Feminismo

Levanto la voz por ti

Raquel Prior

Cada que voy a marchas por el aborto seguro, legal y gratuito, pienso en las miles de mujeres que han abortado, pienso en las que querían hacerlo, en las que abortar les salvó la vida, en las que tuvieron que hacerlo porque fueron obligadas, pienso en las que no querían hacerlo pero sufrieron un aborto espontáneo, pienso en mi mamá. 

Cada que grito: “¡Aborto sí, aborto no, eso lo decido yo!” pienso en lo importante que es la despenalización del aborto en todo el país, en todo el mundo; en lo juzgadas que han sido las mujeres que lo han hecho, sin importar los motivos que las llevaron a tomar esa decisión y me convenzo de que organizarnos para luchar por nuestros derechos es un acto de amor, no sólo hacia nosotras, sino también hacia las futuras generaciones de mujeres, y el amor es subversión

Peleo por mis derechos, por el de mis hermanas, mis amigas, mis conocidas, mis maestras, mis compañeras, pero en especial, peleo por la despenalización del aborto por mi mamá. Cuando yo tenía cuatro años, mi madre tenía 4 meses de embarazo, era muy feliz porque al fin iba a poder tener al hijo varón que tanto soñó y deseó. Cuidaba con extremo detalle su salud, lo que comía, lo que bebía, sus horas de sueño, procuraba no enojarse -aunque siempre ha sido una mujer de carácter fuerte- todo esto en función de su bebé. 

“Deseaba a Rogelio con toda mi alma, ya teníamos su ropita azul, su cunita. Sería quien cuidara a sus hermanas, el único niño entre tantas mujeres, lo imaginaba en mis brazos”, dice mi madre mientras trata de contener las lágrimas, y se frota las manos, una contra la otra, con nerviosismo. 

Mi mamá tuvo un mal día, le dolía la cabeza y el cuerpo, así que decidió tomarse un té de canela, se relajó y fue a dormir. En la madrugada se despertó con mucho dolor y, horrorizada, vio sangre en las sábanas, mi papá la llevó al hospital, pero,  lamentablemente no pudieron hacer nada y perdieron al bebé. 

 Después de la tragedia pasaron muchos meses y mi mamá no se reponía al dolor, no quería comer, no se levantaba de la cama y dejaba que su largo cabello negro se enredara entre las almohadas. Mi abuelita la cuidó todo ese tiempo, con amor y comprensión la fue llenando de fortaleza para que volviera a la vida, por su parte mi papá cumplía con su obligación de cuidarnos y ayudaba a mi madre con su recuperación. 

Levantarse de esta caída tan dura le costó mucho tiempo, muchas lágrimas, aunque tuvo un gran apoyo de su familia, “era un dolor inmenso, deseaba tanto tener un hijo hombre, que olvidé las demás cosas y personas importantes que tenía en mi vida”, comenta mientras acaricia mi mano. 

Siempre evita tocar esa historia, porque además del dolor que le causa recordarla, siente vergüenza por lo que le pasó. Ha sido criada en una sociedad en la que decidir sobre tu propio cuerpo -siendo mujer- está mal, en la que abortar es lo peor que puedes hacer y te convierte en un monstruo, aunque tú no hayas querido hacerlo.

Nunca cuenta esta historia, ni a las personas a las que más confianza les tiene, debido a la estigmatización de la que son víctimas las mujeres que han abortado, y en el fondo ella misma aún no se perdona no haber sabido acerca de las propiedades abortivas de la canela y se culpa por un accidente que nunca deseó que sucediera.  

Y pienso en la posibilidad que hay de que los doctores no creyeran que fue un aborto espontáneo, que llamaran a la policía, se abriera una carpeta de investigación en contra de mi mamá y la encontraran culpable, ¡culpable por un accidente!, la metieran a la cárcel y nosotros nos quedáramos sin ella. 

Pienso en las mujeres que han vivido esto, en las que siguen presas, en sus familias, en sus deseos, en lo que ellas querían. Y me hago consciente de la imperiosa necesidad de hacer posible la despenalización del aborto, de luchar por los derechos humanos de las mujeres, pues sólo luchando han sido reconocidos. 

Reafirmo la idea de que la lucha más importante se encuentra en las calles, y sirve para evitar la estigmatización, para volver conscientes a miles de personas, para que puedan darle cara al movimiento y comenzar la despenalización social del aborto, porque esa decisión no es del Estado, ni de la iglesia, ni de la ciudadanía, es una decisión que sólo le corresponde a las mujeres

Mi mamá pudo haber sido juzgada ante una corte por un accidente, tiene miedo a las críticas de la sociedad, aunque ella no quería abortar, pero, ¿qué pasa con las mujeres que sí querían hacerlo? Sufren lo mismo, corren el riesgo de perder la libertad y de ser señaladas por la sociedad, así que es hora de abrir más espacios de debate, de buscar y pelear por la despenalización, de reivindicar nuestra libertad.

Ilustración de Artsenal

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La Crítica