Patricia Karina Vergara Sánchez

Desde donde yo sé la historia, es desde lo que pasó con la abuela Berta, pero seguro que más antes habían pasado otras cosas, sólo que esos sucesos no me los refirió nadie. Entonces, te cuento desde aquí y rapidito -que se acaba el tiempo-, al menos eso tienes que saberlo, de cómo fue con la abuela Berta y lo que vino después:
Ella había recién parido a mi tía Silvita. Vino el patrón, ella no alcanzó a cubrirse con el rebozo y él vio esas tetas repletas de leche. Se llevó a la abuela Berta para que le amamantara al hijo. Que a la Silvita le dieran atole o cualquier cosa pa´ que comiera, ¿a quién importaba?
No vayas a creer que el patrón era un salvaje, no. No se la llevó a la fuerza, la abuela Berta cuenta que dijo que sí porque le darían un montón de pesos y porque quién dice que no al patrón.
Cuando el niño Robertito, el hijito del patrón, dejó de necesitar nodriza y quien lo meciera y le limpiara la caca, regresó la abuela Berta a la casa. Traía medio herido el corazón porque dejaba al niño Robertito -que ya lo quería como suyo- y porque la tía Silvita ya no la reconocía y, la verdad, Berta tampoco se hallaba con ella.
Ya nadie se acuerda de qué hizo la abuela con el montón de pesos que dice que le dio el patrón. Ella, a veces, trata de recordar y se imagina que pudo mandar poner el cobertizo de las gallinas que se cayó en el año cuando fue la tormenta grande, esa que dejó tanto destrozo.
Cuando Silvita cumplió los 9 años, vieron los patrones que era buena para el trabajo y se la llevaron para que en la casa de ellos trajera el agua, barriera, trapeara y se acomidiera. La patrona, encantada, siempre exclamaba: ¡Es de piernas fuertes, la muchacha, nunca se cansa!
No vayas a creer que la obligaron, la tía Silvita se fue porque le ofrecieron sus buenas quincenas, también porque le dijeron que comería de la mesa del patrón y porque la familia necesitaba el dinero y porque quién le dice que no a la patrona.
Cuando Silvita se hizo vieja y se cansaron sus piernas que nunca se cansaban, la mandaron de regreso a casa y no comió más las sobras de la mesa que no le pertenecía.
Con lo que ahorró Silvita, de sus buenas quincenas, compraron una máquina de coser para su hija Florencia que se hizo costurera y ayudaba a los gastos de la casa mediante los vestidos que les cosía a las hijas de las señoras que podían pagarlos. -Vestidos bonitos de verás-, y, vieras, ponían re contentas a las niñas blancas del pueblo.
Cuando tenía 17 años, la prima Sol decidió que no se acabaría sus ojos, como se acabaron los de su hermana Florencia, cosiendo para otros, ni serviría en la mesa de la señora, que las maltrataba tanto. Ella había escuchado a alguien en la ciudad que le dijo que sólo tenía que vestirse linda, sonreír y compartir alegres caricias. Con eso, ganaría mucha plata.
Robertito, que en ese tiempo ya lo conocíamos como Don Roberto, la visitaba muy seguido.
No vayas, mi niña, a creer que era malo Don Roberto con ella, no. La gente cuenta que a otras en la ciudad les pegaban o les hacían cosas malas, pero de Don Roberto y otros señores, dicen que a Sol le dejaban bien buenas propinas.
Todo fue hasta que los senos de mi prima dejaron de oler a fruta fresca y sus caricias dejaron de ser bien pagadas por Don Roberto y por sus amigos. Los del negocio encontraron otras favoritas, dicen que bien jovencitas, casi niñas.
Nadie sabe qué pasó con toda la plata que cuenta Sol que ganó. Ahora trabaja en la maquila y sigue sin poder decir que no, a las órdenes del patrón.
A mi hermanita Frida, le dijo Don Roberto que era bien lista, que la iba a mandar a la escuela, para que aprendiera y para que se superara. Toda la familia estaba tan agradecida. Qué considerado y grande era nuestro amigo Don Roberto que apoyaba a la niña en sus estudios. Ella estudió retemucho, se esforzaba más que ninguna. Sacó buenas calificaciones y mención honorífica cuando acabó la escuela. Ella quería irse a otro país y estudiar otras cosas, pero Don Roberto necesitaba alguien leal en su empresa, ¿cómo decirle que no, si fue siempre tan generoso? Frida lleva las cuentas, les enseña a los hijos de Don Roberto, que son rete flojos, cómo hacer las cosas para que sigan ganando dinero. Frida no viaja, ni ve a su madre, ni sonríe porque de tanto trabajo nunca tiene tiempo de nada. Pero agradecida sí está porque Don Roberto le ha dado tanta oportunidad.
A Lucia, la hija de Florencia, le ofrecieron un dineral por llevar en la panza un hijo para unos señores de otra parte del mundo que podían darse el lujo de un capricho de esos -un niño mandado a nacer, por contrato-. Ella se nos murió con un hijo que no era suyo atorado en su útero en ese mal parto.
Nadie dio ni el dineral prometido ni tantito consuelo a los niños que sí eran de ella.
Tampoco, nadie la obligó a Lucia, tienes que ver eso, había dicho que sí porque era madre soltera con tres chicos y, así, quién dice que no a un cheque bien gordo -ése que supuestamente le darían, pero no llegó- y porque quién dice que no, si, según, esa es una forma de ser libre, dicen las convincentes nietas universitarias del patrón.
¡Ay, hijita mía, mecida en estos abrazos míos!, ¿qué será de ti?
Todo lo tuyo les apetece: tus senos, tus piernas, tus ojos, tus manos, tu sonrisa, tus caricias, tu vagina, tu mente, tu vientre, ve tú a saber qué más…No tienen llenadero, siempre quieren más.
Se relamen mirándote desde apenas nacida. Afilan los dientes y los cuchillos como cuando ellos mandan engordar a un pequeño lechón para la fiesta. El día en que te parí alguien puso fecha para el día en que querrán atraparte.
Nos vienen devorando hace tiempo. No sé para dónde podrías fugarte, no sé en dónde estarías a salvo. Como las vaquitas del abuelo de Don Roberto, nacimos ya en cautiverio y no sabemos para dónde queda la libertad. Si nos abren la puerta nos desorienta el destello del sol.
Tampoco tengo nada para heredarte, nada que te puedas llevar, ni tengo un mapa ni plan de escape para ti. Sin embargo, así y todo, te lo tengo que pedir: ¡huye, hija, vete, a dónde sea!
¡Tienes una única oportunidad! ¡Intenta, intenta, busca ponerte a salvo de su mandíbula cruel!… ¡Corre!, ¡corre!, ¡corre! No hay tiempo, que ya vienen a buscarte a ti. Si no escapas ya, te van a atrapar…
Vete, te lo ruego, vete, ¿qué vamos a hacer?, ¿quién puede detenerles?, ¿quién puede decirles que no?

2 thoughts on “La carnicería

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La Crítica