Economía

Cooperativas feministas: cuando las mujeres se organizan contra la pobreza

Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa

 

Nota: gran parte de la información de este reportaje se recolectó en 2016 pero se hicieron actualizaciones para su publicación en 2020. 

Ciudad de México.- Las cooperativas feministas son una alternativa económica por la que las mujeres optan para superar el desempleo, la pobreza y la violencia que hay en la ciudad y el campo de México; los ingresos que generan contribuyen no sólo a su autonomía laboral y económica, sino también al desarrollo de los lugares donde viven.

Así lo demuestran las experiencias de cuatro cooperativas de mujeres (cooperativa Taselotzin, cooperativa de vivienda Guendaliza’a, cooperativa Cociendo por la Dignidad, y cooperativa de organización Vida y CAFÉ), así como expertas en economía solidaria, que fueron consultadas para este reportaje. 

Taselotzin, contra la industria hotelera

Cien mujeres, todas indígenas, participan desde hace 35 años en la cooperativa Taselotzin, en Cuetzalan del Progreso, Puebla. Esto ha permitido que artesanas indígenas de seis comunidades hablantes del náhuatl obtengan una ganancia justa por su trabajo. 

Rufina Edith Villa Hernández, quien ha participado en diferentes cargos dentro de la organización, relató que en 1985 una lluvia intensa en la región impidió que los hombres –los únicos con un trabajo remunerado en la comunidad- laboraran más de tres días a la semana en el campo. Frente a ello, las mujeres del municipio turístico de Cuetzalan idearon un proyecto económico que resultó en beneficio de toda la comunidad.

Formaron un primer grupo de 25 compañeras y en 1991, con el apoyo de universidades, integraron un consejo representativo de seis comunidades indígenas. Luego consiguieron una tienda en el mercado de artesanías, que ellas atienden, dirigen y administran, así como un hotel en la zona turística del municipio que da empleo a sus familias, expone gratuitamente las artesanías de otras mujeres, promociona servicios de temazcal, promueve productos orgánicos de 10 organizaciones de la región, sirve de espacio para talleres de artesanía y de salud, propicia encuentros y foros de artesanas, y fomenta el consumo y comercio de la medicina tradicional. 

Tienen una asamblea general anual, un comité conformado por una presidenta, una secretaria y una tesorera, y otros comités de finanzas y vigilancia, de admisión de socias y de educación en economía solidaria y derechos humanos. Las socias tienen hasta 78 años de edad, la mayoría es jefa de familia y las más jóvenes están a cargo del cuidado de sus padres adultos mayores. 

De eso ya han pasado más de 30 años. De acuerdo con Rufina, en ese entonces a las primeras mujeres les tocó “trabajar para el cambio” porque no era costumbre que ellas trabajaran fuera de casa, lo que conllevó una labor de convencimiento al interior de las familias y en la comunidad. Además, las fundadoras enfrentaron la doble jornada, que las obligaba a asistir a las reuniones y asambleas de la cooperativa con sus bordado en una mano y sus hijas e hijos en la otra. 

“Más adelante la comunidad y la familia se dieron cuenta de que estábamos buscando mejorar la calidad de vida y esto estaba ayudando a que tuviéramos mejores condiciones porque empezamos a trabajar para ir mejorando nuestras viviendas, empezamos a ayudar a las compañeras que no sabían leer ni escribir y empezamos a dar capacitación para mejorar la calidad de sus productos”, dijo Rufina. 

Las más adultas se convirtieron en las maestras de muchas jóvenes que querían aprender el tejido del telar. Así, su labor benefició a las 100 integrantes y a 300 mujeres más. El principal obstáculo que enfrentan es que sus prendas “se mueven lento en el mercado” porque las personas no quieren pagar precios justos. Otras mujeres –dice Rufina- no pudieron continuar porque el entonces programa federal Oportunidades, de la Secretaría de Desarrollo Social (principal institución encargada de la economía solidaria), les exigía que participen en reuniones, pláticas, faenas y citas médicas a cambio de un recurso económico mensual.

Estas cooperativistas han conseguido crecer en una localidad invadida por hoteles y restaurantes de inversión extranjera sin que el gobierno federal les aporte ningún capital, por el contrario, el lenguaje técnico y burocrático de las convocatorias federales para que accedan a recursos, la excesiva fiscalización y el endeudamiento que significa para ellas pagar los microcréditos ha derivado en que ellas opten por impulsar sus propias estrategias de ahorro para pagar utilidades e invertir en educación en economía solidaria.

Durante la contingencia sanitaria por COVID-19, la cooperativa no recibe huéspedes por lo que se organizaron para repartir utilidades por medio de despensas y para elaborar y vender cubrebocas de tela que distribuyen a otras partes del país.

Imagen tomada de La Jornada de Oriente

El reto de la educación cooperativista

Las cooperativas son una forma de organización laboral y económica donde sus integrantes son socias y no empleadas, fomentan la igualdad y deciden sobre sus ganancias y su tiempo. Las sociedades cooperativas de mujeres –basadas en los principios de ayuda mutua para el cumplimiento de objetivos individuales y colectivos- son resultado de la lucha de resistencia campesina y étnica que emprendieron muchas mujeres indígenas en México durante la época de la Colonia, pero cobraron auge (principalmente las de la ciudad) a partir de la Ley General de Sociedades Cooperativas de 1938 que decretó Lázaro Cárdenas, entonces presidente. 

Esta forma de organización pertenece al tercer sector del desarrollo económico del país: la economía solidaria y es diferente a la lógica de organización empresarial, de la economía privada, ya que quienes las integran son socias, no empleadas, su fuente de ingresos es colectiva, su organización es por medio de consejos o asambleas, y generalmente producen los bienes y servicios que comercian. La mayoría de estas cooperativas, según narraron las mujeres entrevistadas, nacieron para hacer frente a las pocas oportunidades laborales y precarias, poca inversión del gobierno para el desarrollo del campo y la sobreexplotación de los recursos naturales por parte de grandes empresas extranjeras.

Para la maestra en educación con especialidad en administración de sociedades cooperativas, Elvira Yesenia Ramírez Vanoye, el reto que actualmente enfrentan las cooperativas, y en particular las de mujeres, es que el modelo político neoliberal y el modelo económico capitalista es completamente contrario a los principios de la economía solidaria. 

La especialista en educación cooperativa, que participó 10 años en la Unión de Sociedades Cooperativas de Actividades Diversas de la Ciudad de México, aseguró que las cooperativas son sinónimos de mujeres organizadas y pensantes que están reaccionando a la pobreza y los abusos laborales, lo que explica la tendencia reciente de organizar mercados del trueque. 

La también presidenta del Consejo de Administración de la Sociedad Cooperativa de Ahorro y Préstamo “Roma Uno” e integrante del Consejo Consultivo de Fomento al Cooperativismo del DF, observó que la regulación de cooperativas en México tienen  una mirada paternalista y asistencialista que realmente no contribuye a su funcionamiento

Y criticó que el modelo de educación cooperativa que se está manejando actualmente se basa sólo en capacitación operativa e instrumental, pero no que esté centrada en un cambio real de pensamiento de las personas, que fomente el trabajo colectivo como beneficio colectivo y no sólo individual. De acuerdo con la experta, el verdadero reto es educar en el cooperativismo con nuevos modelos que se entren en la persona, en potencializarla y no sólo en su proyecto económico, ya que eso genera “cooperativas neoliberales”.  En las cooperativas que verdaderamente fomentan la educación y la economía solidaria no hay diferencia entre mujeres y hombres, expreso, porque éste es uno de sus principios básicos.

En el ámbito urbano, el sector de cooperativas del trabajo asociado (como la industria de la confección y de limpieza) concentra la mayoría de mujeres, pero constituyen 10 por ciento de todas las cooperativas del país, quienes enfrentan obstáculos en la negociación con los proveedores y en la comercialización de sus productos porque los compradores, incluso gubernamentales, favorecen la interlocución con proveedores hombres, quienes de por sí tienen mayores capitales. 

Guendaliza’a y el derecho a habitar la ciudad

En la Ciudad de México también hay cooperativas de mujeres, la mayoría que se dedican a la costura, a la educación, a los servicios de limpieza y al ahorro, pero hay de todo tipo, incluyendo una, que es mixta, dedicada a la gestión de la vivienda, una de las principales demandas de la población capitalina. 

Estela, Carmen, Margarita, Angelina, Jessica y Brenda son socias de la cooperativa de vivienda Guendaliza’a (que significa “hermandad” en lengua zapoteca), integrada por 48 familias en la Ciudad de México. Cada una ostenta un cargo en las comisiones de política, cultura, economía solidaria, finanzas, enlace, ecología y salud. 

Su objetivo es forjar un proyecto comunitario para producir y gestionar su propia vivienda. Cada una aporta un ahorro –de acuerdo a sus ingresos- para conseguir una vivienda individual, pero comparten escrituras y colaboran en todas las tareas de mantenimiento. El proyecto ha servido para evitar que sólo los hombres sean propietarios de la vivienda. 

La cooperativa es mixta y en total participan en ella 30 mujeres, quienes realizan actividades de construcción, limpieza, jornadas de salud, cultura y toma de decisiones. La vivienda, dijeron en entrevista, es como si fuera un pretexto para generar comunidad e incidir en el entorno y “hasta ahora no ha habido una estructura vertical (como la de las empresas), todos hacemos lo que podemos”.

En su experiencia, las cooperativas contribuyen más al ejercicio de sus libertades como mujeres que el trabajo asalariado porque toman decisiones en paridad, permite que se conciban a sí mismas como sujetas de derechos y aportan desde sus saberes y conocimientos diversas soluciones.

Además de realizar trámites, ahorros y trabajar directamente (con palas y picos) en la construcción de su hogar, las mujeres de esta cooperativa están organizadas para fomentar a través de talleres, teatro y otras actividades la educación solidaria, la importancia del trabajo colectivo y el feminismo, cuyo fin –aseguran- es reconstruir el tejido social. Actualmente, la cooperativa continúa con proyectos culturales y acompaña a otros colectivos y movimientos en contra del despojo y la apropiación de los bienes comunes en la ciudad.

Imagen tomada de Producción Social del Hábitat

Red de mujeres cooperativistas

Pese a que el principio de igualdad rige el modelo cooperativista, algunas de las grandes cooperativas en México como Cruz Azul y Pascual y las Confederaciones –que hacen incidencia legislativa- no están integradas en los núcleos de decisión por el mismo número de mujeres que de hombres. Por eso, en 2002 la Organización Internacional del Trabajo hizo la Recomendación 193 para que los Estados promuevan la participación de las mujeres en el movimiento cooperativo en todos los niveles, en particular en los de gestión y dirección.

Al respecto, Alliet Mariana Bautista Bravo, que en la legislatura LXII presidió la Comisión de Fomento Cooperativo y Economía Social en la Cámara baja, dijo en entrevista en 2016 que en general el sector de la economía social está muy menospreciado por el gobierno federal. Por ejemplo, cuando estuvo en funciones (hasta 2015), solicitó el registro de cooperativas de mujeres a nivel nacional pero la Sedesol dijo que “estaba perdido”.

“Al menos durante la legislación en la que estuve me di cuenta que los diputados lo no entienden ni les interesa (el cooperativismo), lo veía desde el cabildeo de las leyes”, relató la también maestra en gobierno y políticas públicas por la UNAM.

Como diputada, Bautista cuestionó a las Confederaciones de cooperativas y a legisladores sobre por qué en los grandes núcleos de decisión no había mujeres. Sin respuesta, decidió convocar a las trabajadoras de la economía solidaria a integrar una Red de Mujeres Cooperativistas que logró registrarse como organización civil y que está en proceso de organización y autogestión. 

En esta Red participan líderes de cooperativas pesqueras o socias de grandes cooperativas como Pascual o Cruz Azul y han conseguido espacios de reflexión, formarse en perspectiva de género y visibilizar a otras compañeras que han tenido éxito. Desde el Congreso de la Unión, dijo la ex diputada, la vía puede ser establecer cuotas de género en la LGSC, lo cual, observó, requiere nuevas reformas en todos los ámbitos, pero actualmente ya no cuentan con el apoyo de la Comisión de Fomento al Empleo.

Cosiendo en dignidad contra la explotación 

Reyna Ramírez Sánchez era integrante de la organización “Obreras Insumisas” y de la cooperativa Cociendo por la Dignidad [sic], en Tehuacán, Puebla, conformada por ocho mujeres que antes fueron obreras en algunas de las decenas de maquilas que operan en la entidad. Estas mujeres, que trabajaron en las maquilas desde muy jóvenes, decidieron organizarse para no ser toda su vida empleadas y para recuperar las raíces de su región, donde antes la gente era campesina y no obrera. 

Las cooperativistas trabajan con telas recicladas que les regalan y producen nueva ropa y accesorios desde una lógica de sustentabilidad y cuidado al medio ambiente. Aunque no cuentan con un espacio amplio, como el que generalmente ocupan las maquilas, tienen máquinas de costura, telas e hilos para hacer su costura. 

De acuerdo con lo que dijo Reyna en 2016, para ellas es mejor trabajar en la Cooperativa que para las empresas maquiladoras de textiles, costuras y electrónicos que desde años atrás hay en Tehuacán, ya que ahí padecieron diversos abusos, entre ellos despidos injustificados. Sin embargo, se enfrentan a pocas ventas porque –asegura- entre la sociedad civil no hay mucha conciencia de consumir cosas locales sino la lógica impuesta de consumir ropa en tiendas de afuera y –coincide- no hay educación en la sociedad en general sobre la economía solidaria.

Este 2020, Reyna Ramírez murió a causa de problemas de salud. Esto dio fin al colectivo Obreras Insumisas, sin embargo, sus integrantes continúan de manera individual con proyectos a favor de las trabajadoras y la vida digna. 

Imagen tomada de la página de Facebook In Memoriam del colectivo

Vida y CAFÉ, recuperar la calidad de vida

Tihui Campa es integrante de la cooperativa de la organización Vida y CAFÉ, que se produce en las altas montañas en Veracruz. Las mujeres que integran esta cooperativa se organizaron en el 2000 para mejorar la calidad de vida de las integrantes y para luchar con todos los derechos básicos como salud, alimentación y vivienda. 

Empezaron por un diagnóstico en el que detectaron que el kilo de café debía pagarse a 20 pesos a las productoras de café para que pudieran cubrir la necesidad de sus familias, y no a 10 pesos como se paga actualmente. 

“Nos dimos cuenta que teníamos que buscar otras salidas porque el mercado del café es muy injusto y ponen los precios de acuerdo al mercado internacional». Así formaron Femcafé, una marca de café que proviene de la organización feminista y que busca dignificar el trabajo de las mujeres, por un ingreso justo en el que decidieron las mujeres. 

Tihui Campa explicó que con el tiempo también crearon un proyecto solidario de capacitación para conocer y recuperar las plantas tradicionales y productos locales que se producían en la finca de café, así -pensaron-  podían mejorar la alimentación de las familias. Se capacitaron en producción de huevo de gallina y se diversificaron: empezaron por hacer hoja de plátano y luego crearon salsas, ensaladas orgánicas, licor de café. Las más grandes de la organización practican la medicina tradicional y capacitan a las más jóvenes, con lo que han creado más de 40 tratamientos específicos para problemas de primera atención.

En la industria cafetalera convencional, a las mujeres no se les reconoce como dueñas de la tierra que trabajan, por lo que tienen que pelear por que se les permita trabajar. En Femcafé hay más de 40 familias y 149 mujeres involucradas, todas con poder de toma de decisiones. 

De acuerdo con Campa, un obstáculo para esta cooperativa han sido las trasnacionales del café, como FAMSA, ya que son quienes ponen los precios en el mercado. “Cuando entramos al mundo de café con una marca feminista recibimos burlas porque es un mundo muy machista y nunca se habla de la mujer, aunque hay muchas. Hemos aprendido que si estamos organizadas, pueden encontrar mejores soluciones. Sólo unidas y unidos vamos a lograr cambiar”. Actualmente Femcafé participa en cumbres internacionales. Sus productos pueden adquirirse en mercados solidarios en la Ciudad de México.  

Imagen tomada de ExpoKNews

Sin presupuesto federal para proyectos de mujeres 

Imposible determinar cuántas cooperativas de mujeres hay en México y si éstas van en aumento en el país, ya que ninguna dependencia de gobierno encargada de la economía solidaria tiene este registro en un formato público, que esté desagregado por entidad, por número de socias y por actividad económica.

El Instituto Nacional de Economía Social (INAES), que depende de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol), es la principal dependencia federal que opera apoyos y programas para impulsar la economía solidaria, la tercera vía de desarrollo económico que sostiene al país y en la que se insertan las cooperativas.

A fin de integrar la “perspectiva de género” a sus funciones, instauró en 2016 la Coordinación de Impulso Productivo de la Mujer y Grupos Vulnerables, que es el área más pequeña de toda la institución y tiene el menor número de recursos económicos y humanos para operar. La Sedesol publica anualmente hasta dos convocatorias con 100 millones de pesos cada una para distribuir entre las cooperativas de mujeres que soliciten el recurso. No obstante, de los 7 mil proyectos que se registran, por ejemplo, sólo se aceptan 700 porque el presupuesto es insuficiente.

Los funcionarios eligen los proyectos que no están iniciando, que cuentan con un espacio físico, que están conformados como microempresas, que están dados de alta en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y en los que las mujeres demuestran competencias para hacerlos. 

De acuerdo con datos del INAES, en 2015 se apoyó a 83 cooperativas de mujeres (dedicadas a la agricultura, cría y explotación de animales, aprovechamiento forestal, pesca y caza; e industria manufacturera o comercio) con un monto total de 67 millones 382 mil 89.16 pesos distribuidos en partes desiguales. 

De acuerdo con lo que establece la Ley General de Sociedades Cooperativas, el fomento de la educación en economía solidaria corre a cargo de quienes integran las cooperativas, a quienes pide destinar 1 por ciento de su fondo para esta labor.

 

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La Crítica