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Nicaragua: Cuando la revolución acabe habrá un país de las mujeres

Fotografía: Nicaragua abril 23, 2018. REUTERS/Jorge Cabrera, tomada de La Marea

Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa

 

Ciudad de México, agosto 2018.-

El 20 de abril pasado, Natalia salió a la calle como un día casi cualquiera, pero en lugar de ir a trabajar fue a la catedral de Nicaragua a un acopio de víveres para ayudar a quienes llevaban ya tres días en protesta.

Horas después, policías antimotines y grupos paramilitares asesinaban a mansalva en la universidad que estaba a lado. Ella se atrincheró en la catedral, custodiada por otras mujeres. Luego, todas las personas que ahí se resguardaron fueron secuestradas por los policías. Algunas, entre ellas Natalia, quedaron libres a las 11 de la noche, después de negociar con los uniformados, a otras las desaparecieron y cuatro días después las presentaron rapadas en cárceles. Ese día Natalia entendió que todo en su país había cambiado y que la revolución que libró su madre en el tiempo de la dictadura de Somoza para que las niñas fueran libres, había -de otro modo- regresado.

Desde hace tres meses, Nicaragua vive una crisis sociopolítica provocada por el gobierno de Daniel Ortega, quien de manera unilateral, tras 11 años de mandato y con menos del 40 por ciento de votación en las últimas elecciones, tomó tres decisiones que encolerizaron a un país que ya de por sí no lo legitimaba: otorgó concesiones a extranjeros chinos para explotar una de las reservas ecológicas más importantes de Mesoamérica; reformó la legislación para que la clase trabajadora -en el segundo país más pobre de América Latina- pagará 5 por ciento más para su seguridad social; y armó a grupos paramilitares para que acallara con toda el arsenal a un pueblo.

El resultado: al menos 317 personas asesinadas confirmadas sólo 107 días de protesta, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, aunque organismos nacionales estiman en más de 450, entre ellas al menos 25 mujeres; más de mil 500 personas heridas de gravedad; al menos 6 periodistas mujeres agredidas por documentar la represión de Ortega, según la Iniciativa Mesoamericana de Defensoras de Derechos Humanos; y, como en otros contextos de guerra, denuncias de violaciones, tortura sexual y tocamientos contra mujeres, muchas que ocurrieron en cárceles.

Hoy, la vida de Natalia -como la de todas las nicaragüenses- es totalmente otra. En su caso, en menos de 100 días vio morir a un niño por falta de atención médica; los paramilitares mataron a su hermano porque salió a marchar junto con las Madres de Abril (mujeres cuyos hijas e hijos fueron asesinados en diferentes actos represivos); parte de su familia tuvo que abandonar el país por la persecución que se inició en su contra; y amigas suyas fueron violadas hasta el desgarre, torturadas o desaparecidas luego de que fueran sacadas de las universidades y prácticamente entregadas a las “turbas” o “Caravanas de la Muerte”, como se les conoce a los coches en los que viajan paramilitares que reprimen y trasladan a estaciones policiales a la población.

Natalia (nombre ficticio para resguardar su identidad) se quedó a su suerte, o a su “astucia”, como ella dice. Desde el primer día de las protestas decidió salir a ayudar, se instaló en carpas médicas para prestar primeros auxilios, y -por su profesión- ofrece apoyo psicológico a todas las víctimas. Si decide ir a una marcha, tiene que llevar varias mudas; se cambia de ropa en los centros comerciales, y luego sale como si fuera otra persona. También cambia su número telefónico cada determinado tiempo; y usa todas las redes de mujeres que ha cosechado durante su militancia feminista para ayudar a las personas que necesitan refugio, a las familias de las víctimas, y a las personas perseguidas.

Pese al estado de terror en el que vive, Natalia decidió quedarse en su país a librar una revolución -como ella la llama- que de todos modos había empezado muchos años atrás para las mujeres, especialmente para las feministas como ella que antes ya habían salido a las calles a protestar por los feminicidios que ocurrieron los primeros meses de 2018, para evitar la muerte de mujeres por abortos clandestinos, y porque se respete su derecho a vivir libres de violencia. Su impulso transformador llevó a Natalia a solidarizarse inmediatamente con el movimiento campesino, encabezado por otra mujer (la defensora Francisca Ramírez), y luego con el movimiento estudiantil. Natalia recuerda su herencia: hija de una dictadura que hace exactamente cuatro décadas libró su mamá y su papá con la convicción de que ella viviera libre.

“Cuando yo salí a las calles lo hice por amor a mi país. Me encontré con que dentro de la lucha siempre éramos más las mujeres. Por eso, lo que viene -una vez que Ortega sea destituido- es una organización mucho mejor para ver qué se puede hacer. En estos momentos en Nicaragua hay mucha tensión, pero vienen muchos cambios que no vamos a soltar hasta que venga una victoria porque hay muchos corazones rotos. Estamos heridas. Mi vida va a tomar normalidad hasta que mi país se haga libre, hasta que encontremos justicia por cada una de las personas asesinadas.

“Como víctima sigo pidiendo democracia para mi país, libertad para cada una de las nicaragüenses, y justicia para las víctimas. Como feminista quiero una nueva Nicaragua donde se nos respete, donde se nos escuche. Hemos demostrado que la liberación de este país lo estamos haciendo nosotras las mujeres porque hemos tenido una participación muy grande como líderes, jóvenes, que han salido con su rostro a las calles. No nos ha detenido absolutamente nada, ni siquiera el miedo, y salimos porque creemos en nuestra fuerza, porque nosotras ya sabemos lo que significa que te quieran callar de por vida, y aun así siempre hemos gritado. Esto termina hasta que salgamos victoriosas. Venimos con mucha fuerza porque sabemos que esta nueva revolución en Nicaragua es para nosotras”, reflexiona Natalia.

El movimiento feminista, el bastón más fuerte de la sociedad organizada

Fotografía: vía El Periódico

 

Cuando la crisis social estalló, el movimiento feminista puso sus redes y poder organizativo en función de lo que éstales demandaba. Para ellas ya no era novedad, tenían colectivas, centros de apoyo, organizaciones no gubernamentales, redes locales, y distintas articulaciones nacionales.

Así lo explica en entrevista María Teresa Blandón, fundadora del Movimiento Feminista de Nicaragua, coordinadora del programa feminista La Corriente y exguerrillera, integrante de la Revolución Popular Sandinista.

De acuerdo con María, desde los últimos 11 años las feministas en Nicaragua fueron de los pocos sectores sociales organizados que cada año salían a las calles a denunciar la violación a los derechos de las mujeres. Ahí también vivieron represión con antimotines, amenazas, y permanentes campañas de estigmatización. A pesar de eso, el movimiento feminista marchó en fechas emblemáticas y mantuvo en el debate público cómo Ortega violaba todos los derechos de las mujeres.

En esta crisis, las feministas reorientaron las prioridades y se colocaron en el centro mismo de la movilización ciudadana, en respaldo y articulación con otros movimientos sociales, como el campesino y el estudiantil; respaldaron todas las movilizaciones, ayudaron a las personas heridas, denunciaron los secuestros, apoyaron a las familias de los presos, prestan atención psicológica gratuita, difundieron a nivel internacional lo que pasaba, documentaron todo, y prestaron los servicios de salud que el gobierno negó a las víctimas en los hospitales públicos.

María, socióloga, describe lo que pasa en Nicaragua como una insurrección cívica popular no armada en la que distintos sectores de la sociedad se manifestaron públicamente, pero con enfoques distintos: las y los estudiantes protestando contra la intención de reformar contra la seguridad social, las y los campesinos contra el canal interoceánico; y los medios de comunicación independientes contra la censura.

Fue una insurrección en escalada. Particularmente la juventud universitaria, y luego los de los sectores del barrio popular, salieron a las calles, tomaron las universidades, y formaron barricadas, pero el gobierno reaccionó a estas acciones pacíficas con una represión brutal. “Esto ya no tuvo retroceso”. Quienes salieron a las calles a protestar por la reforma a la seguridad social, después tuvieron que defender la autonomía universitaria. Progresivamente, todos los grupos que protestaban fueron exigiendo el castigo para los grupos represivos armados y luego la salida de Ortega.

La antesala del estallido social fue la represión focalizada que el ejecutivo estaba infligiendo contra el movimiento campesino, el más beligerante y potente, que se oponía a la entrega a empresas extranjeras de bosques y otros bienes naturales; además, este gobierno también había negociado empleo precario para las trabajadoras de zonas francas (delimitaciones geográficas en las que operan empresas extranjeras); y otras contradicciones que no correspondían con el gobierno de izquierda, socialista y popular que Ortega presumía en su retórica.

Reparación y verdad: el largo camino que sigue 

Fotografía: vía Niú

De acuerdo con la socióloga, el gobierno de Ortega recurrió desde el primer momento de la crisis a la represión de en las universidades, pero después la extendió de manera generalizada en todos los barrios del país. Organizó caravanas de la muerte formadas por paramilitares armados y montados en camionetas del gobierno que disparan a mansalva en los barrios de la capital.

El saldo de esto tardará años en repararse: el miedo de un pueblo con el tejido social destrozado. “Esto ya lo conocemos como una especie de Estado de sitio no declarado pero sí de facto”. Después de las 6 de la tarde nadie sale a la calle. Todos se encierran en sus casas. El gobierno logró a punta de balas quitar las barricadas que los pobladores habían hecho en todo el país, y declaró a la prensa internacional que el conflicto había terminado. La vida nocturna en las principales ciudades desapareció.

La mayor parte de las y los jóvenes ya no salen solos, muchos de ellos han tenido que migrar de manera irregular a Costa Rica, Guatemala y Panamá porque están siendo perseguidos; las personas que no ha  querido irse o no han podido, están escondidas porque los paramilitares las andan cazando. Hay mucha gente -como Natalia- que por participar en puestos médicos ha sido desaparecida, torturada y asesinada.

Hay miles de personas que ahora dedican mucho tiempo en ir a las cárceles o a las morgues para ir a ver si su hija o hijo está preso o muerto. En caso de que esté preso, la familia pasa todo el día enfrente de las cárceles porque los policías se niegan a dar información e incluso a que vean a sus familiares. En eso también ha cambiado la vida cotidiana.

Además, se han perdido más de 250 mil empleos porque las empresas cerraron o porque están operando con el mínimo. Todas las actividades económicas han sido afectadas, en especial las de las trabajadoras de las zonas francas, donde el empleo es de por sí precario. Esto afecta principalmente a la clase trabajadora que ahora se enfrenta a una crisis económica, al estrés, y al inevitable incremento de la pobreza y de las carencias materiales con las que tendrán que enfrentar los saldos de esta crisis.

Por ello, dice María, las feministas igual que todos los sectores nicaragüenses exigen el fin inmediato de la represión y el desarme de los paramilitares, ya que los paramilitares generalmente se convierten en el germen de las redes de narcotráfico y la delincuencia; y la segunda demanda es la salida inmediata de Ortega y Murillo, porque el terrorismo de Estado que viven evidencian su incapacidad de gobernar un país.

“Exigimos que todo esto sea llevado a juicio, y que los responsables sean condenado por delitos de lesa humanidad. Los otros desafíos tienen que ver con la rearticulación de este tejido social y poder sentar las bases para la democratización de un país que ha quedado profundamente dañado”.

 

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La Crítica