Opinión

Micromachismos: la contradicción entre lo sutil y lo violento

Imagen: National Review

Por Tatiana Duque y Montserrat Pérez

El sistema binario que nos divide entre hombres y mujeres tiene su génesis y razón en la división sexual. En ésta se sustentan todas nuestras “diferencias” que son, precisamente, las que soportan la perpetuidad del sistema patriarcal. Nuestros genitales definen el lugar que cada uno y cada una tiene en la sociedad.

Las mujeres hemos vivido desde siempre (o al menos desde la colonización) en una falocracia. Somos gobernadas por hombres e instruidas en las artes que atañen al rol débil y sensible, que nos fue definido en razón de nuestro sexo. Nos dicen desde pequeñas que no debemos asumir riesgos (dejémosle eso a los niños, son más fuertes), que nuestras aptitudes femeninas se desarrollan mejor en los ámbitos de servicio y cuidado que en los de decisión, que las mujeres son de la casa y los hombres de la calle.

El patriarcado ejerce su dominación a través de acciones que por ser consideradas normales pueden llegar a pasar desapercibidas; creer que ellos ayudan con las tareas domésticas (en lugar de definir que colaboran), tener que sentarte en la punta de una silla porque el hombre abrió tanto sus piernas que redujo el espacio, la absurda historia del príncipe azul que salva a la princesa desvalida, la idea de amor idílico y entregado de la mujer hacia el hombre, el azul para los chicos y el rosa para las chicas, llamar de “loca”, “mandona”, “gritona”, “exagerada” a una mujer que tiene una posición de poder y hace su trabajo para despojarla de su autoridad, llamar puta a la que decida vivir su sexualidad libremente y elogiar al varón que hace lo mismo.

El terapeuta argentino Luis Bonino acuñó el término de micromachismos en 1990 en referencia a “pequeñas tiranías, violencia blanda, suave o de baja intensidad. Es un machismo invisible o partícula “micro” entendida como lo capilar, lo casi imperceptible, lo que está en los límites de la evidencia”. ¿Existe la violencia blanda? ¿Quiere decir esto que por ser una violencia “casi imperceptible”, no hace daño?

Convengamos: el machismo permea por completo la atmósfera de nuestra sociedad. Lo respiramos, lo hablamos, lo vivimos. No existe un machismo micro, si se mira con el lente de género. Lo normalizado produce un daño sostenido a la autonomía de la mujer que se agrava con el tiempo. Hay machismo en los silencios, en los partenalismos, en el ninguneo, en el mal humor manipulativo, en el lenguaje.

Tenemos que desarticular todo tipo de violencia normalizada y para desarticular hay que señalar, y para señalar hay que nombrar. El lenguaje puede ser tan inclusivo o exclusivo como queramos; la manera como nos expresemos puede reforzar la postura endocéntrica de una forma muy sutil porque faltan matices, porque se invisibiliza a la mitad de la sociedad o simplemente se le quita el estatus de ser1 al tiempo que son la representación de la mujer como posesión del hombre. Son sutiles, sí, pero son, en el fondo, la base de la violencia de género donde el otro no tiene ningún valor. También está la política. La democracia nos subordina y no nos otorga la posibilidad de cambiar nuestras condiciones reales, porque considera que no estamos preparadas (no lo suficiente) para ocupar lugares de poder y decisión. No estamos representadas, y por tanto, quienes siguen discutiendo y decidiendo por nosotras son los hombres.

La trampa de las palabras

Al final, ¿qué tanto abona el concepto de «micromachismos» y no se convierte en invisibilización o normalización de las violencias hacia las mujeres? Bonino señala que: “Actualmente la mayoría de los varones ya no ejercen el machismo puro y duro, ni siquiera son especialmente dominantes con las mujeres, al menos en el mundo llamado “desarrollado””. ¿En qué mundo vive? Hay errores de fondo en este pensamiento, en el sentido que infiere que el machismo «puro» y «duro» es algo del pasado, ¿qué entiende por esos comportamientos machistas «duros»? También, ¿qué pasa con su pensamiento colonial en el que los países «desarrollados» no son abiertamente machistas? ¿No ve las estadísticas de violencia doméstica en el Reino Unido, por ejemplo?

No es que el machismo se haya diluido o se haya ablandado, más bien ha ido cambiando de acuerdo a la época a la que corresponde. En este sentido, hace treinta años las mujeres tampoco experimentaban el machismo «puro» y «duro» de hace 100 años, pues, por ejemplo, ya podían heredar propiedades o divorciarse. ¡Incluso votar! ¡Wow!

Los micromachismos no tienen nada de micro, más bien todo lo contrario, son visibles y cotidianos. Se presentan de manera tan común, que se asumen como «cosas que incomodan», pero no como lo que son: violencias cómodas. ¿Cómodas para quién? Pues para los varones, mantienen su situación de poder en la sociedad. Por ejemplo, el hecho de que un grupo de hombres se lea como un grupo y un un grupo de mujeres se lea como «mujeres solas». De ninguna manera es un machismo «blando», es un pensamiento que da soporte a toda la cultura de la violación.

El tema del uso de espacio público es otro: la posibilidad de usarlo sin miedo o directamente qué tanto espacio se ocupa y cómo, por ejemplo, la apertura de piernas de los increíbles varones gimnastas (ja), que necesitan usar tres asientos para que su masculinidad no se vea cuestionada. Podría considerarse un micromachismo, pero son comportamientos que van acompañados de problemas estructurales mayores: acoso sexual callejero, accesibilidad, seguridad pública, políticas de protección a las mujeres, acceso a la justicia. Así que de micro, nada.

Las palabras importan, aún más cuando se trata de un tema como éste. El hacer una división entre machismo «duro» y «blando», implica que uno es más peligroso o doloroso que el otro. El hacer la división entre machismos y micromachismos parece jerarquizar unos sobre otros. ¿Cómo se puede decir que un comportamiento machista es de «bajísima magnitud»? ¿En comparación con qué, con el feminicidio?

El machismo existe y tiene múltiples formas de expresarse, ninguna de ellas menos peligrosas que otras. ¿No sería necesario nombrar estas actitudes y comportamientos como «violencias machistas» a secas? Si el asunto es la visibilización, también es importante dar magnitud y entenderlo de la manera sistemática en la que funciona.

Notas y referencias

1 Luisa Martín Roja, lingüista española.

2 Ìdem.

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La Crítica