Cuento

Un cuento de Silene

Por Silene S. Huarita

Silene era una niña lesbiana que pasó parte de su niñez en un pueblo alejado de la ciudad. Desde que tuvo conciencia recuerda estar enamorada de su mamá y pedirle que se fuera con ella, que dejaran al señor que ella llamaba papá, y su mamá, esposo. La veía llorar y sufrir,  muy dentro de ella sabía que era estar mejor juntas, lejos, solo las dos. Con su mamá veía muchas novelas y sin saberlo empezó a creer que quizás un día ella sería parte de una.

Los años pasaron, en la adolescencia solo quería amigas mujeres a su lado, se sentía tan feliz con ellas, no pensó ni un minuto que quisiera un hombre. Ahora su mamá no lloraba solo por su marido sino también por su hijo varón y Silene pensaba qué linda sería la vida sin ellos. El pensar eso y su poca habilidad de conectarse con otros más que con otros, la hacía sentirse rara, mala, como alguien que no pertenecía a este mundo, soñaba algún día volver a su mundo.

En su colegio religioso amaba las misiones porque iban en grupos  exclusivos de chicas. Entre ellas jugaban, reían, cocinaban, charlaban… ¡qué fácil era comunicarse con las mujeres! La relación con los chicos siempre fue difícil. Unos la querían tratar como chico, otros le buscaban discusiones, y claro, ella respondía. Pensaba que quizás era así porque se crió con un hermano hombre, quizás ella sabía defenderse, y por eso, quizás ellos no podían intimidarla como a las otras chicas.

Pronto conoció a una chica que quería mucho como amiga. Un día se besaron y así se volvieron novias en el colegio religioso. Pasó poco tiempo antes que todos se enteraran. Llegaron los gritos y las lágrimas. Lo más duro no fue dejar a la chica, no fue no verla más, lo más duro fue sentir que la relación con su mamá, su cómplice, se perdía.

Silene veía decepción en los ojos de su madre, era la afirmación de que ella nunca sería la mujer que hubiese querido. Ella no sabía que aún cuando ya podía decir “soy lesbiana”, la heterosexualidad obligatoria estaba muy presente en su vida, cegándola y dejándole ver solo el rechazo en las palabras de su mamá y el hecho de que la forzara a ir con el psiquiatra. No lograba ver que a pesar de eso, fue su mamá la que le acompañó a hacer sus rastas, que fue su mamá la que le pagó las clases de kick boxing que tanto quería. No veía que el actuar de su amada mamá era manipulado por un hombre que la responsabilizaba de que su hija no fuera completamente mujer a su entender.

Pasaron diez años en los cuales ella se convenció de ser asexual. En la calle miraba a las otras chicas que se parecían a ella, pues ella no era femenina, y cuando veía a otra así, sonreía pensando que quizás no estaba sola. Tenía por fin un trabajo y su independencia económica. Así conoció a otra chica de la cual se enamoró sin conocerla, sólo la vio y pensó que era hermosa, aunque hubo besos y caricias, y hubiera querido estar con ella, también había mentiras y engaños. Entonces decidió estar con otra mujer, una que conocía muy bien, que tenía en alto estima y aunque no estaba enamorada, se veía con ella en el futuro. Ambas fueron felices por un tiempo, pero en su camino encontró algo que hacia latir su corazón con más fuerza: su activismo. Estar rodeada de varias mujeres lesbianas reflexionando, charlando, eso era lo que quería, y en algún momento su relación y activismo no fueron compatibles. Ella sabía que no podía darlo todo y el amor era eso, ¿no? darlo todo, entregar todo, así que se terminó.

Pasó más tiempo pensando, ¿qué era el amor? ¿por qué dolió así? ¿no era felicidad? ¿Podía ella amar a otra sin darlo todo? ¿Fue la mala de la novela? Se convenció que las palabras de reclamo de su última novia eran ciertas: ella era la mala, no podía dar todo, sino podía dar todo era mejor no estar con nadie. El patriarcado le convenció que sólo había buenas y malas. Las buenas tenían novias y hacían felices a sus novias porque sabían amar. Las malas tenían relaciones esporádicas, sexo casual, no sentían, no se conectaban. Ella era mala, entonces se portó como mala por muchos años.

Al otro lado del mundo, estudiando en una universidad extranjera, conoció a otra mujer con la que decidió salir. Muy rápido cayó en el cuento con final feliz, más rápido de lo que creía. Quizás ya no quería ser mala, quería estar con alguien, de nuevo el sistema le recordaba que no era joven. Quizás era tiempo de sentar cabeza, casarse como le decía su novia. Una boda en la playa, tener una casa. Quizás 6 años de soledad le pasaban factura, quizás ella era la elegida. Entonces dejó a un lado todo su activismo, su mamá, sus amigas, sus animales, todo… lo ofrecería todo para ser la buena, la que tiene el final feliz.

Ahí estaba el amor romántico susurrándole que a larga ganaría mucho por sus sacrificios, ¿el último?, aceptar a otra más en la relación. Después de todo ella era moderna, ¿acaso no era ella la que antes hablaba de libertad y autonomía? Claro que sí. Ella era feminista también, el poliamor le ayudaría a romper el amor romántico que ella sabía que sentía. Sin embargo, ¿por qué si era tan buena idea dolía tanto? Su amiga le regaló un libro y la llevó a un grupo de poliamor, pero eso no cambió nada, porque cada vez las ausencias de su novia se hacían más largas. Una salida primero, una noche, un fin de semana, un viaje, un puente entre ellas. No, el poliamor no les acercaba, no las hacía mejores, solo las alejaba más de lo que estaban. Les desviaba la mirada hacia otra para no lidiar con su realidad, porque la realidad dolía. Un día Silene huyó, renunció a su trabajo, avisó a su novia y se mudó de ciudad a volver al único amor que no dolía, su colectiva.

Ahora Silene vive conociendo más y más de ella. Se reconectó con sus raíces quechuas, fue al pueblito donde vivía antes, sintió la tierra en sus manos, escuchó el latir de la pachamama, habló con su mamá en su propia lengua, entendió que hay más de un sistema de opresión, estudió más de la historia de la colonización. Silene ya no piensa que la amora duele. Piensa que es dulce, que nos rodea, que nos conecta con otras. Ella quiere conectarse con sus ancestras y con las mujeres que ahora rodean su vida y sus luchas. Entendió que sobrevivir en un sistema donde nos quieren eliminar de por sí es algo grande, que debe escuchar más a las otras, más a su cuerpa, más a su útera, quiere escuchar más de las lesbofeministas, de la munda.

Aprendió en su última cursa que no hay una respuesta sencilla o fórmula mágica para estar bien con la linda amora con la que comparte su vida. Cuestionarse es una inicia, aprender a comunicarse juntas, que la reflexión es continua, que en cada cosa que hace debe vigilar que el patriarcado no esté de nuevo infiltrado, pero a la vez, no dejar que él le quite el erotismo de vivir, de sentirse y de amar.

 

Ilustración de portada: Thalia Took

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

La Crítica