Por Anabel Aceves

 

En los lugares despojados con sequía siempre hay pequeñas plantitas que surgen. Puedes encontrar a sus hermanas en las banquetas de cemento o entre los ladrillos de una casa. Luego verás que esas plantitas recuperan el espacio porque crecen juntas, se nutren. 

De repente, los señores las vuelven a cortar porque incomodan, obstruyen el paso. Pero, de todas formas, queda un pedacito de ellas y pronto vuelven a crecer. 

Mujeres, también conocedoras de las tierras que siempre han cuidado, se juntan, se nutren y vuelven a recuperarse. Los nutrientes son los “a mí también me pasó”, los “aquí estoy”, los “te quiero mucho”, de mujeres a mujeres. Son las lágrimas compartidas que riegan y permiten seguir existiendo.

Los dibujos de regalo: “Éstas somos yo y mi amiga en el patio”. Las preocupaciones que recuerdan la existencia: “Ayer no viniste a la escuela y te extrañé”. Los regalos inesperados: “Me fui de vacaciones y te traje un llaverito”. La esperanza: “Qué bueno que nos conocimos”. Las pintas que resuenan entre el peligro y las amenazas: “Ámalas a ellas”.

 

Nota: Un día, algunas lesbianas, cansadas de la historia reconocida en un sistema mundo patriarcal que nos niega, invisibiliza y borra, decidimos reunirnos a escribir narraciones sobre la vida en lesbiandad. He aquí nuestras palabras.

Taller de narrativa de existencia lesbiana coordinado por Karina Vergara.

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La Crítica