Por Una tal Itzel

*En el 2013 escribí esto después de ver en Syria Justice imágenes terribles de los ataque a Damasco, específicamente a niñas y niños. En el 2013.

Momentos en los que hay una caída dentro de sí, sientes que te desvaneces y no hay fondo.

Caes desde tu garganta, lo sabes porque el nudo está ahí agarrando lo que te queda y baja hasta que sientes un tirón en el estómago, como si fueran a salir desgarrándose los órganos hasta la piel.

Y llovizna.

Una lluvia ligera pero salada te va envolviendo las páginas de los sentidos.

Una lluvia radioactiva que termina de una los sueños de juego.

Los pies son raíces en arena movediza, las rodillas se desorbitan completas, los huesos todos están rotos.

Deseas con todas tus fuerzas vaciarte, ahuecarte, sólo para darte cuenta que ya estás seca.

Esa red que te hace una con el tiempo y el espacio y la materia entera, de repente te empieza a cortar. No se juega más a la guerra ni a morir, se muere.

(¿)Será que hay algo más en esa red, unas entrelíneas que no sabemos(?).

Es acaso la invisible coincidencia de tenernos en deuda, en una duda, colgados los párpados o la parte que más duela para ser colgada; los sueños, los cayos, la mirada.

Esa red invisible te hace arena. Es decir, caes por dentro y eres arena que raspa, eres unas líneas que rasgan, filamentos cada día más visceralmente crudos.

Que si la humanidad es su propia antítesis, que si de ella sobreviene la hecatombe, que la vida es sólo la muerte, que la infancia está toda sin conciencia y sin nada. Que per se, que ergo, que qué.

Tengo la piel rota, rota el alma.

¿Cómo vale la vida?

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La Crítica