Beatriz Contreras Castillo

Caro sale muy temprano de su casa, tan temprano que ni siquiera ha salido el sol. Las calles, llenas de piedras y tierra en su colonia, mojadas por la horrible lluvia del día de ayer, le enlodan los zapatos y hacen más pesados los tres kilómetros que tiene que caminar para llegar a la escuela. A medio camino, su estómago empieza a hacer unos ruidos horribles por el hambre de no haber desayunado, porque eso implicaría sacrificar más tiempo de las pocas horas de sueño que tiene, además en su casa hay muy poca comida y prefiere que la coman sus hermanitas.

Cuando llega a la escuela, pasa al baño a limpiar sus zapatos y a arreglarse el peinado. Las niñas tienen que estar presentables todo el tiempo para la escuela. ¿O acaso sus madres no les ponen atención? –preguntan las otras madres en las juntas– además ¿por qué llegan tan sucias? ¿qué no pueden limpiarse y ser responsables para venir a la escuela? Y todo esto pasa por la cabeza de Caro, mientras se prepara, impecable, para entrar al salón donde su clase de matemáticas ya empezó.

Caro no pone mucha atención porque ha intentado hasta el cansancio concentrarse y no le sale, porque no le entiende. Y no puede pedirle ayuda a su madre porque llega muy cansada de doblar turnos y apenas y la ve. Tampoco le da tiempo de investigar, ya se ha atrasado demasiado y cuando llega a casa ya no le da tiempo, entre el cansancio y la incertidumbre, prefiere dormir.

Cuando finalmente se acaban las repetitivas horas de escuela, sale corriendo al baño y se cambia para dejar intacto el uniforme que guarda en su mochila descosida. Se sube a una combi, en la que va alerta todo el tiempo, porque la gente de la colonia dice que ahí seguido asaltan, pero no le queda de otra, y en el camino trata de leer los apuntes de sus clases para hacer la tarea durante la hora que recorre hasta llegar a la cocina económica de la amiga de su mamá, donde trabaja todos los días, menos los lunes.

Caro no sabe cocinar, además el sazón es de Rita, la amiga de su madre. Caro es mesera y lava todos los trastes, se queda la mitad de las propinas y Rita le da otro poco que Caro le entrega completo a su mamá. A la cocina a veces van hombres de traje, de los edificios de enfrente, de esos que no ganan mucho dinero y sólo les alcanza para comer en lugares así. Siempre tratan de bromear con Caro, le piden sonrisas y que sea eficaz «para que se gane la propina o de lo contrario no le va a tocar» A Caro le incomodan, pero Rita dice que debe ser siempre amable y que al cliente hay que darle lo que pida.

Pasan de las seis y la comida y los clientes se acabaron, pero a Caro le queda una montaña de trastes que le hace falta lavar. Sus manos ya están secas y ásperas de hacer lo mismo cada día, pero dice su madre que así les tocó vivir, y que no hay de otra, que le tiene que ayudar, porque se necesitan dos personas trabajando en la casa y de su padre hace muchos años que no saben nada.

Cuando dan las ocho, Caro ya acabó de lavar toda la suciedad y de barrer y trapear el local de la cocina de Rita, le pagan su parte y ayuda a cerrar. Se va caminando para subirse a la misma combi para regresar a casa. De nuevo está oscuro, y aunque está cansada, no se vale apaciguar. Tiene que estar aun más alerta, desde hace tiempo tiene cierta sensación, como si la siguieran, pero no hay nadie, quizá siempre hay alguien, quizá por eso no se le va.

Otra hora más y llega al lugar. Para llegar a su casa tiene que caminar tres cuadras grandes, Caro las corre, gracias a la vida todavía es joven y aguanta esas cosas que «le tocaron vivir», no se puede dar el lujo de rendirse, ya casi lo logra. A Caro le da miedo la calle, porque le gritan cosas a veces. Le han dicho que hasta «la sacarían de trabajar», que ya no se esfuerce tanto, otras veces le dicen cosas sobre su cuerpo o simplemente la insultan.

Caro nunca responde, está muerta de miedo y sólo puede pensar en llegar. Finalmente lo consigue, abre la puerta deprisa con las llaves que siempre trae cuando camino por si algo llegara a pasar. Entra en su casa, es hora de cenar. Ayuda a su madre a servir y luego a lavar. Otro día completado, mañana no sabe qué va a pasar.

Foto de Azcentral

 

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La Crítica