Feminismo

Salir de la heterosexualidad y vivir lesbiana

Luisa Velázquez Herrera
Menstruadora (2012)

A los 6 no podía creer que mi compañerita Stephanie fuera tan hermosa y creativa que me daba tristeza cuando no venía a clase.

A los 12 me encontré preguntándome cómo es que todas tenían la seguridad de que les gustaban los hombres mientras veía a Aura sonreír.

A los 16 besé por primera vez a una mujer, Clara, una compañera de la prepa a quien quise mucho.

A los 21 me encerraba en los baños de los bares universitarios a besarme con mis amigas.

A los 23 conocí a Gloria y a los 24 tuvimos ambas nuestra primera relación sexual lésbica, quiero decir que ambas nos supimos lesbianas al mismo tiempo, juntas.

A los 25 inicié mi primera relación amorosa con otra compañera con la que ahora no tengo comunicación.

Y a los 31 vivo con una compañera lesbiana con la que comparto besos también, aunque ahora me gusta pensar más en que es mi amiga en autonomía, que una novia.

Seguramente al leer esto crean de mí que siempre me supe lesbiana, temo decepcionarlas, me supe lesbiana para la mirada ajena bastante «tarde».

De los 15 a los 24 hubo hombres también en mi vida o más bien, ellos arrancaron mi vida en ese periodo. Hay un debate infructífero sobre si ser lesbiana “tardía” (pasados los veintes) o “femenina” (que usa cabello largo) implica una suerte de privilegio sobre la lesbiana de cabello corto (en inglés se le conoce como butch y tomboy) que valerosamente asumió su vida con mujeres desde más pequeña (antes de los veinte), mi respuesta es no, no encuentro el privilegio de haber sido violada por ser obligadamente heterosexual, sobre ser violada por lo que atrozmente se conoce como “violaciones correctivas” a lesbianas, y no hay tal “privilegio” porque todas somos mujeres.

Yo fui violada por muchos hombres en la época en que me creí que era heterosexual. Violada en mi casa, violada en mi cama, violada por conocidos, por desconocidos, violada en casas de desconocidos, violada por hombres varias décadas mayores que yo, mi cuerpo se destruyó en un periodo cuya época más dura fue de los 20 a los 24, por fortuna un periodo corto. ¿Es eso un privilegio? Si es así, tendríamos que repensar qué estamos entendiendo por pensamiento feminista.

La violación cotidiana heterosexual es como dijo Loba Franca en una sesión colectiva de análisis del patriarcado que tuvimos entre muchas compañeras: “una estrategia de shock milenaria de los hombres contra el cuerpo de las mujeres”, de mutilación, de daño, de destrucción, en ese par de años me usaron de estandarte de la liberación sexual y yo amanecía con marcas en mi cuerpo, con infecciones urinarias y con falta de apetito.

Pero mi cuerpo es sabio y lo supe escuchar a tiempo, un buen día la necesidad de estar a solas fue ensordecedora, por esa época además vivía con mi hermano, pero ya estaba cansada de cuidarlo, así que me mudé a un pequeño departamento de lesbianas en el centro de la ciudad, una compañera me prestó una cámara de fotos y comencé a fotografiarme, las piernas, los muslos, la nariz, mi panza, mis manos, me detuve a observarme. Esos días, ahora entiendo, mi cuerpa me reclamaba tranquilidad, por fortuna me hice caso, es que la sabiduría es intuitiva porque es ancestral. Una de las primeras cosas que hice fue ocultar mi dirección a los hombres, era secreta, era mi tiempo, no estaba en casa para ellos, los borré.

Por ese tiempo me encontré con un par de amigas lesbianas, de eso ya he hablado antes, muchísimo en otros textos, una de ellas, Selene, fue quien me enseñó entre risas, porque siempre fue una broma abierta, el término “lesbiana conversa”.

Según recuerdo surgió porque por esos años ella hablaba tantísimo de la posibilidad de ser lesbiana que sus amigas la molestaban llamándola algo así como evangelizadora, por lo que ella hábilmente remató respondiendo que sí, que ella misma se había “convertido” al abandonar su vida heterosexual, cuando ella me lo compartió se me cimbró la vida, meses después yo lo suscribí y por eso lo usé algún tiempo.

Años después, en 2017 empecé a dejar de emplear el término «lesbiana conversa» (como se registra aquí o aquí) y definitivamente a inicios de 2018 lo saqué de mis palabras cuando me encontré preguntándome cómo se originó el patriarcado y mis andares me llevaron lejos del concepto ya, aunque muchas conocidas lo siguieron usando por la amplia campaña que hicimos muchos años.

¿Una se puede “convertir”? Pienso que una puede elegir decir “no” a la mutilación que hacen los hombres de nosotras. Pero ahora, dadas las reflexiones que hemos hecho colectivamente entorno a las sociedades ginocéntricas, sé que nuestro origen es lésbico, el de todas las mujeres, absolutamente todas, y que el patriarcado se ha fundado en la idea de negárnoslo con la violencia de los hombres. Una puede elegir ser lesbiana porque una ya es lesbiana, una lesbiana censurada, una lesbiana mutilada, es decir, una mujer que cree de sí misma que es heterosexual es una lesbiana negada, pero puede dejar de negarse.

Menstruadora (2015)

Cada año desde que se empezó a usar el término de mofa (lesbiana conversa), han arremetido mujeres de la diversidad señalando que si una se puede “convertir en lesbiana” entonces ellas se pueden “convertir en heterosexuales”, lo que sería darle la razón a la derecha. Como decía un párrafo arriba, una no puede convertirse en lo que los hombres quieren de nosotras porque eso no somos, nosotras somos la historia del encuentro corporal de mujeres presente y de miles de años atrás. Tan no pueden desaparecernos que las niñas juegan entre ellas con sus melenas despeinadas, trepan por donde quieren y se alejan de la feminidad impuesta de manera intuitiva, lo que pasa es que las van a adoctrinar con el paso de los años.

Otras críticas señalan que hablar de la posibilidad de ser lesbianas es borrarles su historia personal a las lesbianas que desde niñas asumieron con valentía su amor entre mujeres, lo cual no tiene sentido porque su historia es la historia de las mujeres. Si afirmáramos que no tienen una historia de mujeres, es decir, que su cuerpo no es sexuado de mujer, que no sobreviven como toda mujer a las violaciones, estaríamos partiendo del pensamiento patriarcal misógino que afirma que las lesbianas somos imitadoras de hombres o que nacimos con una patología, pero como nosotras sabemos y vivimos: las lesbianas somos mujeres.

Si me preguntan, ya no uso más “lesbiana conversa”, aunque ese término está en mi vida como una parte bella de mi historia que coincide con el llamado de mi cuerpa a escucharme, debo decir que en aquellos años la sensación corporal era francamente de «estarse convirtiendo», incluso, hace un lustro hice hace un rap que iniciaba así «me he estado convirtiendo en lesbiana», pero ahora entiendo que empezaba a resistir de manera consciente, a escuchar y amar mi cuerpa.

En mi presente simplemente digo que todas somos lesbianas, pero que algunas aún no se han dado cuenta, pero eso no lo inventé yo, lo decía Jill Johnston décadas atrás, me lo decía Karina aquí cerquita cada día desde que la conocí, me lo dice mi madre en la forma como habla de otras mujeres, me lo dicen las sonrisas de las niñas mientras se miran y se tocan sus manos, me lo dice el amor profundo que siento por mis hermanas.

Feliz 13 de enero a todas: Día de todas somos lesbianas.

Menstruadora (2018)

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La Crítica