Por Patricia Karina Vergara Sánchez
Los crímenes de lesboodio no ocurren porque nos amamos entre nosotras. Ellos se ríen de este amor que consideran minúsculo, desconocen su potencial, porque ni por asomo podrán nunca saber-sentir de qué se trata.
Nos asesinan por negarnos a amarlos a ellos.
Soy Karina Vergara, mexicana.
Las compañeras chilenas me pidieron un aporte para este 25 de junio, con motivo del aniversario luctuoso del asesinato de Nicole Saavedra en Chile.
Sobre el lesboodio en México puedo, dolorosamente, compartir que entre los casos más conocidos, entre tanta invisibilidad, en los últimos cinco años:
En 2020 asesinaron a Erika Deceano. Ella era lesbiana, tenía 36 años. Vestía con pantalones, playeras y usaba el cabello corto, como lo hacen miles de lesbianas. La apodaban “La Niño” y cuentan que era muy querida en su trabajo de cargadora y cortadora de piña. Fue violada y asesinada en Veracruz.
Desde agosto de 2020 no hay noticias de la pareja lésbica Nora e Hilda. Ellas salieron a la una de la mañana, en pijama, de su domicilio en Tijuana y no se les ha vuelto a ver. Sus familias y las hijas de Nora esperan su regreso.
En enero del 2022, en Ciudad Juárez, asesinaron y desmembraron a dos mujeres lesbianas, Nohemí y Yulizsa. Eran pareja y eran madres, tenían 28 años.
A fines de septiembre del 2022, dos lesbianas fueron aterrorizadas y una de ellas encarcelada por policías de Nayarit.
En Tijuana, Karen y Berenice de 24 y 20 años fueron atacadas a cuchilladas dentro de su propia casa por compañeros del trabajo de Karen. Una murió y la otra quedó herida gravemente
En 2022 en Córdoba, Veracruz, Odilia Castillo de 17 años fue desaparecida, torturada y asesinada.
A Luz le escribieron en su pared: «Te vas a morir por machorra». Ya había tenido ataques previos. Denunció por todos los medios, el Estado le negó protección y el 16 de julio del 2022 alguien le roció alcohol y la quemaron viva.
Hay quienes comentan que: «No se veía lesbiana», que tenía un hijo, como si para ser lesbiana se tuviera que responder a sus estereotipos. Es más, no se sabe si tenía prácticas lésbicas o no, el punto a señalar es que la amenazaban con ello. La gente que difundió hasta la foto del grafiti con la amenaza, pero se silenció el tema del lesboodio explícito.
El gobierno de Guadalajara dijo que ella misma se mató.
En 2022, en Michoacán, al menos 10 adolescentes atacaron a una madre lesbiana afuera de su hogar. En el ataque resultó herido gravemente Mario, su hijo de tan solo 15 años. Y su hijo menor, de dos años, también fue lesionado.
Entre el 2022 y 2023, Julissa, en Yucatán, acudió al Hospital General Agustín O’Horán en donde nació Génesis. No se la entregaron ni le permitieron que la amamantara. La trabajadora social únicamente cuestionó su sexualidad, ya que es lesbiana, y su oficio, pues se dedica a la albañilería. Posteriormente, le retiraron la custodia de su hijo de seis años y tuvo que hacer por días un plantón frente al palacio de gobierno para que le regresaran a su hijo y a su beba.
En 2023, una niña. “S” se suicidó. Tenía 12 años, 13 a punto de cumplir en septiembre de ese año.
Lesbofobia, gordafobia, exigencias de que cumpliera los mandatos de feminidad y terapia de conversión.
No se registrará como crimen de lesboodio, nunca se registra el lesboodio. Si acaso, se le contará como parte de las cifras del suicidio infantil que quién sabe por qué ocurren.
A “S” la mató la heterosexualidad obligatoria y a “M”, su mejor amiga, que la vio caer desde 35 metros de altura, la ha dejado huérfana de su compañera para siempre.
En 2023, en la Alcaldía Gustavo A. Madero, fue exterminada una familia conformada por dos lesbianas, Concepción e Isabel, y su niño y su niña de dos y cuatro años,
María Magdalena Cruz, que fue asesinada por un sujeto que la torturó y desapareció su cuerpo en Veracruz el 9 de marzo de 2024
Imaginen que una hipotética pareja de hombre y mujer son embestidos por el Metrobús que venía en contraflujo. El hombre queda consciente y pregunta por su esposa, le aseguran que la están atendiendo. Lo que se espera es que los conduzcan al mismo hospital y si, por alguna razón, no ocurre así, escucharán los datos del hombre y le tomarán los de la esposa; ella no es una desconocida porque el esposo ya dijo quién es. Es lo ético, es lo justo, es lo humanamente esperable. Igualmente, si la esposa pregunta por el esposo inconsciente, los medios se llenarían de imágenes conmovidas por el leal amor romántico de esos «esposos».
En tanto, en 2024, lo real es que Maya y Ren fueron embestidas por el Metrobús en contraflujo. Renata estaba consciente y gritaba llamando a su esposa y preguntando por su esposa, diciendo explícitamente que era su esposa. Gritando una y otra vez: “Mi esposa, mi esposa, mi esposa”. La gente, el personal de salud y los policías le aseguraron que la estaban atendiendo. Sin embargo, las separaron e ingresaron en otro hospital; a Maya en calidad de desconocida. Impidieron así que la familia de Ren, que la buscaba, pudiera dar con ella y Maya murió horas después en soledad. A esa “pequeña” diferencia que hicieron sobre ellas por ser esposas y no esposos se le llama lesboodio.
Éste no es un recuento exhaustivo del lesboodio. Son apenas algunos casos que lograron ser mediáticos, teniendo en cuenta e insistiendo en que la mayoría quedan silenciados o invisibilizados por las propias familias y autoridades.
Teniendo en cuenta, también, que las principales televisoras no dan la noticia en sus horarios pico ni se desgarran las vestiduras ni salen hablando de la situación de acoso y persecución que se vive en este país por enunciarse lesbiana.
Además de lo más visible, cierto es que, pese a un discurso gubernamental de inclusión a la “diversidad”, las lesbianas somos las únicas no vistas del arcoíris progre.
Por ejemplo, cuando el 17 de mayo ya sólo se nombra como el Día Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia, pues organizaciones e instituciones de distintos lugares de América Latina excluyen deliberadamente a la lesbofobia de las declaraciones de lucha. Igualmente, en la despolitizada marcha Pride del mes de junio, las lesbianas en estas colectividades son convertidas en utilitario botín político para ostentar una “L”, pero invisibilizadas y violentadas de forma simbólica y de facto.
En la vida cotidiana, cualquier persona que haya convivido con una lesbiana, por años, días o por unos minutos, en cualquier contexto, puede acusarla de acoso sexual o cualquier otro tipo de violencia. Incluso inventando las situaciones más inverosímiles, porque el estigma social, aún vigente y el lesboodio convertido en la convicción muy profundamente arraigada de que la lesbiana es «perversa», harán el resto.
Así, las redes sociales están llenas de funas, cancelaciones y difamaciones contra lesbianas.
Como bola de nieve, se activará el estigma sobre esa lesbiana en el trabajo, escuela o entorno social. Lo cual, a su vez, redituará en violencia, exclusión y pérdida de oportunidades.
Muchas lesbianas docentes, estudiantas y trabajadoras se ven obligadas a irse de las escuelas, desertar de los estudios, sufren desempleo, precariedad, viven depresiones, ansiedad e ideaciones suicidas, entre otros posibles padecimientos producidos por la persecución.
En los espacios de atención biomédica y de atención a la salud mental se está constantemente expuesta a la violencia heterosexualizante que condiciona los cuerpos de las mujeres, sólo considerándolos hacia la sexualidad coital y reproductiva y las vidas hacia la heterosexualidad obligatoria.
En un país de 12 asesinatos diarios a mujeres, en donde los feminicidios son crisis nacional, las lesbianas feministas organizadas participamos, nos comprometemos y acompañamos en las exigencias de justicias. No así nos acompañan la mayoría de las feministas heterosexuales cuando ocurre la violencia lesboodiante sobre nosotras, nos dejan solas.
Nuestros aportes teóricos son plagiados, parafraseados sin referirnos, desdentados y usufructuados por académicas y académicos que pretenden ser radicales a partir de depredarnos.
En resumen, en todo lo descrito está la huella del lesboodio. Un sistema entero para el que somos desechables, la impunidad de las amenazas, las autoridades omisas, quienes esperan el cumplimiento de estereotipos, quienes silencian nombrar, quienes tratan de desaparecer todo rastro de la existencia lésbica y los actos de crueldad asesina de quienes materializaron el odio.
«¿Qué pasa en México?», preguntan algunas compañeras. Lo que pasa es que el lesboodio y la misoginia tienen permiso cultural, académico y político. La sociedad, incluso otras mujeres, miran sintiéndose ajenas —como si el mensaje no fuera para ellas también—, el castigo sádico desde la heterosexualidad obligatoria sobre las que desobedecen.
En estos días ocurre la fiesta capitalista del “orgullo de la diversidad”. Las lesbianas no somos parte de esa fiesta de visibilidad, lograda en gran parte por nosotras, por nuestro trabajo y nuestros activismos. Como siempre, los hombres usufructúan el trabajo de las mujeres.
Nosotras, lesbianas y habitantes del Abya Yala, hacemos memoria de las nuestras, buscamos justicia y buscamos sobrevivir pese a todo. Nadie verá por nosotras, si no somos nosotras mismas.
La existencia lésbica se sostiene en nuestra resistencia.