Economía

La reconstrucción del país la sostienen las mujeres

Fotografía de Itzel Avendaño Arenas

Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa e Itzel Avendaño Arenas

Ciudad de México, 23 de septiembre de 2018.-

 

No habían pasado ni 24 horas del sismo del 19 de septiembre cuando una de las empresas que contrata el gobierno de la Ciudad de México para el servicio de limpia pidió al menos a dos trabajadoras que cedieran su día de descanso para recoger escombros en uno de las llamadas zona cero. Así, sin ningún instrumento más que el overol que llevaban puesto, las trabajadoras accedieron a limpiar desde la madrugada a cambio de no perder el empleo. Lo importante, les dijo la empresa, es que “estarían ayudando al país”.

De acuerdo con diferentes testimonios y notas de prensa que recabó La Crítica, el desastre que vino con la sacudida de la tierra profundizó las desigualdades sociales y económicas que de por sí ya se vivían, y los daños recayeron en el trabajo y la vida de quienes más padecen las desigualdades: las mujeres con empleos precarios o las que habitan en zonas rurales.

Al menos en la ciudad de México, 71 por ciento de las personas afectadas por el sismo del 19 de septiembre eran mujeres, la mayoría empleadas y trabajadoras del hogar que estuvieron en edificios colapsados o perdieron sus viviendas, de acuerdo con datos de la Secretaría de Desarrollo Social de la capital.

En la Ciudad de México, por ejemplo, varias trabajadoras del hogar -un sector en el que se documentaron más muertes- relataron en entrevista que tuvieron que entrar a los domicilios dañados de sus empleadores para rescatar pertenencias, y sus familias tardaron más tiempo en encontrarlas porque, por sus bajos salarios, el día del sismo debían trabajar en más de una casa.

Fotografía de César Martínez

Asimismo, mujeres guardias de seguridad privada tuvieron que permanecer en edificios dañados para resguardar los bienes; y -según se constató en un recurrido- a diferentes trabajadoras de edificios visiblemente afectados se les obligó a trabajar en tiendas o talleres para asegurar la productividad.

Todavía ahora en la Ciudad de México y en las entidades donde la población resultó más afectada, los daños son visibles y la actuación del gobierno lenta. De acuerdo con la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF), cada día reciben al menos dos quejas contra la autoridad por asuntos relacionados con el sismo.

En medio de la necesidad, fueron y son las mujeres y la organización colectiva quienes han tenido que reaccionar rápido para sostener la vida y hacer la reconstrucción de los lugares más afectados, una etapa que consiste no sólo en rehacer hogares o recuperarse económicamente, sino también en recobrar la salud, lograr la organización vecinal o comunitaria, reponerse de las pérdidas, y transformar las condiciones de vida de todas las personas para que en el futuro tengan mejores herramientas para reaccionar ante los efectos de los fenómenos naturales.

Fotografía de César Martínez

 

Oaxaca: Volcar la lucha por la tierra por la reconstrucción

 

Antes de los terremotos de septiembre de 2017, en el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca, había ya desde hace varios años un proceso de resistencia por los megaproyectos eólicos y mineros que despojan y contaminan la región.

Esta defensa de los bienes naturales ha sido encabezada principalmente por las mujeres, ya que el territorio es el lugar en el que reproducen la vida y la cultura de sus pueblos y comunidades.

Sin embargo, ante la emergencia que causaron los sismos del año pasado en Oaxaca desde el 7 de septiembre -catalogado por el Servicio Sismológico Nacional como el más fuerte en la historia de México- el foco de su lucha y resiliencia cambió.

Fotografía de Itzel Avendaño Arenas

Es el caso de Silvia, habitante de la séptima sección de Juchitán de Zaragoza, quien años atrás era de las primeras en bloquear con un palo en mano la carretera para impedir el paso del material para la construcción de los parques eólicos. Después del 7 de septiembre de 2017, ella organizó y activó una cocina comunitaria para ayudar a su sección.

De igual forma en otras regiones del Istmo, como en Asunción Ixtaltepec con 90 por ciento de las casas derrumbadas, se contabilizaron 26 cocinas vecinales, todas administradas por mujeres. Una de las organizadoras es Melita, que tiene 70 años de edad, perdió su casa y hasta la fecha no ha podido reconstruirla por el retraso que hubo en la entrega de las tarjetas del Fondo de Desastres Naturales (Fonden). Éste es un apoyo federal que consistiría en 120 mil pesos por pérdida total y 15 mil por daños parciales para las personas damnificadas, pero algunas familias no la recibieron.

La iniciativa de las cocinas comunitarias fue apoyada por el centro de acopio Binni Yoo, coordinado por un grupo de mujeres de la capital de Oaxaca, Asunción Ixtaltepec y la Ciudad de México, quienes durante la emergencia organizaron la entrega de víveres, lonas, casas de campaña y medicinas, además de organizar la ayuda psicológica, atención médica y actividades lúdicas para las niñas y los niños.

En Oaxaca no golpeó uno sino varios terremotos durante diferentes días, por lo que las mujeres de otras regiones como de Guevea de Humboldt, Comitancillo, Ixtepec, Unión Hidalgo, y Sierra Mixe, se organizaron para exigir más recursos para cubrir las necesidades básicas. Ellas fueron las voceras de sus comunidades y documentaron y evidenciaron los daños y los abusos a través de sus celulares.

Fotografía de Itzel Avendaño Arenas

En Oaxaca las mujeres participaron de muchas formas. Por ejemplo, Erika Rasgado, mototaxista en Asunción Ixtaltepec, prestó sus servicios de transporte para recorrer la zona, identificar daños, y ayudar a la gente a salir de los escombros para transportarla a los centros de acopio y de salud.

En una segunda etapa, la de la reactivación económica, ella participó activamente en la reconstrucción de hornos, que son indispensables para las totoperas y panaderas (comida de la región); además enlazó a las organizaciones civiles con las mujeres de la comunidad para que apoyaran sus esfuerzos por reconstruir sus hogares.

En el proceso de reactivación y reconstrucción, Nayma Antonio, afectada de la cuarta sección de Ixtaltepec, enseñó a otras mujeres el proceso de elaboración del ladrillo para que produjeran el material para reconstruir sus hogares.

«En la mañana me levanto temprano (2 am) y me voy a la ladrillera, sacamos el adobe y me regreso a hacer mis memelas, antes de mediodía para después hacer mis totopos. Después regreso a la ladrillera y termino como a las 5 o 6 de la tarde […] Me dedicaba de lleno a trabajar el ladrillo. Desafortunadamente se me descompuso mi camioneta y no había recurso para levantar […] pues lo dejé, vino el terremoto y me acabó […] Y ahora pues nos animamos y pues hicimos el grupo para ir a sacar el adobe, les enseñé a las mujeres de Cheguigo y continúan la labor, también algunas en la cuarta sección, ya somos un poco más […] espero que no sólo se quede en el terremoto y que haya más gente que lo produzca, que no se quede en el olvido […] me quedé en la nada pero volver a empezar es volver a nacer.», relató Nayma.

En este contexto surgieron varias organizaciones de mujeres, por ejemplo Binni Biaani y Una Mano Para Oaxaca, que reconstruyeron 109 hornos en la región.

Fotografía de Itzel Avendaño Arenas

Las maestras también buscaron la forma de impartir clases y adecuaron espacios para ello. Cuando estuvieron listas las aulas temporales, como la escuela primaria Margarita Maza de Juárez en Asunción Ixtaltepec, la directora se enfocó en recuperar, solicitar material didáctico, y exigir la reconstrucción total del plantel educativo.

En algunos casos, más mujeres se centraron en atender enfermedades, como en el caso de Zoila quien no recibió dinero a pesar de la pérdida total de su casa y todo lo que gana lo destina a la recuperación de su hija.

La reconstrucción continúa en el Istmo de Tehuantepec. A partir de su trabajo, y no de la acción gubernamental, más mujeres y sus comunidades han salido adelante, incluso a pesar de que muchas padecen ansiedad y presión alta por los terremotos y las constantes réplicas. Hasta el 7 de septiembre de 2018 se contabilizaron 26 mil 781 réplicas, según información de la Secretaría de Protección Civil del estado oaxaqueño. La emergencia sigue.

En entrevista, las oaxaqueñas coincidieron en que no podían esperar una acción concreta del gobierno, por lo que prefirieron reconstruir a través de sus propios medios.

En la Ciudad de México la situación es parecida. Aquí son principalmente las mujeres quienes organizaron la vida en los campamentos donde se instalaron las familias damnificadas durante varios días, y además fueron ellas -de acuerdo con los testimonios- quienes mayoritariamente enfrentaron los trámites administrativos para recuperar sus viviendas o acceder al apoyo para la renta.

En la etapa de reconstrucción, su participación ha sido principalmente al frente de la organización vecinal que se formó en las distintas zonas afectadas para exigir que el gobierno las atienda con apego a sus derechos humanos; y en las escuelas, las maestras tuvieron que adecuar sus programas de estudios y exámenes para garantizar la continuidad del año en curso.

Fotografía de César Martínez

Algunos ejemplos de ello que reportó la prensa son el de la comunicóloga Dolly Esmeralda Reyes, cuyo hogar en la colonia Pacífico, en Coyoacán, tuvo que ser demolido, y quien ha visibilizado en las redes sociales el retraso de las autoridades para atender la situación de las familia damnificados y exigir una Ley de Reconstrucción apegada a las necesidades de las víctimas.

Otro caso es el de la arqueóloga Ingrid Castañeda, quien lideró el rescate de 6 mil piezas arqueológicas que quedaron sepultadas bajo los escombros de la biblioteca de San Gregorio, un pueblo originario en Tláhuac.

Las mujeres de ambos lados del país coinciden en que a pesar de sus esfuerzos están muy lejos de la reconstrucción total de sus vidas, son ellas -y no más autoridades- quienes están poniendo las piedras más grandes no sólo para recuperar sus casas y las de sus familias, sino para garantizar que las familias más afectadas consigan lugares más dignos donde vivir.

Fotografía de César Martínez

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La Crítica