Feminismo

Los acosos que normalicé, olvidé, recordé y nombré

Imagen: http://crushgang.tumblr.com/post/57931453233

Por Montserrat Pérez

Hay experiencias de acoso que nos marcan, otras que recordamos con más claridad y otras que no recordamos, a menos de que suceda algo que estimule esa parte de la memoria en la que estaban guardadas o escondidas para protegernos, no lo sé.

Este texto es muy breve, trata de dos (¿tres?) experiencias de acoso que hasta hace muy poco recordé, en parte porque sucedieron en un momento de mi vida en el que no tenía muy claro qué era el acoso y eso lo normalizó, y también porque siempre me quedó la sensación de que algo no había estado bien cuando pasaron, incluso cuando mi mente las enterró muy muy muy profundo.

I.

De práctica de campo. Es de noche y vamos a bailar al un barecito en el centro de Cuetzalan. Tomamos, bailamos un poco, seguimos bailando. Yo cambio de parejas, primero un amigo, luego otro, me río, me divierto.

No recuerdo su nombre. Llevo semanas intentando recordarlo, pero también estoy segura de que está olvidado por autocuidado, alguna estrategia de mi mente para mantenerme sana. Yo no quiero bailar con él. No me cae bien. No me agrada, pero no quiero ser “mala onda”. Es una salsa o una cumbia. Intento mantener el cuerpo alejado del suyo hasta que me toma de la cintura. En un instante baja la mano y me toca una nalga, no mueve su mano. Yo me enojo, me asusto, más que enojarme y le digo que ya no quiero bailar y me regreso a la mesa, donde está mi amigo L. Bajo la mirada, me siento avergozada, a pesar que no hice nada. Le digo a L y lo mira feo un instante. Yo no hago nada, tomo un trago de cerveza, luego otro, luego otro. Se me olvida todo. Vuelvo a bailar, ahora con mis amigas. No le vuelvo a hablar al individuo. Pasan días, semanas, meses, años. Un día recuerdo su mano en mi trasero y su cara. Lo llamo acoso, abuso, al fin sé cómo nombrarlo.

II.

Estoy en León con mi mejor amiga. Decido bailar con un DJ que puso un reggae maravilloso y así me alejo de un amigo de mi amiga que había entendido que era gay, pero que me toca la rodilla y me toma de la mano. Yo no quiero que me toque. Bailo de nuevo. Me siento bien, como hace meses no me sentía, me dejo llevar por la música. Da la hora de irse y me despido del DJ, que decide darme un beso y  una nalgada que termina con un apretón de culo. Yo salgo del lugar sin saber qué siento, me digo que no fue nada, más bien no me digo nada.

Mi amiga le da aventón a todo el mundo, incluso a su amigo, el insistente, el que pensé que ya me había dejado en paz. Es muy de madrugada. Yo voy adelante con ella, mirando las calles de una ciudad que no es la mía. Siento de pronto una mano en el seno derecho, lo aprieta y lo frota con mucha firmeza. Yo le quito la mano, pero regresa. Me da miedo hacer un escándalo, no quiero distraer a mi amiga mientras maneja. De nuevo quito la mano y vuelve a colocarla, hasta que mi amiga frena en un alto. Le dice que ahí es donde le pidió que lo dejara. Cruzo los brazos y ella y yo nos vamos a su casa. Pasan los días, pasan las semanas, pasan los años. Aún me pongo nerviosa cuando hay un hombre borracho sentado en el asiento de atrás de un coche. No soy una cosa, me repito mentalmente mientras escribo esto.

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Tal vez en unos años pueda escribir sobre esos otros abusos, esos otros acosos que ni siquiera sé ahora cómo nombrar.

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La Crítica