Por ItzelTal
Sé que este ser-estar-en-el-mundo representa un sinfín de situaciones en las que es imposible pensar en el separatismo, al menos en mi caso; ya desde el patriarcado encarnado, ya desde salir a la calle y encontrar vecinos, niños jugando fútbol en toda la calle reventando ventanas, vendedores en los comercios que miran a las niñas de 13 o 14 años que salen de la secundaria, operadores del camión que «bromean» con mujeres que se suben al transporte y les agarran la mano cuando les dan su cambio, tipos sentados con las piernas abiertas ocupando todo el espacio que su micromachismo le permite, novios burlándose de «sus» novias porque escuchan tal música, señores mandando a «sus» esposas a comprar tal cosa que a ellos se les olvidó comprar… Y todas las situaciones que se nos ocurran, que vivamos todos los días.
A sabiendas de mi devenir lesbofeminista, estaría de más justificar por qué aspiro al separatismo. Pero lo escribo a modo de recordatorio para mí misma, también porque escribiendo se me organizan algunas ideas.
Repasaba las representaciones históricas del cuerpo en occidente. ¿Sabían que desde la antigüedad hasta el siglo XVIII se creía que el cuerpo de las mujeres era en realidad un cuerpo de hombre imperfecto? Sí, desde Aristóteles, Hipócrates, Galeno y hasta Vesalio, se sostuvo que la vagina (porque no era vulva, ni siquiera había nomenclatura que no fuera la del varón) era un pene invertido; las que ahora consideramos mujeres eran pensadas como hombres que al no tener calor suficiente (signo de perfección), no habían desarrollado los genitales del varón. Citas hay de sobra que sustentan esto, incluso ilustraciones. A pesar de las disecciones, los anatomistas del renacimiento seguían viendo un pene invertido en los genitales de las mujeres.
Pensaríamos que con la Ilustración, dejar de lado el teocentrismo y pasar al antropocentrismo, las concepciones cambiaron radicalmente. Sí y no. Se abrió la puerta a pensar al ser humano en dos, pero con la base de las interpretaciones clásicas de género, es decir, binarios como perfección/imperfección, fuerza/debilidad, autonomía/dependencia, propietario/propiedad etcétera, fueron fundamento para la interpretación que el lenguaje científico, médico, biológico hizo sobre las diferencias humanas.
Si Aristóteles dijo que las mujeres eran débiles por naturaleza, los muy ilustrados hombres como Hobbes, Locke y Rousseau (entre tantos más) se encargaban, siglos y siglos después, de aportar todo tipo de pruebas para decir que las mujeres eran menos capaces, fuertes e inteligentes y que, por tanto, era lógico que tenían que recibir una educación diferente, someterse a su marido y rezagarse en la esfera privada.
Hace años que estudié «la evolución» que tuvo el DSM, con los estudios sobre sexo, género, cuerpo y deseo. Todo ese discurso normativo y coercitivo puso a cualquiera que fuera diferente al comodín hombre blanco heterosexual y rico en la mira de la indeseabilidad social. Luego se le categorizó, estigmatizó, patologizó, castigó. Hace poco leía que los «hijos» de aquellos estudiosos se esmeran toda la vida en comprobar que las mujeres tienen el cerebro más pequeño, que tienen menos células, que hay diferentes sustancias bioquímicas que las hacen emocionales (es decir, incapaces para razonar) y etcétera, etcétera, etcétera.
La cuestión aquí es que milenariamente, hasta el día de hoy, las mujeres hemos sido vistas como imperfectas, pecadoras, brujas, poco valiosas, nada racionales, con inmensamente menos derecho de ejercer el ideal de libertad. Todos los parámetros que le dan sentido a lo humano, que han sido puestos en la mesa por los hombres, nos excluyen en casi todo, sólo permanecemos cuando de servir se trata, de cuidar, educar, querer, respetar, venerar, amar, obedecer, cuando de agachar la cabeza se trata. Sí, existimos para los hombres sólo cuando somos-para-los-hombres.
“No pueden acerarse al templo porque son impuras, no pueden estudiar porque no piensan y su labor es en el hogar, no pueden tener propiedades, ni elegir con quién casarse, ni son libres de votar, trabajar, abortar, no pueden ser sujetOs politicOs, no qué más quieren, no tienen por qué no-amar-a-los-hombres, qué más quieren, no tienen por qué buscar rutas de análisis de sus opresiones para emanciparse, por qué querrían tener espacios para ustedes si ya tienen la casa (en la tan venerada Ilustración prohibían reuniones de mujeres en las calles y otros sitios, el castigo era la ejecución), qué más quieren, ya pueden estudiar, trabajar y votar, estamos en plena era de derechos igualitarios, no pueden no estar sometidas a la vigilancia masculina que ha determinado desde siempre la medida de todo, incluso de sus cuerpos, con todos los discursos por más sofisticados que sean”. Al final lo que importa sólo es seguir construyendo murallas y murallas de heterocapitalismo sobre nuestros cuerpos para que los varones puedan caminar libremente.
No sé ustedes, pero yo no voy a considerar opiniones que históricamente se han erigido sobre nuestra opresión, no voy a pedir permiso para buscar autonomía, no voy a disculparme por ser macho-excluyente, no voy a buscar sino espacios libres de vigilancia masculina en los que pueda construir con otras compañeras nuevas formas de andar. No sólo con las que estamos, es también un compromiso con nuestras ancestras y con las que nacen todos los días.