Barcelona – España
La causa de la igualdad interesa a las mujeres en tanto que denuncia un estado de inequidad que empaña a todo el conjunto social, pero ¿hasta qué punto puede el movimiento feminista aceptar que se equiparen feminismo e igualdad?
Nuestra lucha de acción directa tiene apenas dos siglos. Después de la segunda gran derrota infringida a nuestro género, que acabó con la Inquisición y la persecución y quema de “brujas”, hemos resistido de forma tenaz, pero silenciosa, hasta que a finales de 1800 empezó a conformarse una nueva forma de enfrentamiento activo con una voz audible, consolidándose poco a poco, que recorrió las calles al grito de las sufragistas y al costado de los obreros en sus luchas proletarias, dejando de esta forma expuesta una fuerza y virulencia que, por silenciadas, habían sido casi olvidadas y que acabaron dando un nuevo cuerpo al feminismo que nació de esta ofensiva.
La reacción que ha provocado ese renacer aún la estamos pagando en la intención del sistema de constreñir nuestro empuje, al corsé institucional y a las migajas que se van desprendiendo del sistema neoliberal, a fin de acallarnos otra vez; pero si ellos han aprendido a mutar, nosotras hemos aprendido a reforzar nuestras convicciones y a construir las bases de un movimiento más fuerte y efectivo que nunca antes, conscientes como somos de que no podemos volver a permitirnos una nueva derrota, porque ésta sin duda sería aún más cruenta y nociva que las precedentes, ya que arrastraría con ella a todo el género humano tal como lo hemos conocido hasta ahora.
Es por todo esto que debemos mirar atentamente el significado de las trampas que nos tiende el sistema, asociando la identificación de Feminismo con la búsqueda de igualdad. Ésta es la cesta de manzanas envenenadas que se nos ofrece y, que de aceptarla tal como la ofrecen y aislada de todo lo que hemos construido desde 1950, desarticularíamos el corazón mismo del feminismo. El sistema capitalista patriarcal intenta en este sentido aprovechar muy bien el abismo que nos separa como movimiento en países “metrópolis”, de la situación que se ven obligadas a soportar nuestras hermanas en países asiáticos, sudamericanos o africanos, con estructuras más elementales y con sometimientos hacia nuestro género mucho más evidentes. Es la mutación la razón de su supervivencia y también su capacidad para aprovechar lo que él mismo genera, permitiéndole así enquistarse en la sociedad a través del tiempo. Uno de sus pilares básicos para ello es la división en la desigualdad la que utiliza y de la que se aprovecha, por lo que es importante tomar una clara conciencia sobre todo en el movimiento feminista de los países metrópolis, para no dejarnos llevar por los cantos de sirena con los que pretenden volver a dividirnos, haciéndonos creer que, ya todas “iguales” o “por igualar”, nuestras consignas y nuestra razón de ser han desaparecido. (No podemos olvidar en este sentido el desconcierto de algunas sufragistas, pensando que su lucha había terminado con la obtención del voto y el reconocimiento de la mujer como “ciudadana emancipada”), por fortuna hemos sabido reponernos y reconstruir el movimiento expandiéndolo y haciéndolo llegar a los sitios más lejanos. .
Aceptar la “igualdad” en abstracto, no es sólo creer que la misma puede germinar dentro de un sistema que profesa la desigualdad como un credo, sino que además es engañarnos al no contemplar lo que resulta propio de nuestro género y condición, nuestra exigencia de una igualdad dentro de la desigualdad establecida por la naturaleza y que tan buenos resultados ha dado (al menos hasta ahora, en la que el sistema, acorde con su prepotencia, pretende incidir en ella para cambiar premisas básicas desde la biogenética).
Por esto es evidente que el sistema patriarcal querría más que nada que nuestras capacidades reproductivas fueran de su propiedad, (como lo es ya la reproducción de vacas, ovejas o gallinas) pero a lo más que han podido llegar es a controlar nuestros cuerpos, sin jamás lograr someter nuestra cercanía a la esencia misma de la vida. Es ésta y no otra la razón por la que aceptando la manzana envenenada que nos ofrecen, nos incorporaríamos a la anestesia igualitaria de sumisión al mercado, a la competencia sin escrúpulos, a la destrucción del otro para ser uno, en definitiva, nos aposentaríamos de lugares que no nos son propios ni afines, neutralizándonos de esta forma en el pasaje de una desigualdad de género a una igualdad ficticia: la de los objetos manipulados, la de los súbditos uniformados, la del ganado presto al sacrificio ante el altar del poder.
Nunca han podido contener nuestra esencia, somos no sólo supervivientes sino también hacedoras de todo lo vivo de nuestra especie. Aceptar su igualdad es aceptar morir sacrificadas por la ferocidad de la muerte, sin obtener nada a cambio. Es renunciar a la sabiduría profunda que cada una de todas nosotras compartimos en cada lucha y cada utopía. Es aún peor, sería destrozar la memoria de nuestro legado, recibido a través de generaciones de mujeres que habrán sufrido y muerto en vano, sólo porque nosotras buscamos ser iguales con las reglas del mismo sistema que nos ha sometido por milenios y nos sigue aun sometiendo.
La igualdad de género que buscamos está alejada de toda uniformidad de la especie, ya que es la igualdad que reniega de la división de la especie humana, nosotras buscamos una igualdad sin sometimientos, sin diferentes, porque todos tenemos derechos a serlo. Una igualdad sin uniformes, que es lo que propone el sistema, porque el movimiento feminista es inclusivo, pero de los seres en tanto lo que son, diversos, sin falsas distinciones de género, raza, clases sociales, edad, caracteres físicos o moldes y cánones preestablecidos, a diferencia de quienes excluyen al “otro” porque se aleja de los requisitos que exigen para reconocerlos en tanto seres vivos, incorporando así una vara de medir impuesta, con un patrón a su medida de los indiferentes, los “iguales” los seres “maquinas-funcionales” que acabarán con todo lo bueno y mágico que tiene el simple hecho de vivir.