Vilma Katt

Tengo 44 años, llegué a la ciudad de Oaxaca a principios de los años noventa. Me nombré guei antes de LESBIANA. Lesbiana, esa palabra tan poderosa, tan fuerte y fea (dicen algunas personas), esa palabra que incomoda aún en estos tiempos.

Recuerdo que iba disfrazada de hombre a una cantina del centro de Oaxaca, siempre acompañada de mis amigos gueis de aquellos años, esa cantina era territorio de «vestidas» (antes no se les llamaba trans) y de gueis, no había mucho de donde elegir, primero a la Chinampa y de ahí al Número. No éramos muchas las lesbianas que nos atrevíamos a salir a las calles o a lugares, siempre estábamos con el temor de que fuéramos violentadas. Así que cada sábado nos veíamos en el Número (una disco-bar que aún existe), desde entonces supe de diversos grupos de mujeres que se reunían.

Los grupos en su mayoría eran exclusivos, elitistas, aunque otros no tanto… yo las clasificaba así: Las intelectuales, las politicas, las de varo, las del fut, las de voli, las de la central, las de medicina, las de derecho, etc. Conocí todos los grupos y a muchas mujeres, yo estudiaba medicina en ese entonces y ahí sí que había muchas lesbianas, pero como a mí nunca me ha gustado escondereme, decidí no pertenecer a ninguno de esos grupos, además que había ondas que no me latían.

Con el paso del tiempo comencé a cuestionar algunas actitudes de gueis hacia nosotras, esa violencia silenciosa, esa lesbofobia interiorizada de lo LGBT; ahora puedo darle nombre, antes desconocía muchas cosas, no es que ahora sepa todo, pero ahora puedo nombrarlo. Hace no mucho, un guei me dijo que las LESBIANAS no somos parte de lo LGBT por que somos mujeres, que solo existen trans, gueis y muxhes.

Ilustración: Lark

Durante años fui parte del «comité» organizador de la marcha del orgullo aquí en Oaxaca, pero siempre se terminaba haciendo lo que unos cuantos (dos) decían pese a que yo pedía que fueran más incluyentes con las lesbianas. Nosotras hemos sido solidarias con todos los movimientos sociales, pero hemos sido violentadas por todos esos movimientos, incluyendo al feminismo.

En los 90 hubo en Oaxaca una terrible situación para algunos gueis, muchos se infectaron de VIH. Recuerdo que mi amiga Roxana y yo nos dividíamos para cuidar a los amigos enfermos, hacíamos guardias en los hospitales que los aceptaban, buscábamos apoyo económico para poder pagar su renta, comida o pasajes, nos quedábamos con ellos (porque se tenían que ir a CDMX).

Creo que nunca he hablado de esto: vi morir a muchos y entre ellos a mi mejor amigo… Jamás supe o vi a un movimiento LGBT que apoyara, sí lo hacían algunas mujeres, eran feministas (en esos años no sabía yo de la existencia del feminismo) y no lesbianas. A las LESBIANAS nos han invisibilizado, violentado, amenazado desde eso que le llaman orgullo LGBT; quienes cuestionamos no somos bien vistas en un «movimiento» que vende, que trae beneficios para unos cuantos que son vistos como dioses intocables e inaccesibles. Y pues bueno, solo quería contarles… Orgullo para mí es nombrarme LESBIANA y seguir resistiendo.

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La Crítica