Por Luisa Velázquez Herrera «Menstruadora»

Cuántas veces en el patriarcado dejé de llorar con tal de que no me dijeran «chillona», y cuando dejé de hacerlo, cuando con los años me hice maestra en pasar el trago de lágrimas antes de que brotaran, las otras me adjudicaron el poder de ser in-victimizable. La que no llora no puede ser víctima de nada, es en cambio, lo más cercano a una monstruosidad, ¿se han dado cuenta cómo creemos entre nosotras a la que llore más? es una herencia de la heterosexualidad, pero también una empatía deliciosa solo por aquella que procesa el dolor con llanto y lamentos, como en las telenovelas, en donde la más llorona es la más «buena». Con el feminismo, recuperé mis lágrimas, como tantas compañeras lo hicieron también, no lloro donde sea ni con quien sea, no busco abracita legitimadora, lloro cuando estoy segura, muchas veces, lloro cuando estoy feliz, como si mi cuerpa se confundiera, me conmueven videos todo el tiempo, no puedo creer que haya algo tan bello como un animalito saltando sobre el pasto o una beba probando por primera vez una sandía. Me conmueve y lloro, me doy el permiso para llorar, como si llorar fuera un lujo bien ganado a mis treinta y cuatro años, como si me lo mereciera a estas alturas de mi vida en que los veintes quedaron lejos, en que me gané cada pedacito de comida que ingiero, parece que creo que el llanto es meritorio, pero en verdad no lo creo. A veces, hasta con la luz del sol cayendo por los árboles lloro, con las carreteras lloro, con mis perros dándome los buenos días lloro, con el sabor de una comida caliente me dan ganas de llorar. Le cuento a mis amigas que mi cuerpa está en estado llorón, que lloro por lo que sea, se los advierto para que no se asusten, por si acaso, al estar con ellas, me ven llorando. Mientras tanto, a la amora le cuento que «en la vida real» no lloro, «no vayas a creer que lloro todo el tiempo», me limpio las lágrimas volviendo a pasar un nudo en la garganta fingiendo una pose de mujer fuerte que no me sale: «Luisa, esto es la vida real», yo no se lo concedo: «Te juro que en la vida real no lloro», ella insiste: «¿Y esto no es la vida real?», quizá sí, esta ya es la vida real, ya no le respondo porque soy muy fortachona, pero llegó al punto, estamos en la vida real, entre nosotras, donde se vale llorar.

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La Crítica