y en condiciones de paz, lo que mostró fue una alta insensibilidad social porque:

1.- Está, de facto, acusando de violencia un acto de protesta social. La violencia es, por definición, un abuso del poder y, aquí, el poder lo tienen ella y su gente.

La violencia es que pretendan dictar cuándo se puede dialogar, mientras ellos hablen y nosotras les escuchamos en sus condiciones; es violencia cuando criminalizan a quien les interpela; cuando detentan el poder de decir cuáles son “las formas” de interpelar y cuando amedrentan con carpetas de investigación para silenciar a quien protesta.

Todavía, Godoy, insiste en pedir “respeto”. Señora, para estas alturas, respeto no es que le pidan a usted una audiencia y le digan “por favor” y “gracias”.

Respetar significa tener consideración de que algo es digno. Entonces, en este conflicto, “respetar” sería que las funcionarias y funcionarios de este país salgan a decir: “A la dignidad de las mujeres, le debemos mucha justicia y no nos vamos a esconder tras las argucias de la legalidad. Reconocemos su derecho a la rabia”. Eso sería respeto.

Y, si nos respetara, no hablaría de condiciones de paz porque si conociera una pizca la realidad cotidiana de las mexicanas que vivimos sin privilegios y sin guardaespaldas, sabría que, la paz, hace mucho que no la conocemos y se nos adeuda.

Antes de que me recuerden que este nuevo gobierno tiene “sólo ocho meses”, les respondo que la gran tragedia de violencia sexual y feminicida de este país, las alertas de género, las recomendaciones de la ONU y el descontento de las mujeres, no son ninguna novedad. Ya lo sabían, ya deberían saberlo quienes entraron al nuevo gobierno, porque ya eran previamente funcionarias públicas y desde la candidatura era su deber ético, moral y político plantearse el abordaje de uno de los puntos más sensibles de la problemática del gobierno que deseaban ejercer.

Sin embargo, lo que estamos recibiendo es un, ya no tan nuevo, gobierno encabezado por un presidente que difícilmente nombra a las mujeres aun cuando se le pregunte por nosotras y que en meses pasados ha venido enunciando a «los valores» y a «la familia», ejes del discurso conservador, como sus referentes y, en otras declaraciones, ha hablado de su tranquilidad de cumplir su deber como buen «cristiano».  No es que este hombre no sepa lo que está diciendo, está fijando una postura política preocupante para los derechos humanos, en general, e invisibilizante de las mujeres como sujeto político, aunque, mañosamente, no lo esté explicitando. Su equipo parece estar actuando en consonancia.

El «diálogo» que adula

Otra afrenta vivida por el movimiento feminista y amplio de las mujeres, es que tras un exabrupto de Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de la Ciudad, en donde llama “provocación” a la protesta y amenaza con investigaciones en contra, ante la crisis subsecuente de su imagen pública, llama de urgencia a un supuesto “diálogo con feministas” en donde sus allegadas declaran en público su adhesión y se reiteran luchando en contra de la violencia hacia las mujeres. En este acto, lo que hace es:

1.- Señalar públicamente quiénes son sus interlocutoras oficiales. Salvo un par de excepciones, en su mayoría son tecnócratas de género que se nombran feministas y que, desde luego, no son las voces de las mujeres de la población organizada.

2.- Sentar a su mano derecha a Marta Lamas. Ese es en sí mismo un mensaje de cuál es la mirada política de este gobierno respecto a la violencia contra las mujeres, pues Lamas es la teórica de cómo ejercer la revictimización en contra de las mujeres. Es ella quien, por ejemplo, llama en sus textos de «puritanas» a las que señalan la violencia sexual contemporánea y cuyos documentos y declaraciones, que intentan deslegitimar las denuncias de las mujeres, han sido rechazados ya en un manifiesto firmado por más de 500 feministas, abogadas, sociólogas, psicólogas, antropólogas, acompañantes de víctimas, colectivas, luchadoras sociales, periodistas y muchas otras.

3.- Fingir diálogo para silenciar las críticas. Ese “diálogo” de pantomima no es más que tratar de reparar su imagen ante la mirada internacional y una defensa a ultranza del estatus quo. Mera simulación que explicita el negarse a reconocer el momento crítico que pasa para el bienestar de las mexicanas, pero también nuestro hartazgo. La historia habrá de cobrárselo.

Fotografía: Victoria Valtierra

Modos de silenciar

Dentro del evento de “control de daños” ya mencionado y convocado por Sheinbaum, sucedió una declaración que no puede dejar de señalarse:

Desde su lugar de poder, la senadora del partido Morena, Malú Mícher –quien, desde luego, no camina las calles que nosotras caminamos; que en estas mismas décadas ha ocupado distintos puestos de funcionaria en “el tema de las mujeres” donde parece hablar por nosotras, pero sin conocernos— en respuesta a la consigna sobre los policías: “No me cuidan, me violan”, lanzada por la manifestación, dijo:

Sí nos están cuidando, no nos están violando, pero lo que no han hecho lo están corrigiendo y lo han seguido corrigiendo día tras día”.

Este es un acto hostil, esta sí es una declaración violenta.

1.- Porque tiene un lugar de poder y medios que replican su palabra negando las nuestras, está abusando de ese poder para silenciarnos.

2.- Porque, en su lugar de clase y poder, los policías le rinden cuentas; mientras a nosotras nos acosan en las calles, nos amedrentan cuando queremos poner una denuncia y nos maltratan. Es ofensivo el intentar borrar-anular nuestra palabra, colocada por las mujeres a quienes no reconoce. ¿Cómo se atreve a pretender deslegitimar una consigna levantada por miles de voces, porque a ella, privilegiada, dice que no le pasa?

3.- Porque no es uno, son, al menos, tres casos visibilizados tan sólo en la CDMX que denuncian violencia sexual cometida en días recientes por policías. Por ello, cuando esta mujer afirma: “no nos están violando”, nos está llamando mentirosas y niega la palabra de las víctimas directas. Eso es imperdonable.

La tecnocracia de género, esa que hoy está dirigiendo las “políticas de género” del país, tiene la misma función que la de los sindicatos “charros”, cubrir los intereses del patrón, del amo, simulando representar a las que están más abajo… pero ya no, nos les sostenemos más. Ustedes quédense en sus mesas de manteles verdes y maratónicas sesiones adulándose entre sí, asegurándose salarios que puedan cambiar a euros. Nosotras, las mujeres de la cotidianidad, tenemos la fuerza de nuestras palabras, la rabia organizada y estamos defendiendo la vida nuestra y de las que amamos.

Fuente: Proceso

Post Escrito

La noche del miércoles 14 de agosto “apareció” en los medios televisivos un video que supuestamente exculpa a los policías denunciados en uno de los casos de violación. Seguimos con el tema de las «filtraciones». Qué curioso que se «filtre» un video borroso y lejano, en donde, en menos de un minuto, nos dice el locutor lo que tenemos que ver ahí (que yo no lo veo). No sirve el C5, pero sí la cámara de la vecina. ¿Por qué la vecina (otra o la misma) que, coincidiendo con la declaración, no abrió cuando la niña pidió ayuda? ¿Es la calle del caso, es el lugar, es la chica, son los vecinos? ¿Por qué lo presentan los medios y no Ernestina Godoy? …Todo se filtra en este país. Los medios tendenciosos, se ocupan ya de que el machismo de este país juzgue el caso.

La mañana del 15 de agosto, “apareció” la noticia de que por falta de médico legista se “perdieron” las pruebas genéticas de la violación.

Queda, entonces, solo la palabra de una niña amedrentada contra todo el poder de la Procuraduría protegiendo a su gente, de la manipulación posible de videos y los editoriales de los medios de comunicación al servicio del Estado, de las habladurías de la gente misógina, de las tecnócratas de género ofendidas porque nos se les rinde culto, de un Estado que, una vez más, pone en funcionamiento la maquinaria de la legalidad patriarcal.

Pues, con todo y eso, tengo un mensaje para esta niña de 17 años, para la de 16 del museo, para la mujer indigente y para cualquier otra que esté bajo el temor de denunciar a todos los violadores instalados cómodamente en la función pública. Incluso cuando el resto te señale: hermana, yo sí te creo.

Nosotras te creemos.

Cierro citando a Telma Ferrer: “lo que se ve claramente (en el video) es que sólo cambiaron las siglas del partido, los métodos siguen intactos”.

Fotografía: Cuartoscuro

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La Crítica