Feminismo

Algunos aportes del lesbofeminismo al feminismo latinoamericano – Por Norma Mogrovejo

Por: Norma Mogrovejo Aquise

Múltiples han sido los aportes tanto de lesbianas al feminismo como del feminismo al movimiento de lesbianas.

La aparición pública de las lesbianas en los orígenes del feminismo latinoamericano, si bien causó miedos y resquemores, renovó el discurso feminista porque recuperó la sexualidad como una práctica política ligada al placer y al y poder y por tanto, una experiencia generadora de sujeto.

Cuestionó sobremanera, el modelo reproductivo como único ejercicio de la sexualidad. Y es que en una región donde la religión católica ha gobernado desde el Estado sobre los cuerpos y la vida de las mujeres y los varones, ejerciendo persecución a los disidentes; la experiencia cotidiana de las lesbianas, ha marcado un referente importante en la construcción de un feminismo crítico, radical, que aún considera a la experiencia diferente un espacio alternativo a la hegemonía de la masculinidad en sus nuevas presentaciones.

Al principio, la diferencia
Antes de que se organizaran políticamente, los espacios que congregaban a las lesbianas, fueron los llamados “antros”, bares o discotecas subterráneas o clandestinas, donde junto a otrxs sujetxs disidentes podían encontrar algunas pares. Salir del espacio doméstico o de reuniones exclusivas en casas, implicaba exponerse a una suerte de publicidad y riesgos, en tanto, una forma de salir del closet. Debido a que no hubo régimen político que se eximiera del acoso y persecución de Estado hacia lesbianas y homosexuales, salir del encierro y tener la posibilidad de conocer pares, aún cuando fuera en un contexto poco seguro y saludable, tenía una lectura política.

Las lesbianas de entonces, carentes de una teoría y, lejanas aún del feminismo, construían sus relaciones desde la única referencia: la heterosexualidad y su correspondiente binario, masculino y femenino. Con todo, existía temeridad por el rompimiento a la norma heterosexual y genérica. También estaba la culpa, que hacía lo propio. Las primeras argumentaciones que encontraron a mano y fueron reproducidas por las primeras novelas con temática lésbica como el “Pozo de la soledad” fueron justamente desde la naturalización y el cristianismo. “Somos producto de la naturaleza y no podemos hacer nada por cambiarlo, acéptennos”, o “dios ama a todos sus hijos por igual porque son criaturas de su creación”.

Este “ser diferente” ha marcado una serie de experiencias particulares ligadas a la ruptura. Muchas desde muy jóvenes, tuvieron que enfrentar a la familia, la sociedad, las crisis económicas de la región y experimentar formas de sobrevivencia e independencia o vivir una doble vida. El feminismo proporcionó las herramientas teóricas y políticas para entender el género como construcciones sociales, culturales y políticas y las lesbianas, a su vez, analizaron la sexualidad como práctica erótica y como postura política, es decir como un paradigma social que no solamente tiene que ver con la relación amorosa, sino que descubre los intrincados dispositivos de control que sobre ella se asientan y las posibilidades de resistencia que proyecta, a lo que denominaron la sexo-política, que convirtió al lesbianismo en un planteamiento político: permitió a muchas sacudirse de las normas y culpas, y vivir el lesbianismo con mayor libertad y actitud militante.

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Los grupos de autoconciencia posibilitaron hacer teoría desde la práctica cotidiana, desde donde las lesbianas que habían renunciado a la doble moral, se hacían lugar y lo cuestionaban todo. Las feministas heterosexuales, temerosas de que sobre ellas cayera el peso de la estigmatización como lesbianas, se resistían a aceptarlas como pares, es decir como sujeto generador de propuestas, a lo que las lesbianas denominaron heterocentrismo.

Las demandas eran pensadas para mujeres en relaciones heterosexuales, así, el derecho al aborto, la lucha contra la violencia hacia las mujeres y la maternidad libre y voluntaria sólo fueron resignificadas también para lesbianas algunos años después. Las más abiertas decían “así son, que le vamos a hacer, aquí están”. Entonces confirmamos junto a Beavoir, que la mujer se hace, que la lesbiana no nace, elige serlo. La elección, como acto de trascendencia: se es libre cuando se tiene la posibilidad de elegir. Si la libertad es una de las construcciones más difíciles y fascinantes en el «llegar a ser» humanidad libre, es la única esencia aceptable. Y es aquí cuando reconocemos la primera diferencia con el ser mujer que es inmanencia, sobredeterminación. La elección se presentaba entonces como la posibilidad de un proyecto político transformador para las mujeres.

También para las heterosexuales fueron liberadores los cuestionamientos a la obligatoriedad de la heterosexualidad y muchas se permitieron dejar la lívido libre en la experimentación. Para algunas, romper con el deber ser y la sexualidad impuesta implicó otra obligatoriedad y pasaron de una identidad a otra como acto de resignación. Para otras fue una liberación del patriarcado. Otras volvieron a la heterosexualidad. Otras aún circulan libremente. “Se alesbianaron las feministas” decíamos las lesbianas mientras nos infiltrábamos en los espacios políticos.

La carencia de espacios y el deseo de cambiarlo todo, nos llevaba a buscar lesbianas en los espacios públicos, nuestra necesidad de afecto estaba a piel y las lesbianas en el grupo feminista, en el lésbico, en el gay, en el partido político, en las redes contra la violencia a las mujeres, en favor del aborto, en los centros de soporte a mujeres violadas, en los comités sindicales, en apoyo a las luchas contra las dictaduras, comités que organizan marchas, piquetes, festivales, etc. Entonces empezamos a hablar de la doble jornada de trabajo, de la triple o múltiple militancia. Y fuimos quienes también aportamos en el análisis de «lo personal es político».

Las relaciones entre hombres y mujeres son relaciones políticas, implican poder y dominio, la mujer que da apoyo y amor a un hombre perpetúa el sistema que la oprime, aceptando su estatuto de segunda clase; en consecuencia, el lesbianismo es más que una preferencia sexual: es una opción política porque desafía el sistema político establecido que obliga a que las relaciones entre hombres y mujeres sean relaciones de dominio, basadas en la división del trabajo en razón de sexo, y en la imposición de la sexualidad reproductiva que marca sexuadamente trabajos cuyo ejercicio nada tiene que ver con el sexo de quien los desempeñe. Y aunque a algunxs les parecía insoportable, las lesbianas estaban en todas partes, haciendo todos los trabajos desde los más duros hasta la elaboración de conocimiento a partir de lo cotidiano. “El feminismo es la teoría y el lesbianismo la práctica”, podía tener diversas interpretaciones: no hay teoría que sustente un feminismo con un tipo de sexualidad hegemónica que no se cuestione, ni una jerarquía en la concepción y práctica de las sexualidades, ni una teoría que no haga práctica sus planteamientos de refundación de la organización social.

Entonces había que entender la heterosexualidad obligatoria como un sistema de dominación, donde lo femenino es una construcción de la masculinidad y debíamos replantear la existencia toda y su organización. En los espacios homosexuales contribuimos también con el análisis político de la sexualidad que requiere desestructurar los sistemas de control y las jerarquías, y aunque coincidíamos en planteamientos, hacía falta una autocrítica sobre el entrenamiento milenario en el ejercicio cotidiano de dichas jerarquías del mundo patriarcal. Así, el activismo mixto nos aportó destrezas pero también significó desencanto. Y entre el cansancio por la misoginia gay, el heterocentrismo feminista y la lesbofobia de la izquierda, las lesbianas empezamos a generar espacios separados y entender la importancia de los mismos. La necesidad nos llevaba a concebirnos como un sujeto autónomo, sin homosexuales y heterofeministas. Y es quizás este proceso, que aportó sobre todo al feminismo, una mirada de la diferencia en la diferencia.

Alentadas por el deseo de recuperar el femenino mutilado por el patriarcado, reandamos en busca de nuestras ancestras, las diosas, las exiladas, para recuperar la genealogía del conocimiento femenino, aquel que logró escapar, si esto fue posible, del pensamiento masculino. Forjamos grupos activistas de lesbianas, grupos de amigas, grupos deportivos, comunas, experimentamos la autogestión, el autosostenimiento, economías compartidas, experiencias urbanas y rurales, nos acercamos a la espiritualidad y el cosmos, alentamos la complicidad y solidaridad entre mujeres y apostamos a un feminismo holístico, hacer de lo privado espacios de reflexión y práctica política y de los espacios públicos un encuentro con lo cotidiano y hasta lo espiritual. Empezaron los encuentros lésbicos latinoamericanos, las artistas crearon arte lésbico: grupos de pintoras, poetas, teatreras, grupos musicales, y sobre todo, fiestas sólo para lesbianas.

Junto al ingreso de una economía neoliberal, descubrimos también que el mercado había construido un mercado para las lesbianas y los disidentes. Y el roñoso dinero rasgó la pureza de tanta espiritualidad. Y advertimos cómo algunos grupos siguieron el proceso de institucionalización del feminismo y formaron ONGs, les llegó el financiamiento y muchas se encandilaron con el poder y el dinero. Al principios los viajes internacionales, las novias internacionales, y el gusto por ser parte del Jet set internacional del mundo gay y feminista. Algunas se sintieron representantes y confundieron espacios de decisión colectiva por cupular y cancelaron y cambiaron sedes de encuentros lésbicos latinoamericanos y hablaban a nombre de todas con el estado y las instituciones supranacionales. La agenda del movimiento giró en función de los financiamientos y así se establecieron prioridades: el SIDA, los derechos humanos, los derechos sexuales y reproductivos, la diversidad sexual y los derechos patrimoniales. La búsqueda de la libertad se transformó en la búsqueda de los derechos, la aceptación y la igualación con los heterosexuales. Y muchas lesbianas se sumaron a la dinámica LGTB en la búsqueda de derechos y priorizaron la legalidad de las relaciones de pareja y el matrimonio, abandonando o postergando la crítica feminista a las instituciones de control social.

Lo paradójico es que en una región como América Latina con una fuerte hegemonía de la religión católica, el matrimonio homosexual o la legalización de las relaciones de pareja entre personas del mismo sexo, ha logrado asimilarse a las reglas impuestas por la lógica neoliberal: el consumo y derecho a la propiedad privada, a diferencia del aborto, que demanda el ejercicio de la libertad de las mujeres sobre su propio cuerpo, que sigue siendo proscrita, incluso en espacios gobernados por la izquierda. Un sector del lesbianismo, crítico a las demandas de igualdad bajo el referente de la heterosexualidad, junto al cuestionamiento del matrimonio y las legalizaciones de pareja, han propuesto replantear nuestra socialización bajo los principios de la propiedad privada de la pareja, es decir la monogamia obligatoria como único paradigma en la construcción de las relaciones afectivas y la organización social.

La monogamia se ha afirmado bajo los pilares de los celos con el ejercicio de la violencia, de la misma manera que la heterosexualidad se ha afirmado bajo el dispositivo de la lesbo, homo y transfobia, es decir bajo la compulsión y la obligatoriedad. El cuestionamiento a una concepción hegemónica del feminismo ha venido desde diversos espacios, así como las lesbianas, las negras, las indígenas, las mujeres pobres, han cuestionado la construcción de un feminismo latinoamericano desde una interpretación occidental que no ha sido capaz de integrar en su análisis las dimensiones de la sexo-política, etnia/raza y clase, que darían una visión más cercana y comprometida a la problemática latinoamericana.

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¿Transformamos el sujeto?
Para Margarita Pisano, uno de los principales desafíos sigue siendo la reconstrucción del espacio simbólico de la masculinidad que contiene en sí el espacio de la feminidad. En algunos momentos las mujeres se instalan en los lugares de poder de la masculinidad como la política pero siempre al servicio de los intereses de la masculinidad, esos “grandes avances” son formas de reacomodo de las estructuras masculinas, negociar en condiciones de desigualdad es una transacción en la cual uno se somete a las condiciones de juego del que tiene el poder, ya que solo negocian los que se reconocen con equivalencia de poderes y necesidades.

Con el postestructuralismo y la teoría queer, la dicotomización de lo femenino y lo masculino ha perdido vigencia, por lo que cualquier referencia al binario cae bajo la sospecha de esencialismo. Es así que el post feminismo ha abandonado también la centralidad del sujeto mujer y adoptado nuevos sujetos. La participación de trans a partir del XI Encuentro feminista latinoamericano y del Caribe, así lo confirma. Sin embargo, pese a las ficciones teóricas, no es posible negar el sexismo real y existente y por tanto el sentido de la lucha de las mujeres.

Desde la experiencia lésbica, la insumisa “sujeta” se resiste a ser reemplazada o desplazada. La participación de las trans en los Encuentros Lésbicos Feministas Latinoamericanos y del Caribe (ELFLACs), se puso a consideración en el VI Encuentro de 2004. Algunos grupos de lesbianas que trabajan en conjunto con el movimiento LGTB y que apuestan a la transformación del sujeto identitario como un sujeto múltiple e indefinido, apoyaron la inclusión de las trans lesbianas a los Encuentros en una crítica a la naturalización de las construcciones genéricas. Una segunda postura defendió la exclusividad de los encuentros lésbicos argumentando que la vestimenta no podía darle a las trans la experiencia histórica ni biológica del ser mujer lesbiana, y una tercera postura, sin negar la crítica a la naturalización, cuestionaron el reforzamiento pragmático del sistema binario que reedita valores de la feminidad más colonizada como fundamento ontológico. En consecuencia, cuestionan el mandato transgenérico, defienden la necesidad de espacios políticos diferenciados y el derecho a la autodeterminación como ejercicio de autonomía. En tanto no hubo acuerdo, los ELFLCs siguen manteniéndose específicos.

Esta resolución por afirmación u omisión seguramente provoca cuestionamientos ¿Cómo es posible que en plena era de la economía liberal de mercado, la globalización y el postestructuralismo, las lesbianas se resistan y sigan reivindicando un sujeto definido que prioriza la mirada desde la diferencia? Si bien la dominación masculina ha utilizado las diferencias a favor de la desigualdad, esta ha sido una consecuencia perversa. El concepto de diferencia no tiene de por sí nada de ontológico. Es la forma que tienen los amos de interpretar una situación histórica de dominación. Y es que en el proceso de autosignificarse las lesbianas crean un orden simbólico, en tal sentido, los “lugares propios”, no son necesariamente guetos, ponen de manifiesto un “modo” peculiar de estar en el mundo, una forma de crear y recrear un orden simbólico. Un espacio necesario para desentrañar la dominación simbólica que se nos ha impuesto y que acatamos sin conciencia de ello. Lo que no significa negarse a entablar puentes de comunicación y acción conjunta con otros sujetos.

Cuestionar la descentración del sujeto, no ha significado quedarse solo y únicamente en el lugar propio, sino poner en cuestión la lógica posestructuralista que ha reeditado una universalidad masculina, que niega las posibilidades de un sujeto que ha empezado a hablar por si mismo y en nombre de sus subjetividades.

En América Latina es pertinente poner en cuestión la crítica al sujeto transformador, en un momento donde justamente la embestida neoliberal impulsada por los gobiernos latinoamericanos que pretenden vender a las transnacionales los recursos naturales para la explotación de hidrocarburos a costa de desaparecer a los pueblos originarios y su cultura comunitaria bajo el argumento (o pensamiento único) de desarrollo; son los indígenas, a costa de sus vidas, los que se resisten a la imposición del neoliberalismo. El feminismo latinoamericano tiene el gran reto de incorporar a su análisis una perspectiva nuestramericana y sumarse a la resistencia de la imposición de un sistema neocolonial y de exterminio y de reconfigurar una nueva cultura junto a los sujetos subalternos de los pueblos de América Latina.

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