Araceli Hurtado Amezcua

Era una mujer autosuficiente, aunque todos sus hijos e hijas se encargaban de acompañarla a comer una vez al día, ella, esa niña de melena corta a los 8 años la acompañaba al tianguis del pueblo, a pesar de que la abuela era bajita y su estatura disminuía por la espalda encorvada, ya gastada por los años, siempre regresaban con un pequeño detalle para ella.

La abuela dejo de tener movimiento al quebrarse su cadera y negarse a hacer los ejercicios para recobrar movilidad, luego vino de a poco la demencia, pero su sonrisa nunca, nunca dejo de dibujase en su rostro.

Ella al igual que la abuela incrementó sus años, cambió sus ideas, su vestimenta, su manera de hablar y dirigirse, cuando llegaba de visita con la abuela, sobre todo en verano que la ocasión lo ameritaba, vestía de short y manga corta, al llegar con la abuela siempre decía: “¿no crees que a tu ropa le falta un pedacito?”, en ese entonces ella lo tomaba de broma, “te vas a quemar en el infierno”, agregaba, mientras jalaba la tela para intentar tapar la piel que quedaba expuesta.

Qué rayos sabía ella de infierno, qué rayos sabía a lo que se refería la abuela, cómo era posible que pudiese tanta comodidad no ser reconocida por la abuela, entonces ella no lo entendía, no entendía cuánta carga había por ser mujer, por vestir cómoda, si la abuela lo decía, debía de ser verdad, el dios conocido por la familia la castigaría, la haría arder en las llamas del infierno por enseñar parte de la piel que no debía mostrarse.

¿Tan malo era el cuerpo de ella?, ¿tan malo era mostrar un pedazo de piel? A ella le encantaban sus piernas, gruesas y torneadas por el ejercicio, a ella le encantaban las faldas, a ella le gustaba ser ella ahí en su adentro, ahí fuera de las comparaciones, fuera de las expectativas, fuera de las creencias religiosas.

Sin embargo tras los años, ella tuvo que ocultar su cuerpo cuando iba con la abuela, porque la condena eterna se haría presente, porque el mandato de la madre reafirmaba el de la abuela, porque La abuela era eso, la abuela, la persona adulta que había que respetar sin cuestionar lo que creía e imponía de una manera aparentemente sutil.

Ella tuvo que ocultar su cuerpo porque las miradas de las demás mujeres de la familia la taladraban enjuiciando su manera de vestir, revisando de arriba a bajo su persona, porque las tías desacreditaban la vestimenta, porque los primos osaron tocarla, porque los hombres en la calle veían sus piernas, hacían sonidos raros y algunos otros no perdieron la oportunidad de tocarla.

Ella entendió que justamente era su persona, causante de molestia y comenzó a renegar de su cuerpo, comenzó a cubrirlo, a usar ropa holgada y avergonzarse de lo que antes había amado tanto.

Ella tardó 20 años en darse cuenta que el problema no era ella, era la sociedad en la que fue criada, era la fe ciega de las mujeres que la rodeaban en la religión, eran –principalmente– los sanos hijos del patriarcado a quién nunca les enseñaron que las niñas no se tocan, eran las tías, las primas que solo replicaban un aprendizaje sin cuestionárselo.

Ella re descubrió su cuerpo, se dio la oportunidad de amarlo de nuevo, de verse en el espejo cuando de adolescente aprendió a amarse.

Ella reconoció que la abuela solo tuvo que sobrevivir al medio hostil que sigue habitando en la sociedad, ella reconoció que su madre tuvo que adaptarse a la misma situación que la abuela, ella reconoce y honra cada una de las elecciones que la abuela y la madre hicieron para quedarse en la vida, para elegir su camino y como ella sabe que su madre y su abuela también quieren libertad, ahora lucha por ella y por ellas.

Porque ella soy yo, habitando mi historia, sin juicios, con amor, con ternura, con valentía, porque me lo merezco, porque se los debo a ellas, porque lo quiero para las pequeñas, ellas que moran en mi hogar.

 

One thought on “Ella

  1. Libre, libre de todas las culpas impuestas, de todos los lineamientos que complacen siempre los ojos ajenos y no los propios.
    Muchas gracias, Araceli💜

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La Crítica