Cuento

[Cuento] Xompate Eva

Ilustración de Vero Escalante tomada de Pinterest con fines ilustrativos

 

Por Maricela Flores Garduño

En el gran Valle, un día llegaron maestros para educarnos, así decían y los pobladores del lugar les creyeron. Así empezó todo por todas las generaciones desde entonces. Así que en un salón de primaria, construcción de piedra, bien cuadrada por dentro y por fuera, con piedras  delineadas por  las orillitas de cada una con pintura blanca, eran como un gran laberinto, se entrelazaban perfectamente para no caerse y no sé por qué sentía ya su gran peso sobre mí. Me entretenía siguiendo esas líneas diariamente, cuando tenía que esperar a los demás niños a que terminaran el ejercicio del libro, debido al material de esa caja fuerte, así era la enseñanza, en frío, eso sí, todo limpio, muy amplio pero frío. Sólo tú hacías la diferencia.

Los pequeños en una fila, las pequeñas en otra. Yo de mirada lejana con el cabello dividido en dos mediante una línea bien derechita en medio de mi cabecita, que iban a parar en un par de coletitas que mi gran madre aseguraba con nejayo de nixtamal y sujetadores lindos de liga de calidad, así ella me mantenía muy bonita, así, peinadita, recuerdo que el  peine era de hueso, duro de roer por cierto, lo digo porque, ¡esos peines duraban que da gusto! Lo vi muchas veces por el tiempo, así  también duraba mi peinadito de jala ojitos, creo que por eso se me quedaron como rasgaditos. Me vestía mi madre con un trajecito amarillo, pantalón y saquito, en el saquito tenía una bolsita a cada lado, bien que cabían mis manitas y los veintes que me daban de gastar -me alcanzaba para una tostada, media naranja y un bolillo recién hecho-, no sé de dónde lo sacarían mis padres, no sé, confieso que a mi gran Nagual le gusta desde entonces que la ropa combine, ¿con qué? No sé, ¡pero que combine! El amarillo me gusta, combina con mi autentica piel. A mi dulce mamá más bien le gustaba ponerme ropa hecha por ella, vestiditos bordados por sus momentos de pensamientos, sus colores eran el naranja, amarillo, verdes y rosas, eso era en casa, a la escuela debía ir de traje y a veces con uniforme, también me encantan esos colores de sus historias.

Y ahí te recuerdo Eva, mi Xompate Eva, como el resplandor de un ángel que me convidaba su blancura, a los siete años había conocido pocos blancos, mas todo habían sido como obscuro y lejano, pues no se les podía ver directamente, era como si supiéramos desde el nacimiento que verlos nos quemaría los ojos., en cambio contigo, tu luz me ayudaba a ver, a sentirme con mi propio fulgor, ¡mi propia poesía! Esto aún me emociona, se nota en mis ojos de luna, como una vez me dijiste.

Todos los maestros de la escuela eran como tú, ¡blancos! Pero diferentes, muy diferentes, siluetas altas, firmes, ceremoniosos, de traje, planchaditos, las rayitas bien en su lugar también, como el de mi peinado, incluso las mujeres maestras también llevaban trajes rosas, lilas, azul cielo, amarillos, con sus medias bien lindas y zapatos de tacón ancho, ellas algo parcas.

Cuando hacíamos honores al rostro de nuestro país, me daba emoción la letra del himno, volteaba a ver si alguien más se emocionaba, como era la primera de la fila, solo alcanzaba a ver a los maestros, sus caras serias, y no encontraba nada.

El director de la escuela, con su cierta amabilidad les era muy simpático a ellos, se veía como le rodeaban, parecían una gran reunión de grandes blancos que sonreían en la mayoría de veces con los niños de la cabecera municipal, lindos, blanquitos, de piel suavecita, de trajecitos blancos, o con el uniforme bien planchadito. Se me hacían parecidos en su seriedad al sacerdote de mi comunidad, lo vi cuando alguna vez fuimos a misa en alguna fiesta del pueblo, la impresión de “no pueden acercárseme y punto”.

Y así te recuerdo, Xompate Eva, ¿por qué no eras como ellos y ellas? Bien blanca eras, sí, eras, me enteré que te fuiste, de por sí te perdí desde primero de primaria, ahora te perdiste en ese viaje o por fin te encontraste tal vez. Tu suavidad al hablarnos de los libros, cuando leías se te veían muy bien las letras, la “a” de araña, la “e” de elote, la “i” de Isabel, lo “o” de oso, la “u” de uvas o Úrsula, ¡las vocales te hacían sonreír! Tus letras amorosas al anotar las tareas de tu puño y letra en nuestros cuadernos, me daban la ternura de mi madre y su dulzura para enseñarme, con paciencia, como las vocales: ¡provocaban risa! Te recuerdo Eva, con tu manzana en el escritorio, la mirada en tu salón y el corazón en cada página para nosotras, las niñas. No eras de trajes, hermosa te veías con tu blusa negra y pantalón rojo, tú no usabas faldas como las demás, ni te sujetabas el cabello grueso y negro como tus cejas, eso me encantaba porque tus ojos no se veían rasgados, te imaginaba como a la musa de los libros de texto, solo que tú eras blanca como todos los dueños de las escuelas, era tu único pero, porque buena persona y gran Xompate fuiste.

Nos llevaste a otros colegios a participar, ahí estaban también muchos dueños de escuelas parecidas a la nuestra, todas las maestras muy en su papel, nunca encontré a alguien como tú, blanca y buena persona con los niños, más con las niñas.

Cuando jugábamos en el recreo, tomabas tu manzana y la regalabas a alguna niña, nunca me tocó, mas a mí me heredaste algo más fuerte, ¡tú poesía!

Cuando los dueños de la escuela prohibían hablar nuestra lengua materna, abogabas un poquito, cuando las niñas éramos apartadas en filas, tú nos mezclabas en el salón, niños, niñas, ¿qué más daba? cuando los maestros serios nos callaban para poder darte instrucciones, tú te ponías de pie y te salías del salón para que no nos hablaran así, luego ofrecías disculpas por esas maneras de los otros. Con cuanta ternura y confianza nos abrazabas sin que te fijaras en si te contagiábamos piojos o algo, si algún niño o niña blanca no quería sentarse con nosotras, las de las comunidades, te ponías a jugar y hasta terminábamos tomados de la mano, niñas, niños, blancos, morenos, derechos, chuecos, peinadas, greñudas, tus palabras eran: “¿Ven? No pasa nada y todos podemos divertirnos, todos somos únicos e importantes, ¡más todos ustedes!”

En tu salón habíamos niñas venado, águilas, jaguares, tierra, medicina, niños tiernos, amables, amorosos, sonrientes, responsables. Había en ti y en tu salón, poesía. Éramos felices de haber estado ese día en la clase, en la escuela, contigo. Tus brazos, Eva, eran la mejor protección que tuvimos en ese tiempo y espacio, me decías niña poeta, tal vez fui tu profecía hermosa Lilith.

Y lo bueno dura poco, te fuiste de la escuela, tal vez era demasiado blancura para tu corazón tierra.

Ahora no hay gran diferencia, los dueños de las escuelas siguen siendo los mismos, esos niños que fueron mis compañeros, los blancos, son dueños de grandes juegos donde dan empleo a venados, jaguares, águilas.

Una mujer blanca, Lupita.

En un salón de primaria, construcción de piedra, bien cuadrada y con pintura blanca las piedras bien delineadas por  las orillitas de cada una, han sido y son como un gran laberinto de nuestra sociedad.

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La Crítica