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[Opinión] Fui nadadora

Imagen tomada de Pinterest

 

Fui nadadora

 

G. Valeria R. Jiménez

 

Al salir de su consultorio la doctora me dice:

«Bueno, nadar es lo único que puedes hacer, menos mal que eres una nadadora.»

Sé que es importante reivindicar a “las nadadoras”, pero, ya no quiero serlo. Esas nadadoras de cuerpas fuertes y espaldonas.

Nunca fue mi decisión, no tuve opción. Aún me duele, y mi inmovilidad y el dolor físico me lo recuerdan.

Contaré mi historia, y haré un pequeño análisis del deporte, porque mi vida fue la natación.

He llegado a la conclusión de que el deporte es análogo a la prostitución y pornografía, que tiene repercusión en mujeres y hombres, pero es abismalmente diferente; porque todas las violencias se inscriben en el cuerpo de las mujeres y nos venden en partes.  El deporte, así como más ramas en donde las mujeres ya somos participantes, en esta era de la inclusión y la igualdad, nos captura para reformar al sistema patriarcal y educarnos en la obediencia. Nos hacen creer especiales y únicas, con una vocación, orientación y personalidad de nacimiento.

Dice mi abuela Verónica  que vengo de una familia de mujeres fuertes, mi bisabuela Ana, construyó y financió su casa, crió 8 hijos y 3 de su amiga que murió joven, Verónica trabajó y sacó adelante a 10 hijas e hijos, y mi madre Guadalupe, es un árbol, es una fortaleza, hemos soportado mucho y aquí andamos.

Fui una máquina de competencia, tuve la inteligencia premiada por el sistema, tuve el cuerpo moderno: atlético y delgado (que estandariza), fui disciplinada (condicionada), constante (adicta), servicial (mujer, hija y atleta), competitiva, fría,  insatisfecha (perseverante). Crecí aspirando a ser “una mujer exitosa”.

Empecé en la natación a los tres años por indicaciones médicas, por ser una niña gorda. A los 5 entré al ballet, me supe gorda y me dio pavor, la maestra me estrujaba fuerte para bajar de peso, me regañaba y ya no quise ir. También asistí a mi primer competencia local, gané y  supe la satisfacción de la “gloria”.

A los 7 años, después de buscar entre varias escuelas de natación que tuvieran un alberca más grande y tomaran «la natación en serio» llegué a una escuela de paga, cara, la Nelson Vargas. Iba pura gente de posición económica alta, media alta, académica y en su mayoría blanca. Empecé a entrenar de lunes a sábado. Mis compañeras de entrenamiento eran mis rivales, y mi padre me lo reafirmaba todo el tiempo, me imagino que sus padres también porque se sentía muy tenso entre nosotras. Mi padre se burlaba de todas, que si estaba negra, gorda, torpe, tonta, era una «muertadehambre», inculta, y mil apodos. Aprendes que la competencia no termina en la alberca (solo es una representación, muy severa y dolorosa), que está en cada aspecto de la vida, por eso me querían flaca, blanca, culta y académica, para apuntalarme después como una mujer rentable. ¿Rentable para quién? Para el sistema capitalista heterosexual, para ser asequible a los hombres blancos primermundistas (de preferencia europeos), heterosexuales, de posición económica alta, atléticos y cultos. Dejar de ser la mujer exitosa de mi padre, para ser la mujer exitosa de un otro superior a él. Porque el orgullo y el honor son cosas de ellos, ¿cómo iba su chiquita a pasar de su propiedad a la de un indígena, de un inculto, de un pobre ¡o mujer!?

Entonces, el deporte es elitista, misógino, estético (a la forma del mayor opresor), racista y por supuesto clasista. Mi familia era de posición económica media (ya no) e intentaba posicionarse como media alta, le rascaban de todos lados para que yo pudiera estar en la acuática, asistir a competencias (de 5 días con hotel, comidas…), comprar trajes (de arriba de $6, 000), comida (mucha porque la natación hace que devores)… Y se sacrifican otras cosas, porque el deporte es mucho desgaste; para mis compañeras con más dinero que yo era fácil pagar una nutrióloga, una psicóloga, terapistas, masajes, para mí no. A ambas nos desgastó el deporte, pero, no igual, el deporte te reafirma todo el tiempo (siendo clase media, baja, gorda y mujer) que no perteneces. En realidad nosotras las mujeres no pertenecemos.

Y a partir de mis 9 años empezaron las jornadas de 20 horas de mi mamá. Nos  consumimos, nos desesperamos y odiamos, estábamos tras un sueño. No pienso nunca en culparla o reclamarle por nada. Veo los estragos en nuestras cuerpas y entiendo.

Mi mamá buscó lo mejor para mí, quería que tuviera opciones, que no dependiera de un hombre y que fuera feliz. Me dio todo su tiempo, toda su vida. Mi mamá trabajaba toda la semana, su jornada comenzaba a las cuatro de la mañana, se metía a bañar, preparaba cuatro desayunos, dos almuerzos, tres comidas y dos colaciones; nos levantaba, a mi padre, a  mi hermanita y a mí, lavaba nuestros trastes, limpiaba la cocina, barría, alistaba a mi hermana, se vestía. Nos dejaba en la escuela y se iba a su oficina, salía e iba por nosotras a la escuela, nos llevaba a nuestras clases de natación, nos daba su comida. Esperaba cuatro horas, a veces ahí sentada, tejiendo, comiendo, a veces se iba a correr.

Al llegar a la casa se ponía a lavar y ordenar los contenedores, tendía la ropa mojada. Nos preparaba la cena y nos acostaba. En la noche llegaba mi padre y ella ya le tenía su guisado, y volvía a dejar la casa impecable para que no se le acumulara el trabajo. Terminaba exhausta.

Mi madre fue mi chofera, cocinera, maestra, doctora, entrenadora, psicóloga, nutrióloga, la hizo de todo.

La carga de trabajo de la institución del deporte cae en las mujeres: madres, abuelas, niñeras. De nuevo, como todo el sistema heterosexual. Mujeres que llevan a las niñas y niños a entrenar, preparan aún más comida, lavan, preparan maletas… Se les va la vida ahí. ¿Y todo para qué?

De pequeña sentía muchos nervios en competencias, me hacía pipí, vomitaba, no dormía y lloraba. Lloraba aún más por perder por los nervios y después el regaño, además del esfuerzo económico que siempre me recordaban, que malgastaba el dinero de mi padre. Al final de cada competencia salía con la decepción mía, de mis entrenadores, parientes. Ya estaba en el suelo y me pisoteaban.

Recuerdo esas competencias y tengo un amargo sabor de boca.

Fui el trofeo y la inversión de mi padre, y la vida entera de mi madre.

Todos los días  entrenaba al menos tres horas y media, dependía de la etapa del entrenamiento, cuando estábamos en temporada alta entrenábamos hasta 6 horas. Comencé a ir a eventos a Nacionales a los 11 años, y mi primer Olimpiada Nacional Juvenil (ONJ) fue a los 12. Para entonces ya hacía madrugadas (entrenar antes de ir a la Primaria y regresar en la tarde).

Crecí condicionada a vivir por producción, sino realizaba ejercicio no podía comer,  a consentirme a cambio de trofeos, a recibir castigos si faltaba a entrenar, no tener ni una sola hora de ocio, estudiar para jugar, odiarme si me lastimaba por ser una inútil y faltar a entrenar, sentirme tan mal si fallaba, reclamarme todo, incluso lo que era reconocido, percibirme gorda estando en hueso y músculo, al punto de provocarme vómito.

Después ni siquiera es necesario el regaño, yo ya sentía culpa por todo lo que hacía o no, si comía de más hacía más ejercicio por mi cuenta; nunca faltaba a entrenar por condición mía, era impensable, sentía mucha culpa.

En la secundaria me fue difícil, me molestaban por mi espalda ancha. Tampoco les gustaba mi falta de feminidad. Se burlaban de mi cuerpo qué había sobrevivido a mil entrenamientos, mil kilómetros y ahora no era femenino.

A los 15 comencé a tener conciencia de  sentirme tan mal en competencias, me cuestioné la despersonalización y la objetivización en medallas. Como decir: “soy un oro” “soy 1.01 minutos”. Me relajé. Me empezó a ir mejor en credenciales, pude ganar medallas nacionales y nadar finales.

Mi padre murió cuando yo tenía 16  y yo me quedé sin amo, me sentía impresionada por lo dependiente que era de él, me costó un tiempo darme cuenta de que toda su violencia no era necesaria. Dejé de erotizar su violencia. Y arruiné una ONJ por la tristeza.

Un año después me desgarré el hombro por exceso de trabajo un mes antes de esa competencia importante, me sentí inservible, había entrenado un año pensando en la ONJ, y toda mi vida para ese momento, maldito cuerpo inservible, no aguanta nada, pensé.

Pensaba en retirarme, y solo me cambié de equipo (también por cuestiones económicas) al equipo de la universidad. Mi nuevo entrenador era menos brutal que los otros, así me empecé a dar cuenta de que era posible que me tratasen humanamente. Ese año mejoré mi técnica, mis tiempos y credenciales. Nunca se habían preocupado por mi técnica, ni por mí. Pensé que esa era la reivindicación, pero seguía poniendo la cuerpa por la institución.

A veces doy por hecho muchas cosas, lo siento en la cuerpa y solo quiero decir “y así, ya sabes”, luego recuerdo que tengo una voz que me fue censurada y despojada y la quiero recuperar, nos necesitamos.

Como menciona Margarita Pisano en Cartas a Julia, el patriarcado muta y luego estamos tan entusiastas (en lo personal) descifrando cómo radia una antena,  intentando sacar dos vueltas al frente de un metro, intentando nadar el 50 de pecho abajo de 35 segundos o intentando clasificar a una competencia internacional que se nos olvida para qué, para quién, por qué.

Después de 15 años de natación me retiré, siempre supe que había algo mal con las competencias y la culpa infinita que sentía por faltar a entrenar o por comer a pesar de que había entrenado 5 horas, pero no fue hasta que entendí que ningún análisis masculino me iba a satisfacer, en realidad no dicen nada y nunca van a entender.

Salgo de lo masculino, entiendo la heterosexualidad como régimen político y recupero mi cuerpa, mi territoria.

El patriarcado muta, y ahora con teorías que dicen todo y nada a la vez (como la cuántica, la de cuerdas, el arte contemporáneo, lo queer, en fin, masculinas) se fundamenta más lo personal, lo intangible, y así se ignora la realidad. Esta realidad personal: me refiero a que todo se cree nacido natural, propio sin un contexto, sin espacio, sin género, sin sexo, sin cuerpo.

Nos fijamos objetivos que se creen personales, como ganar una medalla nacional, un premio nobel.

¿Qué se necesita para alcanzar esa meta personal? Y el patriarcado que fijó esa meta también responde: ¡Sacrificio, disciplina, perseverancia!

Y  a los tres años me metieron a la élite de la natación por gorda. La élite deportiva se encuentra en las clases económicas altas, y medias altas, el deporte es caro, selectivo  y todo un espectáculo. Dirían que son cuerpos asombrosos. Yo digo que son cuerpos adaptados a su explotación. Muchas nos esforzamos por entrar: las gordas, las prietas, las chaparras, las pobres, las mujeres, nos esforzamos tanto.

Dediqué mi vida hasta los 18, no conocía otra vida más que dormir temprano, comer rápido y no mucho y sano, entrenar al menos 4 horas diarias, pesarme y sentirme gorda, la constante hipertrofia muscular, los calambres que solo se quitaban con masaje, uno que otro desgarre, vómitos por dolor, competencias fallidas, glorias con sacrificio. No había otra vida para mí. Desde los 9 años entrenaba 6 días de la semana 3 horas. ¿Qué niña quisiera pasarse sus tardes en series repetitivas diarias de dolor, cansancio y aburrimiento? ¿Qué niña quisiera poner su vida y ser regañada por no rendir? La natación no era mi pasatiempo, no era un juego. Recuerdo a mis amigas y a mí llorando pensando en abandonar el deporte después de una mala competencia. Nos echábamos porras, el siguiente Nacional te irá mejor, ya verás. No tires tus años, no tires tu vida, lo que eres.

Me fui de la natación y sin querer ya estaba inscrita en clavados representando a la universidad, ya igualaba la cantidad de horas de antes y me iba a campamentos a entrenar tres veces al día.

¿Qué pasó? Yo ya necesitaba esa dosis diaria de autodestrucción, porque ya tengo bien erotizado el dolor, me encanta estar adolorida y sentir adrenalina. Pero no es personal, esto es político. Si desde los 9 años me forzaba (forzaban) a hacer series pesadas al punto de terminar vomitando, ¿qué haces para sobrevivir? Te lo crees, piensas en tu meta y sigues, no piensas en tu cuerpo, te vale y lo odias por ser insuficiente aunque se estén desgarrando sus músculos. Te desconectas de tu cuerpo para sobrevivir, te crees el sacrificio, aprendes a amar el dolor porque es lo único que obtienes de ese constante alto rendimiento. Al final erotizas la violencia, erotizas tu autodestrucción y piensas en la adrenalina que tu autoflagelación te provoca. Odias más al cuerpo, piensas en esa frase “la mente no sabe de lo que es capaz el cuerpo” o esta otra “sin sufrimiento no hay gloria”.

Piensas en atravesar todos los límites y trascender, es el patriarcado disfrazado de progreso, de trascendencia, de tecnología. Una se tarda entendiendo el funcionamiento de un teléfono y de repente ya salió el internet. El progreso distrae. Dice Carla Lonzi que la trascendencia es masculina, nosotras somos inmanencia.  Lo asombroso de esos cuerpos explotados distrae. Cuerpos explotados y entrenados desde siempre para fijar lo natural, lo personal y la única razón de vivir.

Andrea Dworkin dice que nos han dado la vuelta, y en el deporte no es la excepción, antes queríamos entrar y ahora nos ponen en el espectáculo del deporte con ropa diminuta, ajustada y complaciente en cuerpos explotados. Nos entrenan desde niñas para ser obedientes, disciplinadas (adictas), perseverantes (insatisfechas y tristes). No todas las niñas llegan al máximo espectáculo de ventas (los Juegos Olímpicos), solo el 3%, ¿qué pasa con las demás?

Esas mujeres que fueron explotadas desde niñas fijarán ahora un estándar de cuerpo, cuerpos delgados y atrofiados al tipo de explotación usada (deporte), les pagarán las transnacionales por comerciales exponiendo su sufrimiento y la gloria detrás. Las venderán por partes. En nuestra casa, desde nuestro sillón las veremos hacer su vida, su vida en una hora, en un segundo, en unos minutos, esa actividad para la que fueron entrenadas, elegidas al cumplir los 3, 4, 6 años. Es por eso que el deporte es control.

Y sí, esas mujeres son asombrosas, son poderosas, son unas sobrevivientes. Reivindicamos la supervivencia porque al patriarcado no se le escapa ninguna.

Pero, por favor, no te sientes a disfrutar el espectáculo.

Después hasta usaron el discurso médico, el deporte es bueno para la salud. Y no. Ahora tengo hombros retráctiles, secuelas en las rodillas, una lesión de discos, un corazón que late muy lento por tanto trabajo, dos fracturas, varios megamoretones, tuve un desgarre de segundo y miles de primero por años.

Nos entrenan para la heterosexualidad, para el deporte, para no sentir. Pareciera que sin un hombre nuestras vidas no tienen sentido. Sin hombres y todo lo que han creado con sabor a gloria para nosotras.

Me di cuenta de esto hasta que lo politice, clasifiqué al Nacional de clavados con una amiga que competía por primera vez en su vida, ella estaba muerta de miedo, vomitando, llorando y temblorosa. Estaba tan nerviosa de ser calificada por los jueces, de ser espectáculo que lo somatizó todo y tuvo un accidente. Nos quedamos juntas en el dormitorio y yo la cuidé con amamachos, compresas y la escuché. Sentí los años, me recordé de pequeña y mi cuerpa lo recordó. Rayos, empecé a darme cuenta, fue doloroso, bueno, aún lo es.

A pesar de tener una lesión seguí entrenando para el Nacional de clavados, me valió de nuevo la cuerpa, yo quería que rindiera, pensaba en su inutilidad. Ahora tengo una lesión de 6 meses que no me deja caminar mucho y ni se diga lo demás, mis brincos, mis mortales, mis arcos. Fui con muchas doctoras y fisioterapeutas para que me arreglaran pronto porque ya quería regresar a entrenar. Me importaba poco la cuerpa, yo solo quería las dosis de adrenalina y dolor cotidiano.

¿Quién se responsabilizó por mi lesión? Cuando me lastimé le dije a mi entrenador y él no me detuvo, quería que fuera al nacional. Y yo, yo ya no tenía autonomía porque el deporte, el entrenador, los hombres obligan a ser obedientes, y la obediencia y disciplina no terminan en la piscina, también está en lo que comes, duermes y vives alrededor de la eficiencia del entrenamiento, de su vida. Alguna vez me dijo que tenía que bajar 7 kilos, no estaba gorda, pero le di el gusto y bajé 4 kilos.

El último día que me aparecí en la alberca para darle la noticia de que había empeorado y estaba con el dolor muy intenso, le echó la culpa a mi peso, les juro que no estaba gorda. Obviamente fue el mal entrenamiento, quiso llevarme en muy poco tiempo al Nacional para cumplir la cuota de atletas. Mido 1.70 m y pesaba 62 kilos (y tenía músculo que también pesaba).

Me echó la culpa. De nuevo, el patriarcado me hizo creer que es mi culpa. Y así funciona porque lo personal es político. Nos joden y luego nos echan la culpa. ¡No es nuestra culpa que nos maten!

Mi cuerpa que toda la vida me ha soportado esta vez no puede más. Y yo le imploro a las diosas que aunque sea no me duela la yoga, o bueno, caminar, que haya un solo día en el que no sienta dolor.

El deporte es también el patriarcado y me retiro.

Me les escapo con lo que fijaron para mí a los tres años. Por eso les digo que yo ya no quiero ser nadadora porque el deporte no es reivindicable. Porque es explotación, es control. Van a erotizar la vida de mujeres en el deporte. Les dirán que esos cuerpos esbeltos y musculosos son gracias a su sufrimiento, sin sufrimiento no hay gloria. O que así, como esa campeona mundial, que llevó toda una vida de obediencia, adicción y despersonalización, deben vivir para alcanzar sus objetivos, no deberíamos aspirar a eso.

No necesito perdonarme o perdonarlo porque es patriarcal y condescendiente, tolera y permite.

No me queda nada más que recuperar mi cuerpa, mi territoria, a mí.

Cuerpa, gracias por tanto.

Gracias por seguir aquí, por sobrevivir.

Ojitas mías, no fue su culpa no ver en ese río e imaginarse cocodrilos.

Hombro mío, no fue tu culpa esa competencia perdida, te desgarraste.

Manos mías, no fue su culpa romper los googles, estábamos nerviosas.

Columna mía, te espero. Si no, lo entenderé.

Cuerpa mía, no fue tu culpa sentir cansancio, hambre, sueño, risa. No es tu culpa sentir. No fue tu culpa no ganar. Tú estás viva, te escucho, te siento y somos una.

 

Tú eres fortaleza y somos una.

Tú eres agilidad y somos una.

Tú eres valentía y somos una.

 

Soy carcajadas de mi hermana, soy rebeldía de mi abuela, soy la fuerza de mi madre, soy ave, soy changa, soy ballena y soy lesbofeminista.

 

 

 

 

 

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La Crítica