Cuento

[Cuento] Las habitantes de la ladera

Por Gretel Dueñas

La Curandera le pidió que fuera con ella, le explicó que no tenía alternativa y ella, aceptando, se desprendió de sí misma… Esta es la historia de una parte de la comunidad que el Tepemapa protege.

En la ladera que ve hacia el norte, fueron sembradas las semillas elegidas por las brujas y sus plantas. Ahí, cuando la neblina baja, sacia la sed de las protagonistas de esta historia, disminuye la temperatura y con su frescura, las inunda, dejándolas florecer, crecer, rebosar en sus capacidades sanadoras.

Por las mañanas, Luz las ilumina, les trae nutrientes al mismo tiempo que ellas se sacuden a Rocío de la Mañana. Durante todo el día trabajan con Viento y con Luz para dar Aliento de Vida a través del aire que las rodea. Eso hacen ellas en su rutina diaria, pero hay días especiales en los que las brujas y las curanderas se acercan a ellas pidiéndoles favores.

Ocurre así, la Bruja se acerca, murmura quedito su hechizo, sus fórmulas y sus razones, y ellas, escuchando atentas, valoran y dirán la última palabra. Casi siempre, la intención es sanar a alguien, mas en ocasiones la intención cambia. Puede ser que quieran llevarlas a otro sitio, para que otras brujas y curanderas puedan escuchar su sabiduría; o bien, que el propósito sea algo tan complejo como darle sabor a la vida.

A ellas les gusta tener su espacio para poder trabajar, crecer y estar a gusto, aunque siempre las encontrarás acompañadas de otras más. Pueden necesitarse entre ellas, dos, tres, ¡todas!, una nunca sabe. La cuestión es que estas seres amargas, habitantes de la ladera, son las más dulces de la Tierra: Su forma de organizarse es un claro ejemplo, pues su acuerdo más importante es la colaboración.

El día que yo las conocí, estaba de visita.  La Curandera más sabia de la comunidad, que resguarda el Tepemapa, fue solicitada para quitarle el susto a una niña. Fue a revisar la situación y al comprender la gravedad del asunto,  me mandó con las habitantes de la ladera,  dijo -pídeles permiso de tomar un par de hojas, explícales lo que la niña ha pasado, diles que vas de mi parte, que te envié porque esta niña está muy grave y estamos luchando por mantenerla a salvo-. Así lo hice.

Caminé por la vereda hasta llegar a la Higuera, luego descendí por donde emana el agua sagrada, crucé el huerto de chiles y las encontré, en su jardín ladeado hacia el norte. Me incliné ante ellas, reconociendo su dignidad. Les platiqué de la niña y me escucharon atentas, acercándose a la situación por la que estaba pasando. Sin dejar que terminara la frase, al ver la urgencia en mis palabras, se ofrecieron todas a ayudar, se escuchaba lejos y cerca -¡Yo iré!- levantando sus hojas y flores que compartirían para la causa.

La Curandera, mientras tanto, llevó a la niña a una especie de cueva mística, entre piedras calientes, vapores, tierra mojada, agua y las mujeres más cercanas a ella. La Neblina, que siempre, por esos rumbos, quiere colaborar, descendió. Llegué a la cueva y me preparé para entrar con las hojas y las flores. Con eso, todo estuvo listo para el ritual de temazcal.

Se sentía un ambiente acogedor, de calma y de mucho cariño. Aquella niña fue apapachada por la infusión que formaron las hojas, las flores y las aguas calientes juntas; recibiendo un baño que arrancaba con ternura, de su alma el espanto, de su piel cualquier rastro de miedo y de su mente, cualquier memoria que la regresara al daño; Alejando de una vez y para siempre, el susto de todo su ser.

Esa noche, todas descansamos.

Por la mañana preparamos tamales con Quelites de Alegría, una vecina de las habitantes de la ladera. Después fuimos, la curandera, la niña, la mamá, las hermanas y yo a ofrecer humeantes inciensos de copal para que el Tepemapa y quienes habitan en su protección, permanecieran firmes, para seguir curando sustos, para que ningún proyecto humano las derrumbara, para agradecer por el descanso y la calma. Reverdecimos, absorbimos los alientos de vida y danzamos, conmemorando que la Tierra es libre y nosotras con ella.

 

Ilustración de Kas Reich

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La Crítica