Latinoamérica

Estoy perdida… y no tengo prisa para encontrarme

Ilustración de Justine Wong tomada de Pinterest

Por Montserrat Pérez

Hace unos días una amiga me dijo que se sentía perdida. Le pregunté por qué y en eso quedó. Pocas horas después reflexionaba que yo también me siento perdida. Muy perdida. Al grado de sentir que no me puedo mover porque me voy a perder más. Sin embargo, no tengo intención de apresurar este proceso.

Usualmente, cuando me siento así, hago todo lo posible por llenarme de cosas y regresar a la “normalidad”, un poco porque hacer sí me provoca cierto grado de placer y porque así siento que no defraudo a las personas que están a mi alrededor. Es que la mente se me llena de miedos: que me van a dejar de querer, que me van a correr del trabajo, que van a dejar de confiar en mí, que cómo no voy a aportar algo en mi casa, que todo estará mal y peor y voy a terminar llorando sola por ahí en medio de la desgracia. Así funciona mi mente.

Ese no parar o parar momentáneamente y luego seguir como si nada me provocó una nueva crisis, que en realidad de nueva no tiene nada. Es una consecuencia de años de ansiedad acumulada, de terapias físicas sin completar, de tragarme los enojos y las tristezas hasta que se volvieron piedras (literalmente) y no fue sino hasta que el dolor y mi cuerpa se enfermaron gravemente que tuve que pausar. Y aún no termino de salir de esa pausa completamente.

Por mucho tiempo pensé que el dolor que sentía era algo normal, incluso que era algo que podía controlar, y aún más y mucho peor, que me lo merecía. Pocos días después de la intervención quirúrgica por la que atravesé pensaba en eso: ¿de verdad hice algo para merecer dolor? No, me respondí, claro que no merezco dolor. Y lloré y me disculpé conmigo misma. Perdóname, no nos merecemos esto.

Así empecé una serie de reflexiones sobre dónde estoy y hacia dónde quiero ir. La respuesta es que no tengo la menor idea. Me siento como cuando he viajado sola y me he perdido sin muchas ganas de saber el camino correcto, es cuando más he descubierto de esos lugares. Y pienso que estoy así, pero conmigo, que he dejado de conocerme y reconocerme y como me sentía medianamente cómoda, no había hecho nada para estar mejor.

Y ahora no me da la gana apresurarme. No puedo decirlo de otra manera. Inclusive siento que mi cuerpa se niega. Que quiero ya cargar algo pesado, no, querida, yo creo que no. Que quiero moverme de forma brusca, no, no, mejor no. Es muy interesante este proceso de diálogo entre la mente y la cuerpa, que es lo mismo, pues, pero que sí puede sentirse una disociación. Entonces me escucho y digo, está bien, un poco más de tiempo. Y bebo mucho té. Todo el día bebo té para darle calor a mis órganos, para apapacharlos tanto como me es posible.

También escribo, poco, pero escribo en una libreta cosillas que me pasan por la mente. Como ahora mismo. Espero que me sirvan para saber qué quiero hacer o hacia dónde voy cuando decida que es el momento. Por ahora no. Por ahora lo más importante es esta calma y este caminar errático, hacer cosas que me gustan, ver a gente a la que quiero, acariciar a la perra y al perro, consentir a la sobrina, reconocer los alimentos que me sientan y no me sientan bien, encontrar una posición cómoda para dormir, lograr dormir y descansar.

Usualmente me vuelco hacia lo que todo el mundo alrededor quiere o siente. Es algo que supongo que muchas mujeres vivimos: el anteponer los sentimientos y necesidades de otras personas antes que las propias. Es parte de un mandato que mantiene al sistema, porque las mujeres terminamos viendo por otros antes que por nosotras y nos relega a las labores de cuidado, pero no de autocuidado. Pienso, como me dice mi madre, si yo le hubiera hecho lo que me hice a mí misma a otras mujeres a las que amo. Claro que no, jamás, si yo las quiero sanas, felices, amadas. ¿Y entonces por qué no hice lo mismo conmigo? Porque el dolor también se vuelve adictivo, el enojo puede resultar un motor importante y un gran escondite de las cosas que nos afectan y nos hacen llorar.

Pero entonces ya no es esta rabia alegre que siempre he pensado que es creadora, sino un pantano en el que nos vamos hundiendo poco a poco y del que es muy difícil salir. Yo ya no quiero estar en el pantano, quiero fluir como río a ver a dónde llego. Y eso también me da mucho miedo, pero sé que es necesario y que ya no hay vuelta atrás.

¿Por qué les comparto esto? Porque sé que habrá alguna compañera por ahí que también siente que merece dolor y quiero decirle lo siguiente: Amiga, mereces amor, mereces placer, mereces felicidad y tiempo. Si hay algo que te lastima, rompe con eso, huye, piérdete un rato como yo, vamos a vagar un poco, vas a ver que algo saldrá, que igual y al final de este laberinto hay nuevos inicios, más alegres, menos dolorosos.

2 thoughts on “Estoy perdida… y no tengo prisa para encontrarme

  1. Hace mucho que me sentía realmente perdida y con tanto dolor en el alma y cuerpa, que parecía imposible continuar, pero las cosas comienzan a cambiar. Sin embargo, el camino es largo y doloso, porque es enfrentar todo aquello que no quería ver, perdonarme por tanto y ser muy paciente. Encontré formas de desahogar el alma de vez en cuando, dibujando, escribiendo y leyendo, pero leerte me ha ayudado a desahogar-la un poco más.
    ¡GRACIAS!

  2. ¡Me gusto mucho! <3 Desde una mirada externa el vagabundeo, el darse tiempo, podrían interpretarse como no hacer nada y perder el tiempo, pero no es así, el tiempo de reflexión, de autocuidado es muy importante para una misma

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