Latinoamérica

[Opinión] De las palabras atoradas

Ilustración: Xuan Ioc Xuan

Por Montserrat Pérez

Los minutos martillo…

No he podido escribir en un tiempo. En mucho tiempo, de hecho. ¿Cuánto será? ¿Un mes? No sé, pero, en teoría, tendría que estar escribiendo más. No solamente acá, sino en general en la vida. Pero no puedo. Saco estas palabras con esperanza de que sea el inicio de un periodo de escritura fructífero, pero sé que es posible que no sea así. Este texto puede ser que no tenga mucho sentido.

Me pasa, ¿saben? Desde hace mucho que me pasa, tengo rachas de meses en los que brotan los textos y las palabras, en los que las noches se vuelven espacios de creatividad infinita. Puedo escribir dos o tres cosas el mismo día sin cansarme. Pero luego llegan las dudas, me leo, me releo, encuentro una serie de fallas en lo que pienso o digo, me pregunto por qué no puedo ser más elocuente o por qué no puedo escribir artículos larguísimos. Así que me estanco y me bloqueo. Me siento frente a hojas en blanco y siento pavor. Nada. Solamente una náusea que perdura.

Y no es que en mi cabeza no haya temas que me estén afectando o que quisiera poder expresar. Al contrario. A veces redacto mentalmente párrafos completos que olvido en unas horas. También juzgo mucho lo que siento sobre esos temas, porque algunos me atraviesan toda la cuerpa y me hacen temblar, siento que me brota veneno junto con las palabras que quiero sacar. Y me detengo.

No sé si soy yo, pero cada que uso Internet me siento desolada. ¿Cuánto aguanta el corazón antes de romperse por todas las violencias que nos rodean, que nos tocan, que se llevan a nuestras compañeras, que nos hacen caminar con miedo por el mundo? No lo sé. Lo que sé es que tengo atoradas muchas cosas en la garganta, que en cuanto formulo algo coherente sobre algún suceso, viene otro y me llena de dolor y de rabia y así durante el día y la semana.

Los nudos y las comparaciones…

¿Les ha pasado que se enojan a tal grado que sienten cómo se van generando nudos y dolores en diferentes partes de la cuerpa? Yo lo siento en el abdomen, a la altura del intestino, y en la boca del estómago, como ardor y luego en el pecho, como una presión que no se quita y luego como una bola de algo en la garganta, algo que me estorba y que crece día con día.

Supongo que más allá de lo que está pasando afuera, me pasa algo dentro. Y lo sé. Sé exactamente qué es… o más bien qué son las cosas que me suceden y que no me dejan moverme, que me tienen en este estado de ansiedad permanente, pero sé también que no puedo lidiar con ellas ahora mismo. Porque no me da la gana. O porque no encuentro cómo solucionar lo que me pasa (¿pasó?). Solamente sé que es demasiado.

Y luego también está la comparación. Que se que está mal, pero veo lo brillantes que son algunas compañeras y cómo pueden expresar cosas que a mí me cuestan mucho trabajo y pienso que no vale la pena lo que yo pensaba escribir. Así que me guardo las reflexiones a medio terminar a ver si luego se me ocurre cómo volverlas algo mejor, algo que valga la pena leerse. Y las dejo después.

Conscientemente sé que eso no es verdad. Entiendo el valor de mis pensamientos y mis sentires, pero también sé que es que estamos muy acostumbradas a hacer, porque siempre se nos ha medido con diferentes varas. Está toda esta cultura del «éxito», que, honestamente, es pura basura neoliberal que nos mantiene compitiendo con todas las personas a nuestro alrededor y nos hace buscar premios por todo lo que hacemos: dinero, relaciones, capital simbólico, reputación, etcétera etcétera.

Hay un texto de Maricruz García (La validación femenina) que lo explica muy bien: «Lo que es cierto es que buscar validación incluye emprender nefastas y patéticas estrategias de competición frente a otras mujeres pares que son motivadas por la envidia, y que a menudo se expanden gracias a la misoginia que tan bien tenemos aprendida, pero que no sólo afectan a esas mujeres pares, si no que se ensañan con la mujer de quien buscábamos aprobación.

Pienso que buscar la validación femenina, contrario a la masculina (que coloca al hombre en cuestión como intocable), es cosificar a la mujer que deseamos que nos legitime, es colocarla como un objeto al que hay que acceder».

Y estoy completamente de acuerdo, así que cada que leo a alguna compañera, siento un profundo respeto y admiración por sus saberes y me cuestiono por qué estoy comparándome con ella. La realidad es que agradezco muchísimo poder aprender de todas ellas, porque eso hago, aprendo, reflexiono, incluso puedo estar en desacuerdo, pero entiendo el privilegio que tengo de leerlas. No, esto no se trata de ellas.

Más bien es una excusa que me viene sirviendo para no enfrentarme a lo que debo, a esos demonios que me visitan, a lo abrumada que estoy con el mundo, con lo que pasa. Es que no entiendo, de verdad no entiendo qué más tiene que pasar para que las cosas cambien. ¿Cómo se hace para que la rabia colectiva nos alcance? ¿Cómo se logra que tu mejor amiga deje al tipo que la está violentando desde hace meses? ¿Cómo se encuentra a todas esas mujeres desaparecidas y se busca justicia para las asesinadas? ¿Cómo se frena el tráfico de mujeres y niñas?

Dialogar con demonios…

Siento que no es suficiente escribir. Eso. Que siento a veces que no es suficiente nada de lo que hago. Me siento como un grano de arena al que está embistiendo la marea o como si mis palabras se deshicieran con el viento. Lo veo en algunas personas cercanas a mí, no importa cuántas reflexiones comparta o cuántos textos escriba, al final del día veo cómo no provocó ningún tipo de interés en ellas. Y tal vez me doy demasiada importancia. Lo más probable es que no tenga nada que ver conmigo, que cada quien tiene que pasar por procesos de consciencia diferentes, que hasta que no te atraviesa todo, no te mueves.

Estoy triste y estoy rabiosa al punto de no saber hacia dónde moverme. Hay días en los que veo con más claridad y entiendo que debo seguir, que no debo perder el foco, que no estoy sola, que no estamos solas, que cada vez somos más las que decidimos defendernos, enojarnos, apoyarnos, amarnos. Creo que por eso estoy escribiendo ahora.

Hace poco leía un texto maravilloso de Judit Abarca titulado «Elegir la vida cada día», hay varias partes del texto con las que me sentí identificada, de hecho que ella haya escrito fue lo que me hizo sentarme a teclear hoy, pero hay un fragmento que me parece que expresa todo lo que no había podido yo expresar:

«Porque enfrentarte a tus propias voces que te dicen que lo mejor que podés hacer es morir, y responder que no, que aún queda mucho por hacer, ser, sentir, ver, es un acto de valentía cotidiano que sigo aprendiendo, así como recordar-me ser amable conmiga, siendo consciente que nada en la vida es lineal, que ya he salido muchas veces de tristezas agudas, que ya he sanado muchas veces la sensación de una corazona rota, y se vuelve a romper, que la tristeza a veces es necesaria porque es una respuesta neuroquímica ante situaciones que ameritan sentirla, pero que también para elegir la vida cada día, es necesario darles sitio a la valentía y a la confianza.»

Y, sí, elijo la vida y elijo darle valor a mis sentires, los expongo, a pesar de mi fragilidad actual, me hago espacio para aceptar cosas que había elegido enterrar bajo una capa de «fortaleza», muy al estilo de las películas de Hollywood en los que la protagonista aguanta todo, porque tiene que hacerlo y sale triunfal, pero eso también es falso. No, acá estoy haciendo lo que usualmente no hago, para reconocerme sintiente y merecedora de cuidado, cuidado propio y cuidado del mundo. Me trago el orgullo para decir que no puedo sola. Que hay cosas que se me están atorando y necesito ayuda para procesarlas. Esto se los escribo a todas, pero me lo escribo a mí, a ver si me encuentro en estas líneas y, al fin, me doy un poco de amor.

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La Crítica