Cultura

Aprender a sentirnos en tiempos digitales

Luisa Velázquez Herrera «Menstruadora»

¿Has intentado sostener una conversación de dos horas sin mirar a tus compañeras? Nosotras lo hacemos siempre. En Ímpetu Centro de Estudios A.C. no solemos prender la cámara de video en nuestras sesiones y es algo que para nuestra alegría, solo a muy pocas les llega a incomodar.

La mayoría deja de afligirse por arreglar un espacio pequeño en medio del caos de la explotación del hogar, por peinarse o cambiar la blusa para que sea agradable para la vista de sus compañeras. Pero algunas otras han sospechado que quizá «ocultamos algo», que queremos «impedir que entre ellas se miren» o cualquier explicación lejana a la realidad.

¿Quieres saber por qué no lo hacemos? La explicación empezó siendo sencilla, la señal de internet no es la misma para todas y hay quienes no consiguen conectar ninguna cámara de video, a veces hasta el audio se cae, ¿por qué unas sí serían vistas y las otras no? ¿bajo el parámetro de los recursos económicos basaríamos el derecho a ser miradas? ¿entonces solo veríamos compañeras de cierto estrato y las que no consiguen tener cámara o conectar su video, por su baja señal de internet, no tendrían rostro? ¿Por qué haríamos algo así? Así decidimos que nuestra principal herramienta serían los micrófonos ya integrados en el celular o en la laptop, como sea, la señal baja de internet sí logra enlazarnos a través del audio, con todo y sus típicas fallas en nuestras regiones en Abya Yala.

Pero después, con el paso de los años, nos dimos cuenta que la dinámica que arrojaba la convivencia por la voz era invaluable, probablemente lo sentimos antes que identificar la importancia de lo que hacíamos.

¿Algún día has sentido a una compañera a través de su voz sin nunca haberla visto? Quizá no todas lo logran, pero de verdad que es maravilloso. Dado que no hay referencia visual, es decir, no sabes cómo es su rostro, la acomodas en un sentir, ella se siente como hojas de árboles y ella acomoda sus ideas como sándwich, no es que sea tan claro como una gráfica, es que ahora que escribo y las quiero acomodar en palabras, salen así, pero ahí en la sesión, la sensación no requiere ser explicada, solo ocurre y desde ahí compartimos nuestras historias.

A ella, por ejemplo, la siento en el pecho y a ella la siento como un día soleado en el campo. Cuando ella habla me siento reflejada, ¿el reflejo cómo se siente? lo siento como eco en algún lugar que me rodea, ¿cómo te lo digo? ¿otra silueta en mí? Poco a poco ellas lo van descubriendo también, hay una intimidad que lo visual –del mundo virtual– nos priva, al final ya hemos aprendido a posar para selfies desde hace al menos una década y ya también conocemos cómo acomodar nuestra cara de atención en la clase escolar por Zoom, en cambio, la voz aún no está domesticada, aún logra comunicar un manjar de emociones en estos tiempos tan de Instagram y TikTok.

La ilustración es autoría de Ana Victoria Calderón

 

 

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La Crítica