Análisis

Dos filmes, dos directoras y las narrativas sobre la violencia

Por Jocelyn Pérez

A las mujeres siempre nos atraviesa la violencia, ya sea por la profunda misoginia o algún daño colateral de una guerra, por eso no es casualidad que dos directoras de contextos diferentes (Brasil y Francia) hagan narrativas sobre violencia al mismo tiempo: ambas con mujeres protagonistas, ambas centrándose en países del denominado sur global.

Imagen tomada de: http://www.analiasanchezprensa.com.ar/plaza-paris/

Por un lado, Plaza París (2018) dirigida por la brasileña Lucia Murat cuenta la historia de Camila, estudiante de maestría que hace una investigación sobre la violencia a partir de la terapia con habitantes de zonas peligrosas, una de sus pacientes es Gloria Santos, elevadorista, habitante de una favela.

La película se desarrolla a partir de la pregunta: ¿cuál es el límite de la empatía? Empatía etimológicamente significa “que entiende el dolor” y hay una parte de la película en la que se dice que tampoco es sentir el dolor por la paciente. Camila no logra sentir la empatía, pues todos los relatos de la cotidianidad de Gloria la vuelven paranoica, y después ya no se siente segura alrededor de personas negras.

Las protagonistas son diametralmente diferentes. La psicóloga es alta, blanca, adinerada, portuguesa, con educación superior, viviendo en una burbuja de privilegio que exotiza la violencia de las favelas y que le impide comprenderla por más que lo intenta. Gloria es negra, perteneciente a la clase trabajadora, envidia la vida de ensueño de la psicóloga, tiene un pasado de abusos de parte de su familia y, aunque se mantiene sola, no es libre, pues su hermano la sigue controlando desde la cárcel.

La diferencia no solamente es su apariencia física, también hay mucho contraste en los ambientes que las rodean: vivir en un departamento en una buena zona vs. habitar la favela; el portugués vs. el portugués brasileño; la ropa colorida de la psicóloga vs. el gris que tiene que usar Gloria para el trabajo. Experimentan un Brasil distinto, a pesar de coincidir en el espacio para la terapia.

La película se presenta como una distopia, pero no está muy alejada de la realidad. Lo único es que los actos de violencia que se comenten en la película (usualmente ligados con el narcotráfico), suceden dentro de un marco de tiempo corto, pero es entendible, si tomamos en cuenta que es necesario para el desarrollo de la película. Si estos actos estuvieran con un espacio de tiempo más lejano, entonces ya sería el cotidiano mexicano.

La violencia es el cotidiano de Gloria. No es libre porque sus relaciones con hombres la atan, ya que le lleva comida a su hermano en la cárcel y no puede tener una relación heterosexual, porque su hermano lo manda a golpear o le habla mal de la terapeuta porque la terapia le da cierta autonomía. Gloria no conoce otro mundo. Desde su padre abusando de ella durante su infancia, hasta su hermano controlándola desde la cárcel, y después con los policías que la torturan para que delate a su hermano de un crimen del que no sabe nada.

Gloria le confiesa a Camila que mató a su padre y, aunque no hubo el peso dramático que debería, se liberó de uno de los hombres que la ataban y, cuando se da cuenta que lo mismo pasaba con su hermano, lo envenena con la comida que le lleva a la cárcel. Se libera y comienza a haber una nueva posibilidad de vida que no se muestra en la película.

Imagen tomada de Cine Premier

Por otro lado, Las hijas del sol (2018), dirigida por la francesa Eva Husson, muestra a una reportera francesa documentando la lucha de un batallón de mujeres en Kurdistán.

El batallón está encabezado por Bahar, una abogada sobreviviente de trata, que se une a la lucha para buscar a su hijo que fue reclutado por la oposición (ISIS) para entrenarlos y que haya culpa al atacar a los niños (exclusivamente varones).

Este batallón está basado en uno existente. Dicho batallón kurdo está conformado por un 30-40% de mujeres y se les trata como a cualquier otro soldado, aunque no se ven muchas mujeres encabezando estos batallones.

La película es difícil de describir porque constantemente hay escenas retrospectivas (flashbacks) demasiado largas y, cuando terminan, es difícil volver a conectar con lo que estaba sucediendo. Sin embargo, estos flashbacks permiten reconstruir la vida de Bahar, desde que asesinan a los hombres de su familia frente a ella, la secuestran junto a otras las mujeres y niñas y niños, para que sean víctimas de trata; cuando se llevan a su hijo para entrenarlo como soldado; cómo contacta a una de sus profesoras de la universidad porque rescata víctimas de trata; su escape junto a otras mujeres de la casa donde la tenían cautiva y, ya que después de que se escapa, se enlista al ejército.

También se habla sobre las reporteras de guerras, que abundan y son borradas e invisibilizadas, como siempre, como a cualquier mujer. Mathilde, la reportera, es un homenaje para Marie Colvin, quien también perdió un ojo debido a la explosión de una granada y después fue asesinada, ya que hay un ataque al lugar donde se concentraba la prensa.

La violencia aquí es bastante evidente y la misoginia que impera, puesto que la oposición creía que si una mujer las mataba, se irían al infierno, además de toda la red de trata. Pero es muy reconfortante ver la forma en que las mujeres se cuidan entre sí, que no pelean entre ellas y cantan para darse fuerza y también durante la muerte de alguna soldada.

De a ratos me pongo a pensar qué derecho tenía Husson para contar una historia de una cultura a la que no le pertenece, pero también reconozco que sin una mujer blanca del primer mundo, estas mujeres que luchan y las documentan una guerra, jamás me hubiera interesado por una película con esta temática o seguiría sin saber que existían. Y, sin embargo, faltó seriedad. Si bien el humor durante momentos de tensión es liberador, la película perdió verosimilitud cuando Bahar se reencuentra con su hijo y tienen un final feliz, pues todo apuntaba a la liberación junto a las mujeres.

Pienso que hubiera sido más interesante ver las vidas de las demás soldadas, pues todas fueron víctimas de trata y por eso cantaban “con cada capturada nació una guerrera”.

Ambas películas narran los horrores de la guerra, unas más evidentes que otras, pero en las dos, las mujeres siempre estamos afectadas por la violencia de los hombres.

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La Crítica