Arte

[Verano Literario Feminista] Carta a Cristina Peri Rossi

ItzelTal

Cristina,

Esperé mucho por el encuentro, hubo días en los que otro pensamiento sólo servía para estorbarme el anhelo de verte. Te había buscado. Fugaces intentos, insensatos intentos… cualquiera sea la fórmula, nunca te encontraba, siempre estabas tan lejos, tan estrella rota ante mis ojos astígmatas y miopes. 

Sólo recordar el vacío de las habitaciones, llenas de ecos de silencio, me hace doler el pecho. 

Tus palabras, fetiches de mi deseo, que agitan mi imaginación y turban mi sueño. Me había vuelto amante de tus palabras; ellas en mi oído, en mis labios reprimiendo a dentelladas este afán, en mis dedos de panal, en la copla musical de su propio desorden hecho goce, en toda una existencia ausente, en este, mi amado espacio de revelaciones. Y si a Alejandra la llevo, sin fondo, onírica e inconsciente, tú (me) estás encarnada.

Esperé mucho. 

La noche previa al encuentro casi no dormí y los apenas relámpagos oníricos me cargaron de imágenes y sonidos estrepitosos que me volvían a la realidad, oscura, silente, contemplativa de mí. Yo, la asonante, la obliteración misma. 

Me levanté con más miedo que alegría, incluso me atrevería a decir que prolongué cada movimiento para tener un pretexto del tiempo, desrresponsabilizándome de la siempre presente posibilidad de hecatombe. Pero esta vez, a diferencia de lo que ha sido mi vida, el tiempo me daba la mano y corría a mi ritmo, quizá fue tanta su espera que hasta él mismo pedía vernos juntas. 

Vi las primeras horas de la mañana y levanté pedacitos de juego, limpié los areneros, puse alimento y agua en los tazones, calenté agua para tomar un té, me metí a la bañera… me detuve a escuchar las gotas encontrando mi piel, cerré los ojos e hice un recorrido mental de lo que sería este encuentro: autobús a la Ciudad de México, la terminal y el metro lleno de gente, el Zócalo tan cercano lo mismo que ajeno, Donceles… ¿Bastaría la generación de esta imagen para retenerla como un recuerdo “vívido” y colmar de felicidad toda mi vida o tendría que materializar sí o sí esa cercanía de cuerpos ya supuesta, soñada, querida? 

Tantas veces me dijeron que no fuera, que no estarías, que seguir el deseo tiene un precio, se vea o no se vea, se tiene que pagar. ¿Cómo voy a pagar esta felicidad, esta ilusión, este deseo? 

No. Que las palabras otras no se me cuelen entredientes, sigo siendo una adicta a la intensidad. Sin duda, iría. 

Me vestí, cuidando cada prenda, cada detalle, como casi nunca hago, miré mi cabello crecido, me quedé en el espejo: ¿Esta soy yo? Sonreí y me preguntaba qué sería mirarte, posarme en tus páginas de vida, recorrerte de una vez y para no-siempre. Apuré el paso para tomar el autobús que por poco me deja, pero este día nada podía salir mal, todo era preciso, encajaba cada minúscula cosa en su lugar. 

Me sentí diáfana. 

Autobús, terminal, metro, Zócalo… ¡Donceles!  

¿En cuál de todas nos encontraríamos? 

¿Me lo dijiste acaso? 

¿Lo escribiste en algún papel o servilleta que olvidé en otro tiempo? 

¿Estaba entrelíneas como un mensaje oculto sólo para mí? 

No importa, ante la confusión incipiente resolví buscarte en todas: estarías. 

Bibliofilia, inframundo, hermanos de la hoja. 

Nada

El laberinto, tomo suelto, aún en el callejón de los milagros. 

Nada. 

Recorrido ida y vuelta. 

Vuelta e ida.

Amenaza de lluvia. 

Nada. 

¿En qué momento el tiempo me soltó la mano para correr en otra dirección? 

Pregunté por ti en todos lados, entraba, salía, miraba, ¿estarías escondida afuera, adentro? 

Volvía, apartaba mis cosas y entraba en esa laberíntica ciudad de gentes y libros, quizá la torpeza de alguno de los hombres que estaba ahí te había mandado a “Ciencia Ficción” o “Biografía”, cuando está claro que eres toda poesía. Me siento ofendida, vulgar, extranjera entre los otros, miro y no veo nada. 

Yo, tan segura ese día de que te encontraría, ahora estaba perdida, ¿por dónde empezar? Nadie sabe de ti, sus existencias oblicuas y sus pequeñas miserias sólo alcanzan para lo mundano. Apenas dos ancianos de melena larga y acento de sur de continente me dijeron que casi no te habían visto, que la última vez te escucharon hacer traducciones por la ciudad. ¿Y ahora? ¿Cómo te voy a encontrar entre estas millones de palabras? ¿Cómo hallar o crear un cordón umbilical que me una a ti? 

Me siento como el personaje de La Dimensión Desconocida al que le bastaba estar cerca o tocar un libro para que todas sus letras, como por ósmosis, se le hicieran carne en el cuerpo, sinapsis el pensamiento. Al final, yo pienso que, decidiendo su locura, entra a una biblioteca para morir de sobredosis. Así me siento, Cristina, pero al revés, porque a mí no me llegan las palabras, no tengo pistas de dónde estés y comienzo a sentir pánico, y quiero gritar y que me dejen sola hasta encontrarte, pero la arena sigue cayendo y mi sobredosis de vacío será de este falso abandono, acaso abstención anunciada. 

¿Por qué no viniste al encuentro Cristina? Sabías que te estaba esperando. ¿Sabías que te estaba esperando? 

Me voy yendo, a padecer la realidad, la prosa de mis pasos atemporales marca una despedida, si se le puede llamar así a un no-encuentro. Sólo me queda decirme, mientras atravieso la alameda central, que ésta sí es una guerra perdida, que –In memoriam– la vida se me escapa, que sigo sin hallar las estrategias del deseo

Tu muy desconocida, Itzel.

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La Crítica