Por Patricia Karina Vergara Sánchez

 

La enfermería hoy, antes que cualquier otra profesión, es la que se ocupa de combatir para salvar la vida ante la inminencia de la muerte. La mayor parte de quienes la ejercen son mujeres. Mujeres que han elegido poner el cuerpo propio para acompañar los padecimientos y la salud de otras, de otros.

Cuando alguien nace, son ellas quienes están ahí, acompañando ese nacimiento, limpiando, cuidando, sanando los cuerpos de la madre y de la beba o el bebé que acaban de nacer. Igualmente, son quienes están al lado de las personas que se despiden de la vida, custodian el último aliento y son quienes, también, acompañan a las familias de quienes nacen y de quienes mueren y son las que sostienen y enseñan a sostener a quien se está recuperando de un padecimiento.

Además, son traductoras del lenguaje médico para hacerlo comprensible a quienes sufren. Son las que acompañan las dudas, dolores y dificultades de las familias y de pacientes a su cargo -algunas de las cuales las médicas, médicos y otros miembros del personal de salud no llegan a saber.

Son ellas quienes llevan años poniendo el rostro ante la gente por un servicio de salud que se privatiza a pasos agigantados y con insuficiente inversión en el sector público para atender a toda la población que lo requiere. Al mismo tiempo, son las que se ingenian para conseguir, crear o suplir todos los insumos que no hay en los centros de atención, de lo cual la gente ni se entera.

Son ellas quienes limpian las secreciones, quienes tienen el contacto más íntimo con el cuerpo humano; vigilan el progreso del cuerpo, de los signos vitales, por horas, por días y por meses. Son quienes realizan las curaciones más dolorosas y, con sus propias manos constantes y con paciencia, van transformando los tejidos de piel heridos en cicatrices que permiten sobrevivir.

Son ellas, también, quienes acompañan los primeros pasos tras una cirugía; son quienes nos despiden cuando nos dan de alta de un hospital.

Todo ello, y más, es un trabajo tan valioso y, al mismo tiempo, tan despreciado en un sistema que no reconoce cómo el cuidado directo y concreto del cuerpo humano del otro, de la otra, es el eslabón primero para que la humanidad pueda continuar su existencia.

Es por ello, que el trabajo de la enfermera, debería ser reconocido y agradecido cada día, como el trabajo crucial que es para cada habitante de este planeta.

Sin embargo, en medio de la crisis de salud por la que atravesamos, en México, hay personas que hoy están maltratando y discriminando a las enfermeras en las calles. Las “acusan” de ser portadoras de COVID 19.

Hay que saber un par de cosas al respecto:

1.-Ellas están capacitadas y toman las precauciones necesarias para no ser portadoras de ese ni de ningún otro agente que pudiera ponerte en peligro ni a nadie de su entorno.
2.- Sin su trabajo, ni tú ni la gente que aprecias tendrá los cuidados necesarios en caso de tener algún padecimiento.
Si ellas se negaran a hacer su labor, no habría esperanza de recuperación para nadie.

Sin embargo, sé que, a pesar de la hostilidad de algunas personas, la mayoría de ellas no dejarán de hacer lo que les toca porque esa es su vocación.

Apóyalas, reconócelas, dales una palabra de aliento.
Ellas son hoy la primera línea contra la amenaza.
Ellas están luchando por nuestras vidas.

 

 

*Nota: Este texto fue publicado originalmente en el Facebook de la autora y fue reproducido íntegramente con su autorización 

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La Crítica