Feminismo

[Opinión] El derecho al placer

Ilustración de Midori Yamada

 

“Entre carcajadas y expresiones nerviosas, una amiga platicaba que le dijo “te amo” a su ligue

justo después de tener un orgasmo. Casi aterrada, me confesó: “Creo que ni siquiera me cae bien”.

 

Por Alicia Verónica Moreno Cruz

 

La primera vez se esmera, la danza es sensual, la experiencia novicia te excita y lubrica. Casi llegas con un cunnilingus pero él decidió que el orgasmo debe venir al penetrarte. Eso lo satisface. Casi llegas durante la penetración pero es que le gustas mucho. Eso lo hace eyacular. Te das cuenta de que está por venirse así que te masturbas; al final te comenta, discretamente, que eso le molestó: su pene debería ser suficiente. El orgasmo no llegó pero él te gusta y es la primera vez, sabemos que eso pasa la primera vez. La euforia compensa la insatisfacción. Después será mejor. La tercera vez o quizá la cuarta o la quinta, llegaste, te viniste y la sensación fue deliciosa. Y lo viste tan único, tan especial, tan erótico. Pasan los meses y los juegos previos escasean, el cunilingus no es más un invitado, veinte minutos se convirtieron en siete, dos posiciones si hay suerte, el orgasmo queda en recuerdo. A veces decidimos terminar esas relaciones pero en la mayoría de los casos nos quedamos ahí pensando en que llegará el momento.

 

El porno nos ha enseñado que el objetivo del sexo es el orgasmo, que la penetración es el camino para encontrarlo y que sin ella las relaciones sexuales están incompletas. La violencia gráfica y simbólica de la pornografía ha respaldado el imaginario sexual que se inscribe en el cuerpo de las mujeres. Promueve actos agresivos, dolorosos, violentos; estimula el abuso, el uso y desecho, la inexistencia de la empatía, la individualidad masculina y su egoísmo. Nos muestra que nuestro cuerpo es un medio para el placer de los hombres. La combinación de esos argumentos es el espacio en el que conviven la frustración y la insatisfacción. Enfrentarnos a ese imaginario conlleva el estigma de ser incapaces, defectuosas, deficientes, y el miedo a ser marcadas nos censura. Entonces el placer, inconscientemente, se convierte en un gemido aprendido, en una expresión establecida, en nulidad y en la creencia de que debería ser así.

 

La cultura occidental posmoderna nos ha dicho que desear el orgasmo como cúspide del acto sexual es caer en prácticas que se basan en el consumismo y la individualidad. ¿Pero realmente debemos despreciar el orgasmo? Las mujeres, en las relaciones heterosexuales, hemos aprendido a normalizar la insatisfacción; tanto, que ahora hasta teorizamos sobre la importancia de disfrutar todo el proceso aunque el clímax no se alcance. El placer es importante. El orgasmo debe reclamarse. Ellos podrían prescindir de él, por su satisfacción histórica, pero nosotras no. Se nos ha negado siempre; antes por inmorales, indecentes, impúdicas y ahora el discurso neoliberal disfraza sus argumentos para que sigamos tolerando, aceptando, consensuando. ¿El orgasmo es de quien lo trabaja? Sí, pero trabajarlo es un privilegio. Es tener el privilegio de acceder a la educación, a la información y a la experiencia. Todavía a finales del siglo pasado se ponía la información en manos de los hombres para que ellos aprendieran a dar placer a sus parejas. Aún hoy se pueden leer artículos que rezan: “Conoce el clítoris de tu chica”. En nuestro contexto la información y la educación es nula e inaccesible para la gran mayoría de mujeres.

 

Una no puede comentar ni debatir la insatisfacción porque inmediatamente queda como apestada. ¿Cómo puedes dudar del orgasmo heterosexual si lo ves en las películas de Hollywood, en las canciones de moda, en los bet seller’s? El estigma es tan negativo que no puede hablarse ni con las amigas cercanas, porque cuando se habla de sexo todas alardeamos del paraíso del coito y de los gritos que despiertan a medio vecindario. La liberación sexual trajo un nuevo mandato para las mujeres: sé sexual, sé deseable, sé complaciente y ese será tu placer. La insatisfacción sexual no es un asunto de la contemporaneidad pero su censura y tabú es producto de la revolución sexual. Antes era extraño que una mujer disfrutara del sexo, la norma era visibilizar la relación sexual como obligación conyugal. Ahora es extraño que una mujer no disfrute del sexo, la norma es visibilizar la relación sexual como medio de placer y éxito interpersonal. No es que la revolución sexual haya sido un fracaso, es que nos dieron la vuelta.

 

El porno, la cultura y el sistema nos enseñan que nuestro placer está en el dominio de ELLOS, de los otros, del compañero sexual en turno; nos dice que nosotras somos pacientes del placer. Nos quieren insatisfechas, frustradas y dependientes. La insatisfacción provoca tristeza, la tristeza nos vuelve pasivas y esa pasividad nos hace manipulables. La insatisfacción sexual contemporánea es violencia histórica, es violencia sistemática y tiene tanto éxito porque nos aísla, nos censura y, al mismo tiempo, se promueve.

 

El placer es felicidad, el placer es alegría, es gozo. El placer es autonomía, es independencia. El placer que parte de nosotras, desde el autoconocimiento, es rebeldía, es resistencia; nos vuelve insumisas, mujeres poderosas e independientes que no necesitan de alguien que les asegure la satisfacción, mujeres que se comparten entre ellas mismas. Ser autónomas e independientes significa ser mujeres peligrosas para el sistema, por eso todos los engranajes giran en nuestra contra.

 

¿Cómo combatir la insatisfacción cuando todo funciona a su favor? Con redes de mujeres. No hay más. Como toda violencia sistemática de la que sólo puedes fugarte en colectiva. Sólo con esos lazos podemos resistir. Unámonos a combatir los mitos que sustentan la violencia sexual, mitos como: el orgasmo vaginal, la penetración anal, el punto G, el clítoris como botón, el squirt pornográfico, etcétera. Unámonos e investiguemos, hagamos teorización para divulgarla. Denunciemos el falocentrismo y el coitocentrismo. Denunciemos la pornografía, desaprendamos sus mandatos. No toleremos más. Exijamos comunicación, partamos de los acuerdos. Compartamos la información, hagámosla circular, liberémosla a facilitadoras de todos los estados, de otros lugares. Creemos una red donde podamos establecer estrategias inmediatas y a largo plazo, una red de autodefensa, una red de conocimiento. Unámonos en busca del placer. No olvidemos que autoconocimiento es nuestra mejor amante.

 

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La Crítica