Feminismo

[Opinión] Y las criaturas, ¿para cuándo?

Por: Yolanda Segura

@YolaSeg

Pareciera que todos y todas, pero principalmente todas, en nuestra calidad de haber-sido-hijas estuviéramos destinadas a ser madres. Desde este postulado, escribe Lina Meruane su tratado Contra los hijos (Tumbona, 2014, una respuesta larga a la pregunta —que a veces sin duda adquiere tono de reclamo— que tanto le han formulado: ¿por qué no tener hijos? Ella, igual que un buen número de escritoras y profesionistas, exhibe su vocación de ser una sin-hijos.

Para realizar su defensa, recurre a la historia de la lucha feminista: ¿cuánto se ha ganado que se pierde al paso siguiente? Estos ires y venires que han sacado a las mujeres de sus hogares y sus labores domésticas para llevarlas a contribuir desde fuera a la economía en tiempos de crisis y luego, cuando las cosas van asentándose, las regresan con el pretexto de contribuir a la formación de nuevos ciudadanos. Darle hijos a la patria, parirlos, alimentarlos, criarlos, antes que cualquier otra cosa.

Meruane señala en nuestra época una especie de retroceso respecto a las conquistas ganadas por grupos de mujeres que pelean por la equidad y, sobre todo, por la libertad sobre nuestros cuerpos, nuestra sexualidad y nuestro modo de vida, generado por ideas como ecología y la crianza cada vez más demandante de las y los hijos: hay que inscribirles en actividades extracurriculares, dedicarles “tiempo de calidad”, vigilar cuidadosamente sus alimentos y, sobre todo, nunca perder la paciencia porque ello contribuiría a dañar permanentemente su autoestima y su estabilidad emocional. Claro, todo esto a costa de la salud mental de la madre que debe, además, hacerse cargo de cientos de tareas más relacionadas con su trabajo y la casa que, aún hoy, debe organizar y atender mayormente sola. Lina enuncia desde un lugar en el que mucha gente cree que el feminismo es doctrina pasada:

Craso error, señoras y señoritas.

Presten atención: a cada logro feminista ha seguido un retroceso, a cada golpe femenino un contragolpe social destinado a domar los impulsos centrífugos de la liberación. El viejo ideal del deber-ser-de-la-mujer no se bate fácilmente en retirada, solapadamente regresa y vuelve a reproducirse tomando nuevas formas: su encarnación contemporánea agita los pies pelados entre pañales y chilla sin descanso junto a nosotras.

Porque claro, la lucha feminista ha logrado, en muchos casos, sacar a la mujer del hogar, pero no ha conseguido retirarla definitivamente de las labores domésticas, que ahora se suman entonces a todo lo demás: ser una profesionista exitosa, cuidar su imagen, atender la casa y, encima de todo, como labor más importante: educar bien a las criaturas, nutrirlas, jugar con ellas.

¿Y los padres responsables? Ah, esa fantasía tan del XXI. Hay algunos, dice, pero siempre una minoría que subsiste más en el imaginario colectivo que en la vida real. Es cierto, claro, que muchos se involucran cada vez más en la crianza, pero siguen teniendo un papel secundario en relación a las tareas de las progenitoras. Además, claro, está también el caso de las madres solteras, por irresponsabilidad masculina o por propia elección, que han tomado la responsabilidad entera.

Si las comunidades no-heterosexuales, dice, nos han enseñado que nuestra forma de relacionarnos y vivir está hecha de adoctrinamientos de género que no hacen sino reproducir estructuras caducas y salvajes, eso no ha bastado para darnos cuenta de cuánto debemos reaprender y reformar en nuestras conductas y nuestro estilo de vida. Por eso Meruane también escribe contra algunas madres, esas imprudentes que creen que sus hijos e hijas han de ser aguantados por el resto de nosotras; escribe además contra esos niños que terminan volviéndose casi siniestros, que alzan la voz contra la pareja progenitora, «hijos-tiranos» que dictan órdenes a sus madres investidos de valor por el solo hecho de haber nacido y que invierten nada sutilmente las relaciones jerárquicas: hijos demandantes, censores, que acusan a los padres ante un Estado que

¿Cuánto de envidia de las y los con-hijos viene en las insistencias y presiones hacia las y los sin-hijos?, El discurso de la culpa y la incompletud (porque claro, una mujer nunca ha de estar completa, realizada, si antes no ha prestado su cuerpo para engendrar una persona) bombardea a las mujeres que con este pretexto son llevadas de vuelta al yugo, ahora en forma de balbuceo infantil: no hay peor cosa que una mujer que no quiere tener hijos, casi tan grave como ser una madre desnaturalizada que les alimenta con leche de fórmula y más tarde con pizza. ¿Y esa mujer-total que todo lo hace bien? «No la reprocho pero sí la desapruebo. Exijo que se detenga y se pregunte si no se estará olvidando de que todo tiene límites».

Falta, quizás, un poco más de diálogo sobre parejas del mismo sexo que deciden tener hijos o adoptarlos, o respecto a las problemáticas, sin duda distintas en muchos casos, de las madres en situación de pobreza. Con todo y eso, éste es un libro útil para quien desee descargar los pesos ingratos de su maternidad (siempre insuficiente, siempre culpabilizada: las madres jamás harán lo correcto, jamás lo harán bien desde la perspectiva de las y los otros) o para quien esté a tiempo de pensársela dos veces. Éste debería ser un ensayo dispensable porque no reproducirse tendría aceptarse como una decisión tan legítima como reproducirse; pero no, porque seguimos peleando por el aborto legal y porque «el potente vibrato del patriarcado» se alza para decirnos que, pese a la sobrepoblación y las consecuencias cada vez más salvajes del sistema, tener hijos es preciso, vivir no es preciso.

Imagen: agencian22.mx

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La Crítica