Por Andrea Avila
Hace un par de días vi un documental titulado Solo para Mujeres. Es una investigación hecha en España, que hace un recorrido sobre el mercado de los prostitutos hombres que se dedican a atender clientas mujeres (únicamente).
Fue muy interesante, por un lado, ver la perspectiva de un país que es llamado primer mundo, en contraste con la situación en México, en cuestión de mentalidad, de apertura. Me llamó la atención que incluso allá sea un tema tabú. La gran mayoría de las mujeres (heterosexuales o no) no son tan abiertas en estos temas como los hombres, como si fuera una prerrogativa masculina el acceder a estos “privilegios”.
No me queda del todo claro cuál sería una postura válida frente al comercio sexual, en específico el comercio sexual supuestamente consensuado. Porque cuando se hace un reportaje, se habla o se escribe sobre hombres que ofrecen servicio sexual a mujeres, pareciera que nadie cuestiona si lo hace por su voluntad, si está siendo forzado, incluso no se les considera en una situación de vulnerabilidad, al contrario de cuando se trata de mujeres en la misma posición.
Tampoco se les denigra, o se les baja de estatus. Al contrario, en realidad, como lo plantean las mujeres usuarias del servicio, son hombres con cualidades excepcionales (en mi opinión son cualidades consideradas femeninas). Saben ser sensibles a la mujer, respetan su ritmo y su tiempo, son considerados al darle placer primero a ella, son educados y las escuchan. En realidad son profesionales en el escaso arte de tratar bien a la mujer. Un concepto muy distinto del que se tiene de una mujer que estuviera al servicio de un hombre. ¿Qué ocurre en el trasfondo de todo esto?
Con esta nueva perspectiva de varones dedicados al comercio sexual no puedo más que ponerme a reconsiderar si es una actividad que significa lo mismo si la llevan a cabo hombres o mujeres. ¿Por qué suena tan descabellado para una mujer contratar uno de estos servicios? Tendríamos que analizar la categoría de mujer y sus implicaciones. Ser mujer, es el lado pasivo del hombre. Ser mujer incluye ser el complemento a lo masculino: a la fuerza, la potencia, el poder, la acción. Ser mujer, dentro de la estructura patriarcal, implica la pasividad.
En el contexto heteronormativo es impensable esta cuestión. ¿Cómo puede una mujer, que es por naturaleza pasiva buscar (de manera activa) un contacto sexual y además pagar por ello? Para mí, y quizá para muchas de ustedes, la respuesta parecería obvia, porque lo desea y punto, al igual que lo haría un hombre. Pero la realidad social no puede sostener esta noción, eso supondría demasiadas cosas.
Sugeriría que una mujer no necesita un hombre a su lado para obtener placer. (Pero eso nosotras ya lo sabemos). También implicaría que no necesita a un hombre que la provea económicamente. Dejaría en evidencia que la igualdad es una posibilidad real, sobre todo en el ejercicio de la sexualidad. Postura que ha sido resguardada desde el capitalismo, como una manera política de mantener el binomio hombre/mujer y, con ello, la sumisión de la mujer.
Podemos resumir que las incidencias de la existencia de mujeres que contraten a prostitutos implica que no necesitan el amor romántico para obtener placer sexual. Pero, ¿es esto una realidad?
De acuerdo con este documental y otro que también consulté sobre el tema, si bien las pocas mujeres que buscan estos servicios son mujeres económicamente solventes y lo suficientemente seguras para hacerlo, hay algo que “les falta”. Y es que, para mi desilusión, lo que les falta, en palabras de quienes están en este negocio y algunas usuarias, es un hombre que las escuche, que las consienta, que las considere.
De hecho, lo que compran en muchas ocasiones, según los protagonistas, es la fantasía de una cita romántica. Que las lleven, las inviten, las seduzcan, las cojan. En pocas palabras, ser dominadas por el deseo masculino, el único deseo real. Pareciera que lo que una mujer busca es ser-deseada, es su verdadera (¿y única?) oportunidad de acceder al deseo. (Las lesbianas conocemos bien esta postura común de que al no haber hombre (falo) en el acto sexual, no hay tal, no hay deseo, no sucede nada).
Si sentirse deseada es por lo que la mayoría de las mujeres paga en el comercio sexual dirigido a este público, esto significaría una ganancia infinita para el mercado capitalista. No sólo hace que las mujeres, que han logrado posicionarse en una economía preponderantemente masculina, estén consumiendo, sino que además están pagando a un hombre, quien aún mantiene el poder de hacerlas sentir deseadas (que finalmente es lo que a las mujeres nos inserta el mercado, actualmente, como objetivo único de vida, a través de la objetivización de nuestro cuerpo).
Después de todo esto, me doy cuenta que el deseo de la mujer sigue siendo para la gran mayoría una negación, una imposibilidad, una contradicción. Si las mujeres son quienes comercian sexualmente con sus cuerpos es para darle placer a los hombres. Si ellas lo solicitan es para que un hombre les dé placer, el deseo al que ellas no pueden obtener por sí mismas.
No me gusta generalizar, pero eso es lo que me dejó a mí el documental. A final de cuentas el panorama es algo así: mujeres solas, entre 30 y 50 años que sus parejas masculinas no les dan lo que necesitan, por lo que ellas pagan cantidades exorbitantes para que alguien las invite a cenar, las acompañe a una reunión y, claro, de vez en cuando tengan sexo con ellas: pero eso no es lo más importante, coinciden la mayoría. Lo que cuenta es la compañía.
Me quedo pensando si una lesbiana, una mujer que se ha hecho cargo de su sexualidad, de su cuerpo y su deseo, que se ha cuestionado el rol de la mujer, ¿necesitaría contratar a alguien más para que la hiciera sentir deseada? ¿Es necesario que otro nos permita acceder al propio deseo?
Es justo lo que el patriarcado nos enseña. Ya sea como mujer soltera, casada, con dinero, sin él, de un lado del comercio sexual o del otro. Siempre nuestro deseo está puesto en el patriarca, en el hombre, en otro. En este sentido las lesbianas llevamos una gran delantera. Nosotras sabemos que nuestro cuerpo es nuestro, que nuestro deseo nos basta y nos sobra.
No en balde nos quieren callar, negar, invisibilizar.