Feminismo

El día en que una niña de 6 años me enseñó a amar (más) la fotografía

Por Una Luciérnaga

Las fotografías y las cámaras no son algo nuevo. Seguramente nos han tomado fotografías desde el día en que nacimos, en ocasiones especiales, para alguna identificación. Hoy, casi todas llevábamos una cámara con nosotras, en nuestros teléfonos. Pero, ¿qué es lo que fotografiamos, a qué dirigimos nuestra mirada y al mismo tiempo el lente de nuestras cámaras? Sería ingenuo pensar que esta mirada, aunque sea nuestra, no está influenciada por ciertos mandatos, ciertas reglas. En nuestro andar feminista debemos preguntarnos cómo vemos, cómo sentimos, cómo hablamos, cómo pensamos. No para vivir la vida vigilándonos, sino para cambiar, para transformar-nos, para ver-nos a nosotras de una forma distinta, sin caer en la misoginia, en la gordafabia, en el racismo, en lo colonial.

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Desde hace unos años empecé a preguntarle a mi mamá por qué todas mis hermanas tenían álbumes con muchas fotos de cuando eran niñas y cuando fueron creciendo y yo no tenía ninguno… preguntaba en tono de broma ¿acaso es porque no soy fotogénica? Claro, en los álbumes de mis hermanas yo aparecía en algunas fotos, pero no era lo mismo, no había ninguno dedicado para mí únicamente.

Cuando cumplí 25 años mi mamá me regaló dos álbumes solo con fotos mías y deben saber que me dio mucha felicidad por fin tenerlos. En ellos hay fotos desde que nací hasta cuando me gradué del bachillerato. Había fotografías de cumpleaños, de viajes, de navidades, de días especiales y otros más bien cotidianos.

Es impresionante el poder que tiene la fotografía de registrar momentos y de crear recuerdos. Sin embargo, no puedo dejar de pensar al mirar estas fotografías en lo mucho que he cambiado, y no lo digo porque claramente he crecido y ya no soy una niña (que sí), sino porque aparezco distinta. De pequeña parecía que la cámara no me incomodaba, salgo en muchas fotografías siendo espontánea, riéndome, en vestido de baño y con cabello muy corto, y en ninguna de estas fotos parezco sentirme avergonzada de mi cuerpo, de mi aspecto, de mi cabello o de mis expresiones. Pero en mis fotos de adolescente las cosas son distintas, la cámara me asusta, casi no sonrío y aparezco en muchas fotografías con una postura encorvada, hacia dentro.

La verdad esta es la única relación con la fotografía y con cómo me veo a mí misma. Son muy familiares estas imágenes y las sensaciones que evocan en mí. Desconozco a la niña de 6 años que sale en las fotografías con cabello muy corto, jugando, riendo, como si fuera el día más feliz de su vida. Cuando la miro, lamento mucho haberla olvidado, pero agradezco que haya quedado guardada en esta fotografía, para recordarme lo que fuimos y lo que podemos ser juntas.

No recuerdo cuándo fue la primera vez que me sentí gorda o sentí que era fea. Durante mucho tiempo me he sentido mal por tener el aspecto que tengo, por tener el cabello rizado e “inmanejable”, por no ser delgada o por salir en fotos con gestos y expresiones que realmente no me gustan. No me malentiendan, amo la fotografía, me apasiona muchísimo tomar fotos de los lugares nuevos que conozco, de mis amigas, de mis hermanas, de mi familia, pero es eso, amo estar al otro lado del lente, tomar las fotografías y no ser la fotografiada. El problema está en cómo me veo a mí misma en las fotos que me toman o que me tomo, pero también está en cómo me veo cuando me levanto en las mañanas y antes de entrar al baño me miro al espejo, cuando estoy de vacaciones y debo usar vestido de baño, cuando compro ropa, cuando voy al médico y debo pesarme.

Sentí que era momento de reconciliarme con esta parte de la fotografía, sentí que debía explorarla desde una mirada feminista, desde las mujeres, para verme a mí y a las que me rodean de forma diferente. A través del curso de Ímpetu “En busca de mi autorretrato”, me acerqué a reflexiones para hacer que mi fotografía fuera feminista, anticapitalista, antirracista, no gordafóbica. Logré compartir y hacer estas reflexiones junto a mujeres maravillosas. Ahora cada fotografía que veo que mis amigas suben a redes sociales, cada fotografía que veo en publicidad o en revistas, cada fotografía vieja, la veo con ojos muy distintos. Algo conecto dentro de mí.

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Pensé mucho en cómo tomar este autorretrato: ¿qué partes de mi cuerpo debería mostrar? ¿Cómo mostrarlo? ¿Qué quisiera decir con mi autorretrato? ¿Qué técnica debería usar? ¿Debería editar mi autorretrato? ¿Qué tanto lo debería editar? La mujer que ven en esta foto es una mujer que en realidad le cuesta mucho mirar a los ojos cuando habla con alguien más, por eso espero que mientras miras mi autorretrato sientas que te estoy mirando, que no estoy evadiéndote con la mirada. Esta es una mujer a la que le dijeron un millón de veces que su cabello era horrible, que era fea y que el lunar en su nariz la hacia ver desagradable, pero también es una mujer que ya no quiere seguir pensando eso que otros dijeron desde su mirada masculina y patriarcal (incluso desde la voz de algunas mujeres). Esta es una mujer que le cuesta pensarse a sí misma como capaz de crear, pero que cuando mira sus manos puede imaginarse creadora. Esta es una mujer a la que le cuesta tener los pies sobre la tierra y por eso más bien le gustaría andar de cabeza. Esta soy yo, tímida pero valiente, creadora y caminante.

Esto no es nada nuevo, el feminismo ha cambiado mi vida y la sigue cambiando. Como el agua en la tierra cuando riego mis plantas en las mañanas, poco a poco llena más pedazos de mí, de mi vida, de mis relaciones, de mis amistades. La fotografía es este nuevo espacio que ahora está lleno de feminismo. Espero con muchas ansias continuar tomando fotos, de todo, de los lugares que visito, de las cosas nuevas que mis ojos logren ver, de otras mujeres, de sus experiencias, pero también, sin temor a ser juzgada, de mi misma.  

*Nota: este texto y las fotografías son resultado del curso En Busca de Mi Autorretrato de Ímpetu Centro de Estudios A.C. impartido por Valentina Díaz

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La Crítica