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Benita, la comunista crítica

Imagen: Benita Galeana. Vía Secretaría de Cultura

Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa

Ciudad de México, abril 2018

 

Hoy se conmemoran 23 años de la muerte de Benita Galeana Lacunza, activista mexicana, militante comunista, y defensora de los derechos de las mujeres y de las y los trabajadores.

La actividad de Benita en los movimientos sociales de los años 30 no es la que hicieron mujeres y hombres intelectuales con influencias europeas que posaban en los actos públicos, debatían sobre política en grandes tertulias, y que hoy son la estampa del movimiento comunista y revolucionario en México.

No, el activismo de Benita era –como ella misma lo reconocería poco antes de su muerte- desde las bases, el de la talacha, el precario, el de todos los días, el que se hacía sin nada de recursos y con muchos riesgos.

Desde los 20 años, Benita decidió militar en el Partido Comunista de México, al que conoció después de que encarcelaran a su esposo por insultar al entonces presidente de México.

Benita no sabía leer ni escribir ni hablar en público, pero conocía en experiencia propia la pobreza, la desigualdad, el trabajo precario y las injusticias, lo que la llevó a asumir como propios los principios comunistas. Para liberar a su esposo, ella tuvo que participar en mítines, repartir volantes, pegar propaganda, y resistir las persecuciones de los policías.

Con el tiempo, Benita no sólo aprendió sobre política, sino que se convirtió en una gran oradora que improvisaba mítines en las plazas públicas para defender a los presos políticos y exigir mejores condiciones de vida para las y los trabajadores. Al mismo tiempo, y con el poco dinero que recolectaban, Benita preparaba la comida para su familia y alimentaba también a algunos de sus compañeros del partido.

En esa época se separó de su esposo, como lo había hecho antes con muchos otros hombres, y siguió en la lucha por interés propio. “Como yo ya había llevado una vida arrastrada, ya conocía lo que era la mísera y el hambre, comprendí que el único camino que debía seguir era el de los trabajadores”, reconoció más tarde.

Benita no sólo pasaba hambre mientras apoyaba al partido, sino que hacía mucho trabajo de base. “En aquel tiempo el Partido tenía muy poca gente y entre los pocos que habíamos teníamos que hacerlo todo. Hacer mítines, ayudar a los trabajadores en sus huelgas, reclutar obreros en las fábricas, distribuir propaganda, hacer pegas y pintas en la noche, y vender el Machetearte”, narró la misma Benita en sus memorias.

Ella aprendió y aportó mucho al Partido Comunista que, como después criticó, hizo muy poco por formarla y por darle un empleo remunerado que la ayudara a continuar en la lucha:

“Ya sé que no soy nadie en el partido. Un miembro de fila, atrasado políticamente. Pero nunca sentí que los dirigentes del partido mostraran ningún interés por encauzarme, por mejorar mi trabajo revolucionario, por hacer de mí, aconsejándome o estimulándome, una luchadora más consciente y capaz.

“En mis años de lucha activa en el partido logré conquistarme algunas simpatías entre el pueblo, porque yo he vivido toda mi vida en contacto con el pueblo, al grado de que, cuando me presentaba en algún mitin, la gente empezaba a gritar ¡qué hable la trenzuda!.”

Benita hizo muchas críticas a las diferencias de clase y de género que había al interior del Partido. Por ejemplo, escribió: “Veía que camaradas muy capaces e inteligentes eran los que más maltrataban a sus compañeras, con desprecio, sin ocuparse de educarlas, engañándolas con otras mujeres como cualquier pequeño burgués. Yo que he querido ser un ejemplo para las camaradas, no lo he logrado porque he tenido muchas desventajas, por ejemplo la desgracia de no saber leer.”

Benita fue detenida por sus actividades políticas 58 veces e incluso, la agresión de los policías, le causó una lesión de columna que le hizo usar un corsé de madera durante muchos años.

Sin embargo, cuando estaba presa organizaba a las otras mujeres para que con cantos, mítines y hasta huelgas de hambre exigieran su libertad y, como ella decía, la de las y los trabajadores oprimidos. “Yo seguía trabajando en el Partido cada vez con más cariño y confianza en la causa. Las prisiones no hacían sino reforzar mi fe en la Revolución. Después de todo, en la cárcel se aprenden muchas cosas, por lo menos a odiar al sistema capitalista”, relató.

Benita también es recordada por la sencillez y el humor de sus diálogos, una forma de hablar que conservó hasta los últimos días de su vida. Como ejemplo está la siguiente escena:

“Le pedí al juez que me dejara salir en libertad (de la cárcel donde estaba presa) por dos horas.

-¿Para qué?- me preguntó

– Es que va haber un mitin y yo quiero estar presente. Tan luego como se acabe, yo me vengo otra vez a la cárcel. ¡Palabra de comunista!”

Benita defendió el derecho a la jornada máxima de 8 horas, y al reconocimiento jurídico y seguridad social para las y los trabajadores en una época que fue clave para la libertad de asociación, formar sindicatos, emplazar a huelga y organizarse colectivamente para la defensa de más derechos laborales.

De los presidentes Pascual Ortiz Rubio a Lázaro Cárdenas (a quien apoyó), Benita libró la represión policial, la pobreza, y las rupturas políticas al interior del propio partido para apoyar a las y los obreros en las fábricas, al movimiento ferrocarrilero, a la organización de electricistas y a muchos otros sectores sociales.

Y en una etapa más madura de su actividad política, Benita se volcó a la defensa de los derechos de las mujeres. Se le reconoce como precursora del socialismo feminista en México. En 1935 participó en la creación del Frente Único Pro-Derechos de la Mujer (FUPDM); participó en el último mitin en la explanada de la Procuraduría General de la República para exigir libertad de las presas de Yanga, Cacalomacán, Estado de México y Ciudad de México, acusadas de pertenecer al Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Defendió el derecho al voto femenino, el derecho al aborto y el derecho al descanso materno, y denunció las distintas opresiones en que vivían las mujeres, muchas que ella misma vivió en carne propia.

Benita nació en 1903 en San Jerónimo de Juárez, Guerrero. Su madre murió cuando tenía dos años y su padre era alcohólico, por lo que quedó a cargo de su hermana mayor. Huyó de su casa porque la golpeaban mucho y la querían casar con un señor.

Se fue a vivir con otra de sus hermanas a Acapulco. Ahí tuvo una hija, a quien tuvo que abandonar en más de una ocasión por la pobreza que vivía. Después llegó a vivir a la Ciudad de México y trabajó en un cabaret como mesera para pagar sus gastos y mantener con ella a su hija. Benita regresó más de una vez a trabajar ahí, incluso cuando ya militaba en el partido, por falta de recursos. También tuvo otros empleos dónde motivaba a sus compañeras a defenderse de sus patrones. Aunque tuvo muchas parejas, Benita afirma en sus memorias que nunca se enamoró.

Años más tarde y con más recursos, Benita adoptó a 6 niñas indígenas a quienes dio vivienda y educación. Y pese a la insistencia de una de sus parejas comunistas, ella nunca dejó el activismo político y siempre que había mítines intentaba estar presente.

Aunque Benita aprendió a leer ya muy grande, se volvió escritora y produjo una autobiografía (que puede consultarse aquí) para garantizar que el Partido tuviera memorias de su participación y la de otras mujeres a favor del comunismo.

Benita también escribió el libro de cuentos “El peso mocho”, la mayoría basados en anécdotas reales. Parte de su legado, ya muy poco porque sus pertenencias fueron abandonadas y luego saqueadas, se exhiben en el Museo que lleva su nombre en la Ciudad de México.

Fuentes:

*Galeana, Benita. Benita. Brigada Cultural. México, 2017.

*Benita Galeana, una comunista honesta. Entrevista. Cuadernos de educación sindical #84. Consulado en http://www.stunam.org.mx/8prensa/cuadernillos/cuaderno84.html

* Casa-Museo Benita Galeana. Colonia Periodista Francisco Zarco, Delegación Benito Juárez, Ciudad de México.

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La Crítica