Feminismo

[Narrativa] Los gritos de mi cuerpo

Ilustración de Sara Maese
Norma Angélica Cruz López

Yo era muy pequeña cuatro o cinco años, en casa vivía un sobrino de mi papá, un día en que no sé por qué me quedé sola con él, porque mi mamá cuidaba que no pasara, él estaba viendo una revista de pornografía, me llamó y me dijo que me pusiera en las posiciones en las que estaban las mujeres de las revistas, yo no entendía, me asusté, él me tomó de la mano y en eso entró mi tía y le gritó que se fuera, nunca le dije a mi mamá ni a mi papá, mi tía hizo todo lo posible para que se fuera de la casa.

Mucho tiempo después entendí lo que pudo haber pasado de que no hubiera llegado mi tía. Por años traté de ocultar mi cuerpo, con playeras amplias, pantalones holgados, mi mamá me decía que debía ser femenina, de niña me vistieron muy femenina, pero cuando yo pude decidir ya no lo hacía, por lo general había muchos hombres en casa, tíos, primos, etcétera, y quizá me daba miedo que me vieran o que pudiera pasar algo, quizá era que yo no quería «provocar» nada en ellos.

Una vez cuando me bañaba, estaba un primo de mi papá en casa y mi hermana se dio cuenta de que me estaba observando, me gritó y yo corrí a taparme, él se fue y no regresó hasta mucho tiempo después, nadie dijo nada, solo pasó y ya, yo me sentí invadida, violentada, después de eso  me bañaba con ropa interior, no podía hacerlo sin ropa, era absurdo pero así lo hacía, sentía que alguien podía verme.

Mi busto comenzó a crecer más rápido que el de otras niñas, las blusas ya no me quedaban, se marcaban mis pechos, no tenía brasier que fueran acorde al tamaño de mi busto, los niños en la escuela se reían de mí, decían cosas como “chichocamos nos matamos”, yo me sentía muy incómoda con mi cuerpo, no me gustaba, mis tíos hacían bromas sobre que estaba igual que mi mamá, que tendría mucha suerte con los hombres y cosas así, fue ahí cuando comencé a ocultar mi cuerpo, usando camisas de cuadros muy holgadas, no me gustaba el uniforme porque los botones se abrían, a veces aunque hiciera calor no me quitaba el suéter porque no me sentía segura, además de eso mis piernas eran flacas y también todos se mofaban de eso, yo sentía que parecía barquillo de helado, odiaba educación física porque había que quitarse el suéter y el pants para quedar en short, además correr por la cancha así, me sentía desnuda, me sentía vulnerada, recuerdo que por ese tiempo a los 12 o 13 años, siempre me dolía el cóccix y era mi pretexto para no salir a educación física, un día descubrí que era buena jugando basquetbol y eso me ayudó a olvidarme un poco de mi cuerpo y mirar que podía hacer cosas buenas.

Tuve algunos novios que recuerdo solo querían tocar mis pechos, un día descubrí que era como una apuesta a ver quien lo lograba, y eso me entristeció, un día un chico lo hizo y yo no pude decirle que no porque temía que ya no me quisiera pero me sentí sumamente invadida.

Por otros tiempos cuando entré a trabajar mi jefa me decía «yo que tu presumiría mis pechos, tendrías a los hombres a tus pies».

Cuando entre a estudiar el nivel superior, recuerdo que comencé a entrenar voleibol  y descubrí que mis piernas eran poderosas, flacas pero poderosas, comencé a quererlas un poco más pero me costaba mucho usar el uniforme porque las sentía al descubierto.

En ese tiempo también entré a nadar, quería aprender a nadar, lo intenté y logré nadar mientras no era tan profundo, pero una vez que tuve que hacerlo en la parte más profunda de la alberca no lo logré, mis amigas me animaban pero yo nunca pude, creo que no podía confiar en mi cuerpo, aún no puedo hacerlo, me sentí tan frustrada que decidí dejarlo, eso me entristeció porque de verdad deseaba nadar, aún lo deseo.

Esa fue la lucha de aceptación de mi cuerpo en la niñez, adolescencia y juventud, después comencé a sentirme gorda, aunque en realidad no lo estaba pero yo sentía que sí y sentía que nadie me querría así, no me gustaba ir a comprarme ropa, porque en los espejos de las tiendas y con la ropa de las tiendas me sentía más gorda y no me gustaba ser así, eso generó en mí una pequeña joroba que dice mi mamá es por el peso del busto pero yo digo que es porque yo lo quería esconder, justo eso me recordó que yo quería ser invisible, de hecho cuando alguien se acuerda de mí después de una primera vez que nos vimos me sorprendo, porque siempre pienso que paso desapercibida.

Cuando me casé inmediatamente me enfermé, yo nunca había padecido cosas como hipertensión o dolor de cabeza. A los 26 años me diagnosticaron hipertensión, hasta ahora sigo tomando medicamento, ahora después de leer el texto Mi cuerpo es un territorio político, de Dorotea Gómez Grijalva, creo que debo revisar qué es lo que me produce esa enfermedad,  todos mis embarazos han sido de alto riesgo y aún así tuve cuatro crías, todas por cesárea y dos preclampsias severas, creo que mi cuerpo me avisaba que no era por ahí, me avisaba que estaba triste, que se sentía ignorado, que se sentía acorralado.

Así por mucho tiempo, recuerdo que algunas veces me tuvieron que llevar al hospital por el dolor de cabeza, que era intolerable, me dolían los huesos, mi cuerpa quería atención.

Cinco cirugías han pasado por ella, pobrecita, pero hoy la abrazo y la quiero escuchar.

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La Crítica