Literatura

[Cuento] La matrix patriarcal

Por Marysol Millán Camacho

Alicia se sienta frente a su computadora mientras intenta hacer un recuento de los daños que el patriarcado le ha dejado, observa su cuerpo lleno de cicatrices, las visualiza una a una, le hablan, pero solo ella las puede ver y escuchar, algunas veces se esconden tras su sonrisa amable y otras tras su temperamento juguetón y burlón, le teme a la soledad porque allí es el sitio donde más duelen porque gritan con mayor fuerza.

Quizá durmiendo desaparezcan las huellas en el silencio, pero la madrugada llega demasiado pronto y con ella, los recuerdos van y vienen como ruleta rusa: las violencias de su padre, las golpizas de su hermano, el intento de violación del que logró escapar en un baño público, el sometimiento y abuso sexual por parte de su ex novio.

Todo lo había vivido en silencio y cuando intentó hablar, la psicología y la psiquiatría la callaron con píldoras antidepresivas, nunca se trataba de las violencias que había vivido, era como si percatarse de ellas la volvieran víctima de diagnósticos que solo la patologizaban. Se creyó rota y sin remedio, quizá había nacido así, con una especie de malformación emocional que no le permitía disfrutar de la violencia y el acoso sexual de los hombres, como las mujeres “sanas” lo hacían.

También recuerda la charla con Victoria, mujer de aspecto radiante y lleno de vida, ese día la invitó a su casa, lucía ensimismada y un poco perdida, le dijo que había estado pensando en la última plática sobre violencias machistas que había iniciado Alicia, pero que no se había atrevido a hablar, enseguida se comenzó a desnudar mostrando las mismas cicatrices de Alicia, ella también había sido violentada y sufría en silencio, hablar resultaba caro, los juicios de sus amigas no se detendrían, la tratarían con lastima o dirían que está loca y quizá hasta la expulsarían del grupo por “odio a los hombres”.

Pronto el miedo mutó en forma de reconocimiento, de conciencia, después de todo lo que habían pasado eran ellas quienes habían vivido en la oscuridad de la vergüenza y el silencio, mientras sus agresores –y quien sabe si quizá hasta los de todas las mujeres– se paseaban presumiendo los trofeos que ganaban por cada violencia ejercida, parecía una especie de competencia en un mundo desconocido para ellas, acoso: 50 puntos, pedofilia: 70 puntos, violación: 100 puntos, solo posible en la mente retorcida de los hombres en ese mundo del cual es imposible poder conocer sus alcances.

La conciencia y la rabia se volvieron una misma, al igual la solidaridad que hoy surgía entre las dos amigas, hablar de sus propias historias era reconocerse en la otra, era despertar del sueño de la “matrix patriarcal” donde los monstruos se ocultaban en armadura de caballeros y las poderosas brujas eran encerradas en cuerpos de princesas delicadas, cachondas y complacientes, cuya sangre alimentaba a sus amados, ellas viviendo solo para ellos, porque ya lo dice el patriarcado: «detrás de un ‘gran hombre’ hay una ‘gran mujer'», y efectivamente, detrás de los “éxitos” de un hombre es natural encontrarse a una mujer exprimida hasta el último aliento por su opresor.

La respiración de Alicia se agita, una mezcla de sentimientos entre enojo y tristeza la desesperan, pero también suspira con un poco de esperanza. Si ella y Victoria habían despertado, existía la posibilidad de que las demás lo hicieran, sus manos titubean sobre el teclado de su computadora, apenas escribe una línea y la vuelve a borrar, ¿es que será posible que esté exagerando? ¿será posible que odie a los hombres como ya había sido señalada? ¿se estará desquiciando?

Las dudas de siempre congelaban sus dedos, de pronto, el sonido de su teléfono distrajo su atención, era Victoria, se escuchaba serena pero molesta, había reunido a un par de mujeres para enfrentar a su acosador de la noche pasada, ya no estaba dispuesta a tolerar más, la cita era a las 2 de la tarde en su casa, allí platicarían y se cargarían con gas pimienta, bats de beisbol y lo que fuese necesario.

Un grupo de mujeres tocan la puerta del susodicho, “¡son las del partido!”, se escucha la voz con cierta alegría de la mujer que se asomaba por la ventana “¡pasen, pasen! ¿les ofrezco agua?” mientras abre la puerta se descubre un rostro pálido, de mirada triste y sonrisa amable.

“No señora, venimos buscando a su esposo” dijo Victoria, “su esposo es el Sr. Gutiérrez ¿cierto?” agrega, “sí, pero por qué…” contesta temerosa ante las miradas de furia de aquellas mujeres, para ser interrumpida de nuevo por Victoria “¡ya te miré cabrón, más vale que salgas, te estoy esperando aquí afuera!” grita Victoria a la silueta del hombre que pasaría de esconderse tras la ventana para hacerlo tras su esposa, haciendo señas a las mujeres para que se callaran con movimientos torpes y nerviosos, como buscando su complicidad.

La esposa de nombre Rita giraba su cabeza hacia el hombre con expresión confusa “¿qué está pasado?” le preguntó, éste daba dos pasos adelante, buscando abarcar el mayor espacio posible del marco de la puerta para impedir la vista de Rita que ahora se encontraba obligatoriamente detrás de él.

“¿Cómo estás, Victoria?” pregunta en tono bajo con ojos de súplica, mientras Rita pelea para poder asomarse. “Vine a que me repitieras lo que insistías en decirme ayer”. Alicia, Carla y Elisa, se preparaban para lo que viniera. “Creo que fue un mal entendido y es bueno que vengas a aclarar, pero no dije nada con mala intención” suplicaba el hombre quien era empujado por Rita que iba ganando espacio. “Vuelve a repetir lo que me dijiste frente a tu esposa, que sepa la clase de arpía que eres ¿no me querías meter la verga?” exclamaba enfurecida Victoria. “¿Es cierto eso, Gutiérrez? ¿es cierto que estuviste molestando a las señoritas? ¿cuándo sucedió? ¿ayer que regresaste todo borracho? Díganme señoritas ¿sucedió ayer?», preguntaba la mujer cuyo rostro amable se llenaba con una rabia que parecía haber permanecido contenida por mucho tiempo, soltando con ella un fuerte sopapo que retumbaría en la enorme cabeza de su marido.

“No, yo no dije eso, estas mujeres están locas” excusaba el hombre. “¿Cómo nos llamaste estúpido? ¡discúlpate con mi amiga, discúlpate con Rita y con todas nosotras por el tipo de salamandra que eres!”, exclama Elisa. Alicia estaba atónita pero no daba paso atrás, apretaba con fuerza su manopla, su corazón se aceleraba, cuando de pronto mira que el tipo empuja con violencia a su esposa diciendo: «¡Pinches viejas locas, ya me voy de aquí!»

La puerta que intentaba cerrar se abre abruptamente embestida por el cuerpo de Alicia, el tipo la recibe con un golpe a la cara y Carla responde con tremendo batazo en la cabeza y una patada directo a los testículos, Victoria rocía gas pimienta en los ojos del tipo, éste se retuerce en el piso gritando por ayuda, «¡tranquilo!» decía Victoria con gran calma, «¡nosotras no somos como ustedes, no te vamos a hacer nada, pero si accionas con violencia, vamos a responder! ¡además ya me la supe, que te gusta golpear mujeres!» dirigiendo su mirada hacia Rita, “nos informamos bien antes de llegar aquí”.

Rita está distante, muestra una serenidad sorprendente, observa al hombre tendido en el suelo “¡ay Gutierrez! ¡¿en que nos metiste otra vez?! ¡ya no te puedo salvar más!” Verán, yo también veía un futuro brillante para mí, era académica y lo dejé todo para que este señor fuese el gran y respetado doctor que es hoy, él me suplicó me quedara en casa para formar una familia y cuidar de nuestros hijos para que crecieran sanos y fuertes, sin embargo, empezó a tomar y me empezó a golpear, a veces las vecinas venían a ofrecerme ayuda, pero yo negaba, era una vergüenza para mí haber apostado toda mi vida por estar al lado de este señor, así que callé muchos años, pero ya no más, fui una tonta, no quería creer lo que me decían de él, que acosaba a sus alumnas, que les insinuaba cosas, pero luego veía el respeto que sus compañeros le tenían, no podía ser cierto todo aquello, así que gracias por venir porque me quitaron la venda con la que había vivido, “no se diga más” interrumpe Victoria, “¿entonces nos encontramos frente a un respetable profesor que acosa mujeres, jovencitas y además golpea a su esposa? ¡vaya, joyita!”

A la mañana siguiente, a primera hora, se presentaba una exposición en la universidad donde impartía clases aquel “respetable magistrado”, amarrado en una silla en calzoncillos, era exhibido con impresiones de mensajes que había enviado a sus alumnas, su cuerpo se llenaba de hojas con relatos de mujeres a las que había acosado, intentó demandar, pero la noticia ya se encontraba por todas las redes sociales y la MP que tenía una hija en esa universidad le pregunta: “¿Trae marcas de golpes señor?, ¿lo violaron?, ¿hubo penetración?, ¿y por qué no se defendió?, ¿qué ropa traía?, ¿qué hacía solo con cinco mujeres? Um… como no hay daño visible, ni evidencias, su demanda no procede ¿puede cerrar la puerta al salir? Gracias…” eso fue todo.

Victoria y Alicia no pensaban llegar tan lejos, sin embargo, una cosa llevó a la otra ¿cómo era posible que un solo tipo violentara a tantas mujeres? ¿cómo era posible que no despidieran antes a un hombre que es un peligro para las jóvenes? Sabían que se enfrentaban a un monstruo y que por su propio bien debían permanecer en anonimato, así que las cuatro amigas a las que se añadía Rita, guardarían el secreto, y pese a todo, sabían que no podían ser ellas quienes desconectaran a las demás mujeres de la “matrix patriarcal”, ya lo habían intentado y solo se llevaron aporreos, burlas, desencuentros y señalamientos, solo les quedaba esperar a que las otras despertaran una a una, para apoyarlas.

Muchas ocasiones se toparon con los comentarios de otras mujeres “¿ya supiste lo que unas feminazis le hicieron al profesor? Tan buen hombre, dicen que disque acosaba alumnas, pero de seguro ellas se le insinuaban, ya ves como son las muchachitas de hoy” las cinco amigas se miraban unas a otras y solo sonreían, haciendo changuitos para que esas mujeres no tardaran tanto en despertar.

Alicia se despide de las dudas, sus dedos se mueven tan veloces como puede, pues ahora tiene mucho qué contar.

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La Crítica