M.

Autonomía también es tener la capacidad de tomar tus propias decisiones, de hacer por ti, de pensar por ti y para ti. Es también reconocer que eres vulnerable, me vengo diciendo en el espejo, ya varias mañanas. Como si fuera un mantra para convertirse en el objetivo del día. Pero a veces, se siente más como un proceso de autoconvencimiento donde no logro ‘creermela’.

Autonomía es poder decir que no, Mariana. Así, sin excusas, sin mentiras ni historias elaboradas, es decir que no y ya. ‘No’ es una oración completa, no tengo que darles explicaciones de mis decisiones. Autonomía es valorar tus decisiones, Mariana. Me he repetido retándome, mientras me miro a los ojos en el espejo. Y aún así no logro creermela.

Y es que ha sido un largo proceso y a veces me siento desesperanzada, porque pareciera que no va a tener fin. “Y qué hicieron las feministas del pasado, alguna vez se cansaron?”, le preguntaba a una amiga en medio de una crisis de agotamiento. “¿Cuándo vamos a tirar estas malditas ideas y este maldito patriarcado? ¿Será que lo tiraremos por completo?” Las dudas
llegan siempre, y es que es cansado, pero también es doloroso.

Es rebuscar, a veces, muy en lo profundo y duele reconocer en una misma ciertas cosas, ciertas mentiras contadas, ciertas historias que nos creímos verdaderas y ciertas acusaciones que hicimos a nosotras mismas. Duele cuando me he visto parada, juzgándome como el sistema quiso que me juzgara, como he juzgado a otras mujeres y como sé que ellos me han juzgado a mí. Duele saber que lo he hecho, que lo he repetido y he sido parte de ese ciclo malvado de opresión, condescendencia, y violencia que tanto odio. Duele reconocerlo, pero también libera.

Tomar un paso atrás y decidir dejar de hacerlo, decidir activamente mirar las cosas de cerca, decidir explorar dentro de mí lo que me ha lastimado, por qué, para qué y cómo ponerle un alto. Y en esos momentos, son sus voces, las de mis amigas, mis hermanas de lucha y de aprendizaje las que me ayudan a seguir.

Es ahí, mientras una se desgarra sin poder entender qué está pasando o por qué sigue pasando; cuando al mirar a las otras desde sus experiencias, una se encuentra. A veces de contextos diferentes, de historias de vida que lo único que tienen en común es ser mujeres. Es decirle a mamá ‘no te rías, eso fue violencia’ y mirar en sus ojos el llanto contenido porque fue más fácil guardar esos acosos como formas de ‘folclor mexicano’ a admitir lo violentas que fueron.

Ilustración: Herehk

El proceso de acercarme a mí, de construir mi autonomía, ha ido de la mano de mi proceso de entendimiento, de reubicación y de re-conexión con muchas personas, todas ellas, mujeres. De sacar de los escombros las enseñanzas del pasado, de quitarle el prejuicio a “ella no me va a entender”, o “ella qué va a saber”, porque resulta que saben mucho, que cada historia de mujer se ha entrelazado con miles más y llevamos a cuesta una historia colectiva que nos acerca a entender y encontrar soluciones a casi cada uno de los problemas hoy, a cada una de nuestras angustias, preocupaciones o simplemente de encontrar en esas historias un abrazo. Un recordatorio que no estamos solas, pero sobre todo, que no estamos locas.

Que lo que sentimos es real, que lo que hemos pensado es real, que se vale tener rabia y es necesario sacarla. Que nuestras voces juntas son más fuertes. Que no estamos locas, pero sobre todo, que no estamos solas.

*Texto escrito en el curso Construyendo salidas de la autodestrucción a la autonomía de Ímpetu Centro de Estudios A. C.

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La Crítica