Por Lesli Martínez

Para mi abuela Cristina, que le arrancaron la vida, pero está renaciendo entre las mujeres que la amamos

Ilustración de Laura Ihuillier

Cristina llegó a la colonia por allá de los años 70′. Venía con sus tres hijas, una bebé de brazos, una chiquita como de 5 años y la más grandecita de 12. Nadie sabía de dónde venía, pero traía toda la vida en los ojos, como si alguien se la hubiera querido arrancar y ella de una bocanada la agarrara fuertemente para no dejarla ir.

Estuvo buscando casa, la loca María la acogió, parecía que la estaba esperando, ninguna de las dos titubeó para comenzar a compartir la casa, la vida.

Todas las personas de la colonia pensaban que Cristina debió estar  igual o más loca que María para atreverse a vivir con ella, algunas pensaban que Cristina se iría en cuanto se enterara de la vida de María, y otras pensaban que María le acabaría robando las hijas a Cristina, porque ella nunca pudo tener. Todos los destinos que le auguraban a Cristina eran trágicos.

Lo que no sabían era que la loca María huyó de su casa porque no quiso que la casaran y no quiso tener hijas ni mucho menos hijos. La loca María era loca por vivir sola, por reír sola, por bailar con la escoba, por cantar con los pájaros, por armarse de machete, de piedras y un sinfín de artefactos para defenderse de los merodeadores que querían arrancarle la felicidad y la compañía de sí misma, querían quitarle la soledad que no tenía, porque su vida estaba llena de ella.

Las dos eran mujeres a las que les quisieron arrancar la vida, pero se abrazaron tan fuerte así mismas y entre todas que los temblores no las derrumbaron.

La loca María enseñó a las niñas a cantar con los pájaros, a bailar con la escoba, a reír a carcajadas, a correr con las gallinas y la perra, a poner límites como la gata, a cuidar la tierra y alimentarla para que les diera alimento. La loca María enseñó a Cristina que estar sola es estar llena de sí misma y a llenarse de la compañía de las mujeres junto a ella. Cristina y las niñas enseñaron a  la loca María que compartir la vida con otras mujeres le daba un matiz más bonito a su felicidad.

La loca María, Cristina y las niñas vivían en Xochimilco y tenían una chinampa, se dedicaban a cultivar plantas y  verduras, algunas para alimento, otras para curar las heridas y los dolores. Una parte se la quedaban para ellas y la otra la intercambian en el mercado por frutas, por queso, por tortillas o pan.

Sus días estaban llenos del cultivo, de la cosecha, del intercambio, de cocinar juntas y sentarse a la mesa a compartir risas, gustos, sueños, preocupaciones, a resolver los problemas que surgían de la convivencia.

Cristina nunca supo de la loca María, por más que en el mercado, en la calle, en la escuela no perdían la oportunidad para hablarle de la loca María, Cristina nunca la conoció.

Cómo Cristina nunca quiso saber de la loca María, la gente acabó creyendo que ella estaba igual o más loca que María, por vivir con ella y dejar que María contagiara de su locura a las niñas. Pero eso a Cristina no le importó, las niñas fueron creciendo y cada una comenzó a construir su destino.

La gente jamás quiso ver a dos mujeres que se amaban, mucho menos a cinco mujeres formando una nueva comunidad, solo veían a dos locas malcriando a tres niñas. Pero esos rumores no les derrumbaron las ganas a aquellas mujeres de cada día estar más vivas.

 

*Nota: este texto se produjo en el curso de Pensamiento Lésbico 

Imagen tomada de Pinterest

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

La Crítica